sábado, 31 de marzo de 2012

Espiritu Sacerdotal

Presencia de Cristo en la vida humana

Tercera Parte
Exordio a la misión ministerial
Mi vida sacerdotal
Cristo desempeña su función sacerdotal y su realeza mesiánica de acuerdo al plan divino con su mirada persistente y su oído alerta a cumplir la voluntad y los designios de su eterno Padre.
En contraste con la personalidad de David sacerdote y rey y profética figura suya de Cristo Mesías, su sacerdocio y su realeza en Cristo acontecen al margen del poder político de Israel bajo la hegemonía romana y ajeno también su espíritu sacerdotal al margen de la casta sacerdotal que está a cargo de las actividades y de la vida del templo judío reconstruido por el rey Herodes.
La palabra del hombre es la expresión de su realidad humana y la palabra divina la expresión de la realidad de Dios. Fue en este contexto en el que desde el punto de vista de Dios y el hombre Cristo comentó diciendo al apóstol Pedro que no venía de la carne o de la sangre sino de la revelación de su Padre, de Dios mismo, el responderle que El era el Cristo hijo de Dios vivo y añadió en el mismo contexto que solo El, Cristo es quien tiene palabras de vida eterna. Esta realidad divina y humana en Cristo se convierte en la plenitud de la máxima expresión de Dios y el hombre cuya presencia se ratifica como nuevo y eterno testamento garantía de la plenitud de los tiempos que hará presente a Cristo en la vida humana hasta la consumación de los siglos principio integral de vida eterna. Gracias al espíritu sacerdotal de Cristo en acción de gracias la víspera de su pasión y muerte en que instituye como Eucaristía la cena de pascua, Cristo realiza su acción sacerdotal en que se ofrece como ofrenda y víctima de propiciación haciendo realidad mística la realidad de su muerte por acontecer. Y esto a su vez entregando su cuerpo y sangre como alimento de vida eterna al trascender a una realidad espiritual la realidad alimenticia material del pan y el vino convertidos en pan de ángeles y pan del alma humana y sangre que redime al mundo. La realidad de Dios en Cristo no tiene la inmensidad del universo ni de toda la Creación que se expande en el tiempo cuyos únicos límites cósmicos espaciales chocan sin duda ante la presencia de la eternidad. La intimidad de Dios es hipercósmica como la del alma humana, como la dimensión de Cristo, como la vida eterna que esencialmente es la vida de Dios. El aspecto del espíritu sacerdotal ratifica el testimonio del amor como una realidad divina y humana más poderosa que la vida y que la muerte capaz de servirse de ella para lograr el triunfo del amor que es la fuerza omnipotente y gloriosa del amor más puro que purifica todo como expectativa digna de Dios al lograr la resurrección y con ella la eterna gloria. Verdadero mana es Cristo alimento de rocío celestial antes del eterno amanecer El es el pan vivo que baja del cielo que nutre la vida divina nacida del Padre para demostrar que no solo de pan vive el hombre sino de la palabra viva cuya abundancia redunda en plenitud de vida eterna. Y es así como Cristo por amor da la vida por sus amigos estableciendo una amistad divina y humana, porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo cuya sangre derramada y muerte de cruz redime del pecado, triunfa de la muerte y ofrece gloria y resurrección no solo a Cristo sino a todos sus discípulos que en verdad creen en El. De manera que compartiendo su pasión y muerte también comparten su resurrección y su gloria. Y todavía hay más en lo que Cristo se desborda en generosa plenitud al decir a sus apóstoles haced esto en memoria mía anunciando mi muerte hasta que vuelva. Estas poderosas palabra humanas y divinas hacen posible que los apóstoles y sus auténticos seguidores como ellos verdaderos seguidores también de Cristo logren el milagro supremo de personificar al mismo Cristo renovando el misterio de su pasión, muerte y resurrección gloriosa al compartir con Él y todos los creyentes el misterio de la Eucaristía divino viático para quienes morimos y resucitamos en la fe de cada día compartiendo el pan del amor en la hermandad de Cristo vivo en medio de nosotros cumpliendo su promesa noche y día con perspectivas ciertas a la vida eterna. Toda esta realidad si se ratifica en seguir a Cristo como camino, verdad y vida en la que el amor real a nuestro prójimo es continuidad del suyo lo mismo que su amor al Padre haciendo siempre y en todo, la voluntad divina, entonces viviremos un paraíso que es el de la nueva Creación de la gloria del cielo en la tierra.

Rapsodia séptima
Trece años de ministerio sacerdotal
La misión del ministerio sacerdotal se convirtió en el objetivo sagrado de mis ideales como testimonio fidedigno del amor de Cristo que me eligiese llamándome a servirle como había llamado y elegido a sus primeros discípulos a quienes invitó a ser pescadores de hombres. De los cuatro sacerdotes ordenados conmigo el veintidós de Diciembre de mil novecientos sesenta, mi nombramiento a la parroquia de Cuerámaro, fue el primero, teniendo que remplazar a Donaciano Franco, seminarista ordenado sacerdote y designado a esa parroquia con dos años de anterioridad a mi ordenación y a mi nombramiento. Yo les comunique a todos mis amigos y compañeros la noticia a la hora de la cena diciéndoles que me tendrían a la orden en Cuerámaro y casi todos explotaron en una gran carcajada, aunque yo no lo hice ni consciente ni intencionalmente olvidando que era una expresión que usábamos con sentido picaresco referente a no estar por completo vestidos. En realidad no era una de las parroquias más lejanas ni más pobres de la Arquidiócesis de Morelia. Aunque mi padre que tuvo el generoso comedimiento de llevarme por primer vez que me presente al señor Cura don José Barbosa estaba un poco confuso de la situación del camino que era una brecha toda llena de baches y de terracería y el estaba guiando su carro dominguero. Creo que hubiese preferido que permaneciera en Morelia como gatito de angora de la catedral en el corazón del arzobispado, cosa que hubiese sido toda mi desdicha en contra de mis ideales de servir a los más pobres y menesterosos. Posiblemente las intenciones del señor Rector en este nombramiento aconsejando al señor Obispo y al secretario de la sagrada mitra debieron ser las de prepararme en la rutina de la vida sacerdotal y en la administración de la parroquia con perspectivas a mis cargos del futuro. El señor Cura vivía relativamente solo acompañado por su tía creo que le llamaba Cholita y un joven cuya edad rayaba entre los veinte y veintidós años y era el factótum, házmelo todo en todo tipo de actividades que incumbían a sus necesidades rutinarias del señor Cura, relacionadas con el negocio de la casa y de la parroquia. En realidad sí lo tenía muy bien adiestrado y era muy perspicaz y eficiente sobre todo por parecer adivinarle el pensamiento y estar siempre puntual e incondicionalmente a sus órdenes. No recuerdo si por cortesía mi padre fue o no invitado a compartir la mesa en la casa parroquial, y no guardando memoria de que así fuese casi tengo por seguro que mi padre atentamente declinó la invitación porque en realidad siempre estaba ocupado con asuntos pendientes y no era inclinado a socializar sino en raras ocasiones. Casi estoy seguro de que sí se enteró de que temporalmente yo me hospedaría en la casa parroquial con el señor Cura, mientras las cosas se ponían en su lugar y yo eventualmente me mudaría a mi propia casa que me orientaría en conseguir. La casa parroquial estaba a vuelta de esquina del templo por la calle del agua que así se llamaba porque una acequia recorría toda esa calle desde la entrada hasta la salida del pueblo. Pasada la entrada a la casa a mano izquierda había una puerta que daba a la sala y a mano derecha pasando un cancel estaba un cuarto dispuesto para mí que tal vez pudiera haber sido para las visitas posibles que yo nunca conocí. Estos cuartos como otros tres más a mano izquierda de la entrada, uno el del señor Cura contiguo a la sala y a mano izquierda haciendo esquina el primero, era el aposento de Rafael que así se llamaba el ayudante que hacía de todo, al que me he referido, y a su lado el cuarto de Cholita la tía del seño Cura. Todo este contingente de cuartos, estaban en torno a un patio más bien pequeño, que los cuartos lo eran, como lo eran también el comedor y la cocina al frente opuesto a la entrada de la casa. Olvide los pormenores de mi primera comida pero sí recuerdo que después de la siesta en vez de dirigirse a la notaría como era su costumbre el señor Cura me condujo a la sacristía y a visitar la fábrica del templo aun por terminar aunque lo más necesario parecía terminado para celebrar el culto y los actos litúrgicos propios de la parroquia. También a cuadra y media del templo pero en la calle paralela a la del agua estaba el colegio parroquial y la casa de las religiosas que lo atendían, que también me llevó a visitar creo desde ese primer día. Yo vivía en las nubes ajeno a cualquier plan de organizar mi vivienda imaginando que el señor Cura estaría disfrutando de mi alegre compañía. Pero sorprendentemente para mí e ilógicamente para él lo que yo pensaba, en realidad no era así. Sí que era todo lo contrario, aunque me tomó casi tres meses para ver la evidencia con contundencia irrevocable. El primer mes viéndome con algún dinero que remuneraba mi trabajo le invite a mi casa de mis padres y también a Querétaro sin que el supiese mis intenciones que sin duda le sorprendieron. Y la sorpresa más grande fue que se quedó con los ojos cuadrados viendo que todo me lo gaste en libros para hacer mi pequeña biblioteca cuando él esperaba ver comprase algo siguiendo mis planes que en realidad no los tenía para poner mi casa de la que aun no disponía y cuyas luces no aparecían por ninguna parte de mi mente. El era de buen comer lo mismo que yo, y mientras estuve compartiendo con el en su casa también su comedor, el más bien que yo subió considerablemente de peso. Le encantaban los chistes que le contaba y celebró uno de mis poemas en el que yo me había inventado la palabra luminagua, combinando luz y agua en la gota de rocío que se suponía era el alma humana con la presencia de Dios. El me llamó el padrecito luminagua y yo nunca lo tome a mal, más bien de buena fe todo lo contrario. En las noches después del rosario antes de dirigirnos a su casa hacíamos una visita de breve adoración al santísimo sacramento del que era muy devoto. Después de la merienda con frecuencia nos dirigíamos a la sala y escuchábamos algún disco de buena música antes de irnos a dormir. Todo caminaba viento en popa y yo sin entender que tenía la obligación de poner iniciativa en lo de poner mi casa. Increíble mi torpeza o negligencia para las cosas prácticas de adaptarme a la vida del mundo por mi iniciativa. Ni siquiera se me ocurría comprar una bicicleta y alquilaba una para atender el servicio de mi ministerio en las rancherías más cercanas. Resulta que Cholita murió y en medio de la noche mi cuarto se convirtió en el de velorio. Yo no me daba aun por aludido hasta que al regresar del sepelio ya tenía una cama dispuesta en una casita al lado de la acequia de la calle del agua no lejos a la del señor Cura adonde fui a parar voluntariamente a fuerzas, según resultó de las circunstancias de mi vida. Todo esto fue providencial para que mi familia tomara cartas en el asunto de darme la mano en preparar mi casa en forma más adecuada aunque tal vez por uno o dos meses me las arregle por cuenta propia y abrí las puertas a todos mis amigos, especialmente a los del equipo de futbol a quienes entrenara fabulosamente el padre Donaciano a quien yo jamás haría la más lejana sombra por su personalidad y habilidad futbolística casi legendaria desde el mismo Seminario. Teníamos dos o tres cajas de refrescos y mi casa se había convertido en un club, hasta que mi madre vino a ponerme masetas, pájaros y le dio a todo el gusto del hogar. Yo tuve que despedir a mis amigos, sobre todo porque mis hermanas se turnaban en hacerme compañía y estaban a cargo de dos gentiles sirvientas que me recomendó el señor cura. El siempre me llevó la cuenta de todos mis gastos siendo los mayores el de los meses en que dispuso para mí de un ropero y un escritorio de los que había comprado para las rancherías en los cuartos que se hospedaban los padres vicarios cuando las atendían. Yo tenía problema con el prudente y atinado manejo del dinero. Sentía verdadera repugnancia a hacer una lista de todo lo que hacía para que me pagara y nunca puede hacerlo como él pretendía. La primer vez que mi madre estuvo al cuidado de la casa por una semana, les hizo saber a las sirvientas que a mí me gustaba mucho el chile negro y les enseño a prepararlo como ella sabía. Cuál sería mi sorpresa cuando al regresar de la casa de mis padres a donde regrese a mi madre de su relativamente breve visita, la primera comida que suponía tendrían lista las sirvientas no era sino un plato de chile negro, ya que yo ni me acorde de darles para el gasto ni ellas me lo pidieron. Por supuesto que esto jamás tuvo que repetirse. En realidad ni la casa por sus quehaceres ni tampoco yo mismo requeríamos de dos sirvientas para nuestros menesteres, pero ellas se sentían orgullosas de su trabajo y yo seguía la corriente por el cauce de lo determinado por el señor cura a este respecto. La vida misma resolvió este asunto porque una de ellas que después colegí estaba enamorada, le dio por platicar y alagar con singular entusiasmo la alegría y el feliz encanto de los cantos de los pajaritos de mi madre, y así nos dio la sorpresa de no presentarse al trabajo un lunes al final del fin de semana, por haberse ido con su novio en contra de todas las recomendaciones del señor encargado de la cura de su alma. La primera de mis hermanas que me hizo pie de casa fue la primera que contrajo matrimonio y que le vino en suerte ser la quinta de la familia. Ella no compartía ni por excepción el trabajo de mi hermana mayor en ayudar a mi padre en su negocio del comercio y se convirtió en alguien que era el brazo derecho y el paladar exquisito de mi madre para asuntos de cocina ya que sazonaba los alimentos casi como ella. Nos entendíamos de maravilla, fue la que esperaba que fuese hombre cuando nació y por no serlo y yo no aceptarlo como debía, la convencí cuando era más pequeña de aprender a jinetear los becerritos del corral estimulada por diez centavos que le daba y que me arrojó a la cara en su primera caída, teniendo que ser confrontado por mis padres por lo que sin duda era culpa mía. Nos entendíamos tan bien y compartía con tanta satisfacción nuestro modo de vida que me propuso terminar sus relaciones con su novio para dedicarse a servirme como pie de casa de por vida. Yo la persuadí a que de ninguna manera podría pensar en esto porque ella tenía su camino y yo el mío, aparte de que su pretendiente era el mejor partido que entonces pudiera soñar y en realidad se amaban, siendo un excelente caballero y la ambición de todas las damas casaderas, circunstancias que no podía garantizar que se repitiera esto en su vida. Y así fue como yo, que habiendo sido monaguillo acompañaba al padre Ayala a los pedimentos de los novios en perspectiva de celebrar su amor uniéndose por el sacramento del matrimonio, en el caso de mi hermana Elena hice el primer pedimento de mi primera hermana según las tradiciones y costumbres, ya ordenado sacerdote. Por supuesto yo también fui el testigo del sacramento de su matrimonio y quien celebró la santa misa de sus nupcias conyugales.
A mi hermana Enriqueta que era dos años menor que Elena le tocó en suerte suplir las funciones que mi madre le había asignado anteriormente a convertirse en a recién casada. Enriqueta era particularmente sociable y al poco tiempo de estar conmigo vino a ser tan popular por sus actividades sociales y su simpatía que en vez de ser la hermana del padre era yo conocido como el padre hermano de Enriqueta. Su carácter era alegre y festivo y aunque cantaba bien bailaba mucho mejor. De manera que la presente a una chica de la que no recuerdo el nombre, pero sé que estudiaba baile de ballet en una academia de Irapuato y tenía la ambición o de ser profesional o de ser maestra, o una y otra cosa a la vez. Yo le sugerí a mi hermana que ensayaran el Huapango de ballet de Pablo Moncayo con miras a presentarlo en el teatro parroquial que tenía programada una actividad cuyo motivo ya no recuerdo. Esto a mí me parecería formidable y así lo hicieron con resonado éxito. Nunca supe a ciencia cierta si mis hermanas se hacían de amistades por cuenta propia y estas amistadas compartían esa amistad también conmigo o viceversa, o tal vez una combinación de una y otra cosa. Recuerdo que Dolle mi hermana mayor vino a pasar algunos días conmigo a la casa de Cuerámaro y yo le presente a la familia de don Antonio Hernández que atendía un negocio siendo dueños de una zapatería en frente del jardín principal. La mayor de la familia más o menso de la misma edad de mi hermana hicieron entre sí una linda amistad. Recuerdo que la hacienda de Tupátaro a cinco o diez minutos de Cuerámaro improvisó un ruedo para una tienta de ganado bravo que según eso ya había existido en la región y estaban en proceso de ver si fuese o no restablecida. El hecho es que fuimos invitados a atender y el matador invitado a la tienta, claro no para matar sino para dar vida al evento, era nada menos que Manuel Capetillo en toda su plenitud. Todas las chicas y no tan chicas del medio estaban locas por verlo sin exceptuar a mi hermana y su nueva amiga. También recuerdo que en el casco de esa hacienda vinieron a vivir unos ganaderos del norte de los estados, no recuerdo si Monterey o Chihuahua, porque otra perspectiva de la hacienda estaba relacionada con engorda de ganado. Parece ser que uno de estos vaqueros se enamoró de Raquel y mi hermana naturalmente participó como confidente y tal vez consejera de estas relaciones que olvido si llegaron o no a feliz término. Este rancho de Tupátaro es especialmente inolvidable porque estando yo dando misiones en el mes de septiembre en torno a la fiesta de san Miguel Arcángel que era el patrón, vino mi madre de visita para compartir conmigo mi veinticinco aniversario de nacimiento en el que casi me saque la lotería. En esa fecha mi padre me obsequió algo que no me esperaba, mi primer carro flamantito un vochito precioso, el carro del pueblo alemán un volsvaguen color pistache con real olor a nuevo. Mi madre se hizo cargo de completar el obsequio con un juego de copas como desquite de la carestía de tantas cosas de que carecía mi casa sin ninguna cristalería ni mueble adecuado en que hacerlas lucir. Fue en esta hacienda donde el caballerango estaba autorizado a permitirme ensillar el hermoso alazán del dueño de la propiedad que raramente se presentaba en la hacienda. Allí convide a montar a mis amigos primos de mi cuñado Davicito esposo de Elena. Los dos primos fueron pretendientes de Enriqueta que se casó en primeras nupcias con Ernesto cuyo primo era Che Luis el hijo del charro Luis. Es digno de referir el caso de mi carestía de simples vasos, refrigerador y una jarra decente para servir el agua. Resulta que la primera vez que estos jóvenes estuvieron de visita les invitamos a compartir más bien que una comida formal un simple bocado informal de cortesía. Yo que siempre pregunto lo que se me ocurre sin pendiente del que dirán le pregunte a mi hermana que esos vasos y esa garra tan elegante de donde había salido y ella que es muy ingeniosa comentó que también era una sorpresa de casa que me tenía guardada. En realidad lo había conseguido de las vecinas con quienes ya había estableció amistad. La cosa es que lo que sí no pudo ocultar fue el montón de arena mojada que teníamos en la cocina para mantener el agua fresca a falta de refrigerador. Fue también Tupátaro de donde tengo dos anécdotas que contar. Uno es que me quede desconcertado la primera vez que terminada la misa me despedía la gente que venía a dejar limosna que yo colectaba en una charola como es costumbre. De pronto una viejecita no tan viejecita se paró de puntillas y me plantó tremendo beso en la mejilla con el comentario halagador de que me gusta el lindo padrecito que nos han mandado. Y creo no violar el sigilo de confesión con esta breve historia. Se trata de un famoso guajolote que habiendo sido encontrado sin dar con su dueño se empeñó alguien que lo encontró en que yo me lo llevase. Como se empeñó tanto estuve de acuerdo y le dije que yo lo tendría por algún tiempo para ver si encontraba o no el dueño. Poco tiempo después esta persona a la que me refiero que vino a confesarse me dijo, me acuso padrecito que se me perdió mi guajolote y se lo regalaron a usted hace tiempo y yo dije que ya se lo habría comido y no dejaría ni los huesitos. Yo se lo regrese de inmediato, sin hacerle saber que no se si las contagiaría o no, pero tres o cuatro gallinas en el corral de la casa murieron y el único que sobrevivió fue el famoso guajolote.
Enriqueta mi hermana me preguntó si podía invitar a una de sus amigas de entre las muchas amistades que tenía en Apaseo para pasar una temporada de visita en nuestra casa de Cuerámaro, yo estuve de acuerdo y Teresa Servín hermana de un compañero de primaria compartió unos días como mi hermana lo deseaba. Contiguo a mi cuarto que daba a la calle del agua hacia el interior de la casa estaba el cuarto de mis hermanas, en este tiempo ocupado por Enriqueta. Ella ya había invitado a pernoctar a una de sus amigas de Cuerámaro con quien simpatizaba. Era una chica bastante joven que inútilmente pretendía el presidente municipal que era soltero. Resulta que su mamá de esta chica que era muy piadosa se enfermó y yo le fui a llevar a casa la sagrada comunión llevándome tremenda sorpresa de ver en el buró de la cama contigua a la de la enferma nada menos que una fotografía mía que por supuesto yo nunca regale a nadie de la familia mucho menos a esta amiga de mi hermana. A pesar de mis imprudencias espontaneas por aclarar las cosas, preferí ser prudente hacerme de la vista gorda y pasar esto por alto para evitar un enredo del caso con los feligreses o con mi misma hermana. La aventura del cerro Colorado que así se llamaba la ranchería más distante de la Parroquia, aconteció precisamente entorno a los días de la visita que tuvo mi hermana que invitó a su amiga a venir con nosotros. Ya no recuerdo como conseguí caballo para ellas. Lo que nunca se me olvida es que un señor amigo mío de apellido Paz que tenía una propiedad en el cerro con este rumbo de la lejana ranchería, tenía también un lindísimo caballo retinto demasiado brioso y vigoroso como noble, según mi criterio entusiasta de buen charro. Me fascinaba montarlo. El dueño era muy gentil y siempre me lo prestaba como si se sintiera complacido de que yo lo montara. No sé si el caballo tendría algún nombre pero yo le puse Venado de las montañas, porque caminaba por los caminos cerriles o montañosos ligero como una flecha que se lanza al viento. No tengo la menor duda de que el ángel de mi guarda me cuidaba muy de cerca, porque en medio de la llanura trate alguna vez de colear un tierno novillo al que en realidad no logre ni agarrarle la cola con firmeza, pero bien pude haber tropezado con el cruzándosele al caballo en la carrera sin tener la oportunidad de estarlo narrando ahora mismo. Lo que aconteció a nuestro regreso en esa ocasión fue que salimos del rancho al atardecer acompañados por el acompañante que se encargaba de guiarnos. En cierta área del camino yo me aparte del grupo y baje del caballo por unos minutos pensando al montarlo de nuevo que seguiría hacia el grupo de mi familia que me acompañaba pero no sucedió así. Yo estaba equivocado de la presteza con que avanzaba, ignorando que incidentalmente estaba por esos alrededores el potero del dueño que fue para donde apuntó el caballo dejándome perdido en medio del cerro. Tuve la suerte que finalmente nos encontramos el caballo y yo, la ladera del cerro con un camino más ancho que era a donde iba a dar la vereda por donde andaba perdido. Estaba seguro que el guía y mi familia me estarían esperando en casa a mi llegada, pero no fue así. Vinieron llegando dos horas más tarde y se pusieron felices de encontrarme. Habían regresado al rancho y despertado gente en busca mía por todo el cerro, seguros de que el caballo me hubiese matado creyendo que sin duda yo ya sería su segunda víctima, lo cual no fue así en manera alguna. Toda esta historia vino a terminar casi al amanecer. El padre Marcos Vélez y su hermana me pretendían calmar aunque hasta que llegaron quienes me creían en el otro mundo, estuvieron tan preocupados como yo.
Más cercana a la parroquia había la ranchería de Sarteneja donde en dos o tres ocasiones monte una yegua alazana tres cuartos de milla. Como lucía preciosa con su cuello elegantemente enarcado y sobre todo con un andar tan saleroso, la gente le vino a poner el nombre de Panchita, que era el de una señora de Cuerámaro que reflejaba en su andar la alegría festiva de vivir asemejándose la una a la otra según este parecer. Y en el rancho de la Joya que era el más grande de la Parroquia también monte un primoroso animal y no teniendo tiempo para pasear en él lo corrí y lo hice rallar al estilo charro mexicano varias veces, escandalizando a varios amigos del dueño que en nombre del dueño comentaban que iba a quedar escarmentado cuando se enterara del trato que le di a su consentido corcel. Fue en la Joya donde recordando a mi modelo ideal de sacerdote el santo cura de Ars tuve que responder a la obligación de confesar a todo el rancho al fin de la misión o ejercicios espirituales que impartí yo solo por mi cuenta sin la ayuda de casi nadie sino el buen Dios. No me pude parar del confesonario sino para mal comer un bocado y estuve ocupado casi sin parar por diecisiete horas corridas. Lástima que no logre continuar ese tren de vida porque sin duda ni mis consejos eran tan sabios ni mi carisma tan maravilloso. Ahí encontré la sabia lección de un penitente ejemplar que con fervor edificante me hizo sentir la delicadeza con Dios cuando usaba este estribillo, me acuso de que yo no he querido ofender nunca a Dios, pero como la ley de Dios hila muy delgado, me acuso de esto aquello y lo demás allá por si hubiese faltado. En realidad resulta que no había cometido un solo pecado lo cual tengo la impresión que era una realidad por la sencillez y sinceridad con que lo decía.
Cuando visitaba las rancherías a donde iba a celebrar la santa misa mi prioridad era oír en confesión a las personas que desearan comulgar y después visitar a los enfermos y llevarles la sagrada comunión a más de lo cual también me aseguraba de que hubiese un grupo de catequistas que preparase niños para la primera comunión. Esta agenda no se armonizaba con mi regreso puntual para juntar la limosna los días domingos en la misa de once o doce en que se llenaba todo el templo. Yo no tomaba muy en serio esta prioridad del señor Cura y le hice pasar malos ratos de intensa cólera más de una vez, aunque esta no era mi intensión. Me costó mucho trabajo llenar el vacío que dejó la personalidad del padre Franco tanto con los jóvenes de la acción católica, sobre todo con los futbolistas como también con las señoritas de la acción católica. Eventualmente aceptaron las características de mi personalidad con espíritu de sincera amistad y creo que aunque no tuve oportunidad de proseguir mi ministerio por más de un año logre percatarme del cambio de actitud hacia mí diferente a cuando llegue. Esto se hizo especialmente notorio cuando me organizaron una comida de despedida en la hermosa huerta del Platanal donde el barítono de vigorosa voz a quien llamábamos Gonsa me despidió con el canto de las golondrinas. El señor Cura se distinguía por manejar la Parroquia con un orden tan grande como su espíritu de autoridad. El ejemplo clásico era que si las parejas que estaban por casarse se habían fugado por cuenta propia les exigía casarse de negro, cosa que duramente les era soportable. También les privaba de misa en las rancherías que no pagaban los gastos de mobiliario, como confesonarios o algunos otros muebles que consideraba necesarios para el servicio del personal de los servicios litúrgicos o sus ministros. Yo que estaba más orientado a no exigir lo requerido para administrar sino más bien a atender con afecto y simpatía a los feligreses, tuve que hacerme de la vista gorda en ocasiones como esta a la que me refiero. Me hice de la vista gorda y el oído duro con un comentario halagador de gratitud hacia mí tan amigable con la gente sencilla. Ojalá esto fuese verdad toda mi vida de ministerio. Se refirió a sus ganados y singularmente a las cabras, que no las maltratan ni les tiran pedradas, porque así se sienten agradecidas y crían mejor a sus crías y abundan más en la leche que dan.
Había un rancho rumbo al Colorado que se llamaba el Salero a donde debía pernoctar, porque venía gente de varias rancherías que llegaban también desde el día anterior a la celebración de la santa Eucaristía para poderse confesar y comulgar, volviendo a sus casas no tan tarde para que no le cogiera la segunda noche. Yo cometí el error de no verificar que los ornamentos que como costumbre traía consigo el encargado de acompañar al sacerdote los hubiese traído. Y esto me pasó por coger la delantera en el brioso y bello caballo que me encantaba montar. Yo ponía dentro de una mochila cuyos tirantes colgaba a la silla de montar seguro de que no faltaba mi sotana, ni el vino ni las hostias. Con las prisas de ir a descansar después de confesar hasta muy noche y también por la mañana, al ir a disponer los ornamentos me percate de que no habían llegado y viéndome sin ellos inmediatamente mande al encargado para que los consiguiera de parte del señor Cura. Llegó de regreso entre tres y cuatro de la tarde con el mensaje de que me regresara sin decir la misa. Yo de inmediato deseche semejante orden pensando que era injusto para la gente ser castigada de esa manera cuando el castigo era exclusivamente de mi propiedad. Les explique que si estaba faltando en desobedecer en mi conciencia me sentía obligado a hacerlo y que para la santa misa no eran indispensables los ornamentos sino el pan y el vino para consagrarlos y darles la sagrada Eucaristía. El señor Cura salió de vacaciones a Acapulco pasando por Morelia donde sin duda consiguió mi cambio de parroquia casi inmediato, sin duda ya le había colmado el plato como él decía de mí, este padrecito luminagua. Fue interesante mi primera experiencia ministerial que terminó lo mismo que se inició sin esclarecer el sentido del chiste que reímos tanto el señor Rector del Seminario como el señor cura Barbosa. Yo les comentaba que el primer párroco para un vicario es como la experiencia de hacer un caballo a la rienda, y ellos no me entendieron quien era quien lo hacía de caballo montado y quien manejaba la rienda si el cura o el vicario. Con tanta duda yo también me quede dudoso y confundido.
Corolario poético
La poesía de mi vida estaba desbordante de fervor, autenticidad y sinceridad con una entrega plena y total a la mística del celibato que me identificaba con la pureza sacerdotal de Cristo como humilde aspiración a su ministerio orientado a la salvación del mundo. También fui aprendiendo a confrontar la divergencia del ideal de la espiritualidad y la doble realidad por verificar midiéndome a mí mismo en mi capacidad de actualizar lo que soñaba.


Rapsodia octava rumbo a la parroquia de Huaniqueo en Michoacán
El párroco de Huanuqueo don Jesús Juárez era un hombre de Dios en su integridad varonil llena de austeridad y en su rectitud y sentido de autentica espiritualidad sacerdotal. No podía ser más afortunado si en realidad deseaba la orientación como modelo a seguir de quien sinceramente desea servir a Cristo en el sacerdocio. El había trabajado como vicario en la parroquia de Apaseo y conocía y apreciaba a mi familia. Además conservaba viva la imagen de mi tierra natal porque su hermano Juan Juárez y su familia vivían allí y naturalmente se seguían frecuentando. El padre Juárez tenía especiales lazos de amistad con el padre Manuel Castro, con quien yo hacía consultas sobre mi vida espiritual como seguimiento a su dirección en este terreno hasta mi ordenación sacerdotal. El se ofreció a acompañarme personalmente en mi primera entrevista y llegamos a saludarle desde el seminario de donde partimos hasta la parroquia a la que yo había sido nombrado como vicario. Por cierto yo iba manejando el carro volgsvaguen que mi padre me había obsequiado. Me entere de que iba a ser bien venido como miembro de su familia prácticamente, viviendo bajo el mismo techo de la misma casa donde él vivía y donde a la entrada también tenía la notaría parroquial. Sus familiares le hacían pie de casa, y eran su mamá, dos hermanas y la maestra de la escuela parroquial y en tiempo de vacaciones un sobrino, a más del hermano de la maestra cuya estadía era menos corta que la de su sobrino del padre Juárez. Después de mi visita inicial el regreso a mi nueva parroquia tardó un poco más de lo programado, primeramente porque yo pedí una semana para hacer mis ejercicios espirituales en la abadía de san Benito relativamente cerca del seminario donde vendrían a visitarme ambos sacerdotes directores espirituales el padre Castro del seminario mayor y el padre Pérez-Gil del menor, a quienes invite a que me ofreciesen su orientación espiritual y ellos fueron magnánimos en corresponder a ella. Y además porque tuve un percance trágico que me complicó hasta cierto punto la misma vida, no porque yo la hubiese perdido, sino una pobre niña de escasos doce años que desgraciadamente atravesó intempestivamente la carretera detrás de un autobús parado a la orilla de la carretera al lado inverso al que yo cruzara con el autobús al lado en la dirección contraria a la que él se dirigía. Ni siquiera tuve oportunidad de frenar como reacción a mis reflejos porque fue cosa de un segundo verla sobre el carro y luego sus ojos inmensos en frente de los míos que no tocaron en realidad el parabrisas. Lo más rápido posible estacione el carro a la orilla de la carretera y me acerque corriendo a donde la estaban atendiendo a punto de recostarla al lado de donde el camión, fuera de la carretera. Yo tuve la impresión inmediata de que murió instantáneamente y fui al carro para traer los santos oleos y ponerme el alzacuello que tenía en el asiento contiguo al del chofer, esto en medio de los insultos de una pobre mujer que era la abuela de la niña y que se imaginó que estaba por emprender la huída. Quedó inmensamente sorprendida cuando me vio regresar con el alzacuello y los santos oleos que me dirigía a administrarle y en el entretanto de los pasos que nos dirigían a la nietecita me dijo que era la presidenta de la acción católica y en vez de seguirme maldiciendo maldijo a todos los demonios que eran nuestros reales enemigos y principal razón de lo acontecido en semejante desgracia. Yo me puse a rezar el santo rosario a la orilla de la carretera y alguien de un carro particular vino hacia mí preguntándome si se me ofrecía algo y yo le indique avisar a las autoridades de la población cercana que era la pequeña ciudad de Huriangato Guanajuato para iniciar los trámites que competen a la autoridad municipal mientras esperaba lo que tuviese que proseguir con la intervención del personal policiaco de caminos. No recuerdo si fue también a quien entere de que comunicara la desgracia a mi padre en mi casa de Apaseo. Enterado de que la niña que recién perdió la vida dejó a su madre enferma y que estaba terriblemente angustiada con lo sucedido fui a su casita para tratar de darle hasta donde fuese posible algún consuelo implorando el auxilio divino para ella y su hijita y lamentando con conmiseración la terrible tragedia.
Allí permanecí hasta que intervinieron las autoridades que me condujeron a la inspección de policía y al juzgado de Huriangato. No lo recuerdo pero creo que fue ahí donde eventualmente nos encontramos mi papá y yo y el venía acompañado de mi tío Toño Jiménez, que guardaba muy buenas relaciones políticas con diputados del estado. Estas conexiones son muy importantes para asuntos legales que se desarrollan con mayor agilidad y mejor ventura en las desventuras. Como resultado de las negociaciones iniciales, arreglaron que en vez de ser detenido en la cárcel lo iba a estar en toda la población bajo la custodia inmediata del señor inspector de policía que me hospedó en su casa remplazando mi encarcelamiento hasta el lunes en que se tramitaron los requerimientos legales para estar libre bajo fianza mientras se determinaba el arreglo jurídico y la determinación del juez a cargo de mi caso. De manera que ese lunes proseguí a Morelia y me hospede en la Abadía benedictina vecina al seminario donde estuve una semana en ejercicios espirituales terminados los cuales vino finalmente a terminar también mi pequeña y terrible odisea y llegue a mi destino de trabajo ministerial a la parroquia de Huaniqueo y con el señor cura Juárez.
La dinámica familiar en casa del padre Jesús Juárez era de armonía y espiritualidad ejemplar. Sus tres hermanas y la maestra vestían con la discreción austera de la modestia más sobria de imaginar tal vez más allá de lo que sugiere el espíritu cristiano dentro de lo que propone el monacal. Y la madre, en la familia se destacaba no solo por su edad avanzada sino sobre todo por una fortaleza que personificaba el espíritu conservador y tradicional de las costumbres y las virtudes cristianas casi acérrimas. No hubo una sola ocasión en tres años que compartí la mesa con el padre en que alguien más de la familia tomase los alimentos con nosotros. Tenían la cocina tradicionalmente mexicana limpísima y estando al lado del comedor nos servían los alimentos recién cocinados y con la temperatura ideal, sobre todo el café con leche de la mañana y el caldo de la comida. Las tortillas recién terminadas de hacer y los guisos sobrios y sabrosos con su sabor natural moderadamente condimentados. Yo nunca tuve que dar ni medio centavo por todas estas atenciones y servicios que tal vez balanceaban el presupuesto de mis gastos que era modesto en vista de que la parroquia no contaba con los fondos suficientes para costear los gastos de un padre vicario. Entiendo que el señor cura que tenía sus cerdos de engorda echaba mano de estas ganancias para este gasto realmente perteneciente al presupuesto parroquial que sobra decirlo era muy apretado. Yo no tengo la mínima queja de tacañería de ninguna índole en el tópico de la economía. Tanto el señor cura como yo siempre estuvimos conformes con lo que él me ofrecía sin el más insignificante problema de ambas partes. La familia también estaba a cargo del aseo de mi ropa, de mi cuarto que tenia la puerta de salida y entrada al lado del comedor y una ventana siempre cerrada que daba al corral. Cuando tuve mi caballo propio me permitieron usar la caballeriza adyacente a la casa, aunque eventualmente conseguí de una familia amiga nuestra que fueron propietarios del rancho de la Cañada, una caballeriza de la que hacía uso don Germán que la tenía sin ocupar. Considerando que el padre Juárez también tenía su propio caballo, me pareció y así fue que la situación vino a ser más desahogada para ambos animales de este modo. Mis relaciones con toda la familia eran excelentes basadas en un mutuo respeto y una cordialidad no afectada ni exagerada. La autoridad del señor cura marcaba las directrices de sus actividades con la misma actitud que ejercía en su función de párroco de toda la parroquia como su gran familia de la que era celosamente responsable. Era evidente que su celo apostólico se nutría de una profunda vida de oración. Su personalidad austera estaba afianzada no solo en su espíritu de fe sino también en lo vigoroso de su hombría que podía interpretarse como el lado virtuoso del vicio del machismo, en lo cual no hay ningún error sino la integridad consigo mismo de ser todo un hombre. Nos llevábamos de maravilla y nunca hubo ni el menor tropiezo en nuestras relaciones, tal vez por su gran virtud llena de comprensión y tolerancia hacia mí.
El atrio del templo situado a una cuadra de la casa parroquial tenía en el centro una hermosa cruz tallada en cantera con los pasajes o símbolos de la pasión. La fábrica de la construcción total se presentaba como una basílica sin crucero y de dimensiones bastas no solo en amplitud sino también en altura. La imagen más venerada era la de un santo Cristo que tenía su propia capilla y al lado del presbiterio estaba una sacristía en armonía con las dimensiones del templo, guardadas las proporciones que son de suponer. Está de más por decir que la pulcritud y la limpieza impecable del templo, superaba la peculiar característica con que se cuidaba con gran celo la casa parroquial. Todos los días nos turnábamos en la celebración de la santa misa por la mañana y el rezo del santo rosario al atardecer. Con respecto a atender el culto y las actividades catequísticas y otras actividades ministeriales en las rancherías hacíamos algo parecido. El padre Juárez se empeñó en atender las rancherías de la Cañada y Tecacho, cuya feligresía era más humilde y apegada a la Iglesia y sus tradiciones. A mí me encomendó casi con una responsabilidad total para desenvolver mi inquietud y celo pastoral, las rancherías situadas al lado opuesto hacia la ciénaga en contraste con las anteriores orientadas al lado opuesto que era el de las montañas entre el Tzirate lejano cerca de Coeneo y la Leonera vecina a Tendeparacua que era una vicaría independiente de nuestra parroquia. El nombre de las rancherías a mi cargo eran la Puerta de Jaripitiro y pasando el Ojo de agua, las Piedras y Huapeo el pueblecito de Mansa.
En la época de mi estancia la parroquia de Huaniqueo se encontraba antagonizada por un ambiente en el que la energía de sus habitantes estaba fuertemente polarizada en profundo conflicto de actitud hacia la presencia y la labor del clero y de la iglesia. Parece ser que un incidente puede ser interpretado correctamente como posible señal de que este conflicto ya tenía viejas raíces. Se sabía y se contaba entre la gente que un sacerdote había sido golpeado públicamente a media plaza después de ser obligado a entregar las llaves de donde depositaba las semillas del diezmo que fuera saqueado arbitraria y violentamente. También había rumores que parecían fundados y estos eran más recientes de que dos sacerdotes habían dejado mujeres e hijos abandonados en la cabecera de la parroquia y en algunas rancherías. Aparte de todo esto el espíritu liberal anticlerical era característico entre empleados públicos, a pesar de que por ejemplo don Antonio Hernández que era secretario municipal era un católico sincero de comunión diaria y padre de un sacerdote recién ordenado. Era típica casi en todo Michoacán pero sobre todo en Morelia la actitud anticlerical de la universidad de san Nicolás y los estudiantes llamados nicolitas y Huaniqueo contaba con algunos de ellos. El abuso de quienes estaban en cierta posición representativa de poder o superioridad con cierto poder educativo, político, social o religioso no era exclusivo al pasado ni a los incidentes relacionados con el clero, siendo algo que estaba vigente en el tiempo en el que yo trabaje en la parroquia. Y sobre todo creaba un espíritu de adversidad, de enemistad y de odio agresivo cuya actitud radical y militante estaba enraizada en la ideología de trayectoria comunista y laica implantada fuertemente en el tiempo particularmente de don Lázaro Cárdenas mistificado por algunos de sus fanáticos adeptos. Naturalmente la mejor respuesta a todo esto era el que nosotros miembros y representantes vivientes del clero y de la iglesia como sus ministros, teníamos el imperativo incondicional de ser testigos ejemplares del mensaje de Cristo más que con la palabra con el ejemplo sin tacha alguna. Yo trate de hacer lo mejor posible no solo pensando en Cristo como modelo sino también en la virtud singular del padre Juárez. Tal vez tuve aciertos pero prefiero señalar mis errores para enfatizar la persistente lucha de mi espíritu por superar mis tendencias temperamentales y apegadas fuertemente a la fragilidad humana de mi naturaleza y personalidad.
Era un jueves santo y nos quedamos a hacer adoración del santísimo sacramento que siempre pero en este día sobre todo celebra la presencia más definitiva de Cristo en medio de nosotros. Era increíble lo que nos debía de suceder. Un nicolaita provocativo y burlón nos tildó de cobatdes curas y no se que más interponiéndose en nuestro camino, yo lo tome del pecho sobre la camisa y le di un rodillazo en los bajos con este comentario, esto es para que veas que no somos tan cobardes. Lo deje quejándose adolorido y gracias a Dios no intentó con persistir en la reyerta. Realmente este escenario en mi mente pudo ser algo realmente hecho o imaginado tan vehementemente que lo di por hecho. En otra ocasión el maestro del rancho de la puerta que hacía alarde de brabucón vituperando a los curas me dijo en medio del camino cuando yo iba a caballo, yo a usted lo admiro como hombre pero como cura se puede ir al otro mundo. Yo siguiendo su fantochada, comente, es mejor que usted se valla con cuidado porque este hombre del que habla también es el cura y sin remedio. El siguiente caso se refiere al odio violento como prejuicio. Yo invite a dos amigos de la parroquia a un cursillo de cristiandad en la parroquia de Zacapu. El día o más bien la noche que llegamos no tuve oportunidad de encerrar mi camioneta en el garaje y la estacione al lado de la entrada de la casa parroquial. Mi sorpresa fue que al ir a celebrar la misa al abrir la puerta de la calle me sorprendió ver el parabrisas hecho pedazos y era verdad por increíble que me pareciera. Pero el colmo vino a ser algo que por negligencia médica casi me muero de una peritonitis crítica a punto de explotar. Yo padecía desde mi adolescencia en el seminario de agudos cólicos que atendía esporádicamente cuando se convertían en un dolor insoportable. Iban y venían por temporadas y nunca me cure ni me trate con seriedad. Era la noche de un sábado en que el señor cura estaría fuera atendiendo las rancherías que acostumbraba atender y a mí me tocaba atender las de la parroquia y en esta ocasión a los adoradores de la adoración nocturna que a duras penas termine de confesar. Me fui a dormir sin poder conciliar el sueño por el dolor que no pude soportar más, a altas horas de la madrugada. Toda la familia en la casa parroquial se despertó y viendo que no me calmó ningún remedio casero fueron a despertar a dos maestras sobrinas del Doctor Tito Gómez que cuando llamaron no me quiso atender, tal vez entre otras razones por cierto anticlericalismo o por el orgullo de identificarse entre la casta liberal, en este caso malentendida hasta el extremo, sobre todo por su profesión. Las maestras según supe después tuvieron que tomar por asalto su dispensario saltando por la azotea, ya que eran vecinos y consiguiendo una inyección para calmar el dolor que sí trabajó y me trajo alivio. Fue de notar que la persona que me inyectó fue la partera del lugar y dio ocasión a que mis compañeros sacerdotes me hicieran la broma preguntándome si era verdad que fueron mellizos. Por larga temporada desde recién llegado a la parroquia el señor Cura había establecido como obligación de los representantes que él eligió de las rancherías el que viniesen para conducirme a sus ranchos viniendo por mí. Recuero que yo establecí una verdadera amistad con dos de ellos. Américo el encargado de la Puerta de Jaripitiro y Arturo del rancho de Mansa. Ellos también hacían arreglos de donde tomaba mis alimentos y pernoctaba cuando se hacía necesario. Sus familiares de ambas familias establecieron también conmigo un especial afecto y trato de amistad. A pesar de que el rancho de la Puerta era mucho más grande y tenía más habitantes, las personas que acudían al templo para la santa misa y otras actividades piadosas o sacramentales, era considerablemente reducido. La mayoría de las personas de este lugar, excepto algunas familias muy católicas, eran reacios y conscientes adversarios del culto y de las actividades ministeriales del clero y de la iglesia, esto desde el tiempo de la persecución y el cardenismo. En Mansa no era así, sino por el contrario era notorio que teniendo menos población casi toda la gente participaba del culto de la santa misa, sobre todo los domingos, y también acudían de más pequeños ranchos vecinos. Sin embargo, carecían de un templo y el culto tenía lugar en alguna casa particular que en más de una ocasión presentó serios conflictos para proseguir en el lugar. Sobre todo el que se originó como resultado de lo sucedido y sus serios inconvenientes por narrar. Recuerdo el patio de la casa de esta familia en la que cuando estábamos celebrando unas misiones, el dueño fue asesinado a quema ropa a tiro de pistola y el sospechoso que tomó justicia en sus manos, según se murmuraba por asunto de honor andaba huido, y todo este enredo no era indiferente al propósito de la comunidad para reunirse tranquilamente en paz en donde antes del incidente no existía este problema. Un señor que era conocido como don Maca nos prestó un pequeño lote que estaba al lado de su casa en el centro de la población y allí casi en medio de la calle por algún tiempo estuve celebrando la santa misa y atendiendo a quien lo pedía en confesión. Yo me hice particular amigo de este señor y lo convencí de que nos vendiera a la comunidad su pequeño predio a un precio casi simbólico y terminó por donarlo si en verdad yo creía que era factible su construcción. Para esto hay que hacer notar que a mí me encantaba un santo Cristo de tamaño conveniente para poderlo traer de la casita de su dueña a donde se celebraba la misa, era realmente precioso como una joya de arte por su finura bella y su expresión exquisita y delicada. La señora dueña del Cristo también me ofreció donarlo en caso de que yo lograse llevar a feliz término el proyecto de una capilla. El hecho es que puse toda mi energía y creatividad en movimiento y con el apoyo de los comisionados y catequistas logramos la construcción del templo. Yo le dedique un poema grabado en piedra al santo Cristo de la cruz de piedra a quien desprendí de su cruz que me pareció un tanto deteriorada y en un ventanal triangular de ónix que mande hacer con una cruz negra de mármol y sus clavos de plata fue colocado como ventanal que hacía lucir sus líneas bellamente con los tonos de luz que le daban el ónix preciosamente transparente. Esta ranchería de Mansa celebraba como fiesta del pueblo los días patrios del quince y dieciséis de septiembre. En vista que la devoción al santo Cristo arraigó de lleno en la comunidad convenimos en que siendo el patrón del lugar el santo Cristo celebrarían su festividad religiosa los días catorce de septiembre de cada año, día de la santa cruz. Cuando la capilla estuvo terminada yo invite a las madres catequistas guadalupanas en cuya congregación misionera mi hermana Lupita era miembro viviente, consagrada con el nombre de Violeta. La madre Dolores accedió a que diéramos una misión por una semana para establecer la fiesta patronal y bendecir formalmente la capilla que esencialmente parecía terminada. Esta bendición de Dios de mi trabajo ministerial, es algo más que entre otras Dios me concedió y he llevado en mi corazón con singular afecto. Algo irónico al respecto es que después de algunos años toda la capilla fue renovada y reconstruida y ampliada por iniciativa de quienes fueron mis catequistas y las catequistas del lugar. Digo ironía porque el dueño que donó el terreno según supe les comentaba, ya verán lo que tendrá que decir el padre Esquivel cuando se entere que acabaron con su capilla. En verdad me llenó de satisfacción el que lo hicieron porque puso evidencia su dedicación y celo apostólico de lograr algo iniciado por mí y renovado por ellas con el apoyo de toda la feligresía sin el mínimo requerimiento de parte mía. Creo que esto fue el fruto del interés de los padres de estas chicas cuyo liderazgo se afianzó con la educación que asimilaron a fondo en la escuela de campesinas de la Labor localizada en la cercanía de la parroquia de mi pueblo natal ciudad de Apaseo el Grande. Esta experiencia de estas chicas, María Elena Tovar y Aida González de Mansa y Amparito Zavala de la Puerta, hija de Américo fueron realmente señal de un gran triunfo que me permitió la divina Providencia como respuesta de verdadera confianza de los padres de estas chicas por la confianza que yo estratégicamente me fui ganando de ellos demostrándoles también una señalada confianza. La oportunidad de promoverla y de que se desarrollase fue el invitar a mis hermanas que me visitaban de Apaseo a que conviviesen en sus casas como familiares durante el tiempo de su estadía. María Elena hija única de don Chema Tovar dio el paso inicial, cuando le permitió viajar y visitar la escuela con ocasión de una visita que hizo a mi casa invitada por una de mis hermanas. Más tarde Don Chema personalmente invitado por mí se hospedó en la casa de mis padres con motivo de trasladar un becerro fino que crecería como semental y que me obsequió mi cuñado Ernesto para la construcción de la capilla. Yo no recuerdo si lo vendí a Chema que estuvo interesado en tenerlo, porque creo no haberlo rifado como lo hice con el caballo retinto que para el mismo propósito de la capilla me obsequiara mi tío Prócoro. La experiencia de Chema gran amigo mío y todo un caballero, honor del rancho de Mansa y veterinario práctico con gran clientela pasó una noche que no fue del todo venturosa. Como me tenía gran confianza y tanto él como yo éramos muy francos me contó como en medio de la noche se levantó para ir al baño y no pudo regresar a la cama por temor al perro que estaba pendiente de él a la salida del baño. Ya pasado el apuro nos moríamos de risa al recordarlo y felizmente su regreso deseado con el sueño de ver crecer un hermoso novillo fue más venturoso. A mí se me ocurrió que la hermosa yegua que montaba podría mejorar la raza si tuviese un lindo potrillo que crecería entre el ganado en los terrenos de pasto de los que era dueño don Chema. Yo sabía de la historia de un caballo famoso semental en la región de san José de Gracia en los límites de Michoacán y Jalisco. Y no sé en qué arte pero me informe que su dueño era un sacerdote amigo de don Lázaro Cárdenas que sabiendo que el caballo se despaletilló y en vez de sacrificarlo se lo dio como regalo. Fue así como Arturo mi amigo de Mansa con ayuda de su hermano el Chino emprendieron el viaje de ida y vuelta, ellos en su camión de redilas y yo como vigía en mi carrito Volgsvaguen. Este fue el origen de la estrella una linda yegüita que de recién nacida quedó huérfana, porque la granada que era la yegua madre desgraciadamente murió de septicemia. La familia de los Sánchez que contaba solamente con dos hombrecitos, Enrique el mayor y su hermano Antonio tres o cuatro años menor del que yo fui padrino de primera comunión, tenía como cabeza de familia a la medre que se llamaba Margarita y era principal responsable de sostener a la familia, con escasos recursos bien limitados a pesar de ser dueños de la propiedad de Jesús María. El padre dejó el hogar desde algunos años anterior a nuestra llegada del señor cura y mía. Las cuatro hermanas mayores que los niños, no podían hacer gran cosa para aliviar el problema y resolver la dificultad de una escasa economía. De manera que cuando la hermana mayor cuyo nombre era Aidé solicitó mi consejo de si debiera o no trasladarse a Morelia en busca de trabajo y contó con todo mi apoyo. Aunque yo estaba un tanto escaso de recursos le facilite una cantidad moderada pero significativa ante sus circunstancias. Y cuando a los dos o tres meses vino de visita y trató de saldar la ayuda entendiendo que yo me sentí con cierta molestia ante mi deseo de ayudarle, vino a sorprenderme en su siguiente visita con una linda estatua de un hermoso caballo levantado en las patas traseras y lindamente agarrado de la brida por una amazona posando a su lado. Todas estas chicas que eran de muy buen ver e inteligentes siguieron a la mayor en busca de futuro en la misma ciudad de Morelia. Recuerdo que Margarita trabajó en una papelería y le estaba yendo bien según me platicó mi hermana Lourdes que se hizo su amiga. Casi todos los días al ir a misa o salir del rosario nos encontrábamos por estar a la pasada del templo a la casa parroquial y siempre fueron muy atentas y amables. En realidad mi única amistad con ellas era por mi yegua la granada a la que consentían con un poco de trébol cuando yo la paseaba al regreso de mis visitas que hacía a las rancherías, y termine por ser su cliente, pues esta pastura que venía de su propiedad, era una de las fuentes de su economía.
El señor cura había elegido como sacristán a un joven cuyo nombre no recuerdo bien, creo que era Miguel y le llamábamos el chino por el estilo de su pelo. Este joven era muy amigo de varias personas y familias clave en la comunidad de Huaniqueo, tanto de quienes tenían que ver en asuntos civiles como eclesiásticos, de manera que era un excelente recurso informativo para el señor cura que amigablemente lo tenía al día sin rayar en la chismografía. Casi todas las familias respetaban y reconocían al señor cura por su integridad y por su labor educativa y su vida ejemplar. Por las mismas o parecidas razones que el doctor, el receptor de rentas presumía militar en la extrema política opuesta, y al parecer con puntos de vista muy recalcitrantes en contra de la personalidad y lo que representaba la persona del señor cura a quien consideraba adversario, tal vez su enemigo. Don Jesús Juárez era consciente de esto y evitó a toda costa cualquier fricción con gran prudencia en su juicio, pero con gran valor en su proceder que jamás dio muestras de incertidumbre o la más lejana sombra de temor en lo que a su juicio era lo que debía hacer, lo cual siempre hacía como cumplimiento de su deber. Por alguna razón todas estas personas como el señor receptor con tendencias liberales me saludaban amablemente y aun con cierta simpatía, sin mostrar señales de hostilidad, incluyendo al doctor Tito a quien nunca confronte en mi favor por faltar a su juramento ante Hipócrates, de quien tal vez no tuviese ni noción. A pesar de que se suponía que yo debiera vivir en extrema modestia, limitado de toda clase de bienes materiales por la situación de la economía parroquial, no sé ni cómo pero al fin de cuentas en los tres años de mi estadía conté con el uso de mi carro Volkswagen, una camioneta Dodge y casi cuatro caballos contando con la cría de la Granada. Yo no tenía para comprar ni sostener adecuadamente el mantenimiento de ninguno de ellos y sin embargo mal que bien nunca a nadie nos faltó nada. Recuerdo que a la muerte de la Granada mi tío que me la obsequiara me prestó una yegua fina con una tremenda charrasqueada en la cara y junto al ojo izquierdo, pero que le afeaba solamente un poco sin afectarle la vista. Cuando me regaló para la capilla un caballo retinto que rifamos en Mansa, se la llevó de regreso a petición mía sabiendo que eventualmente terminaba mi estadía en la parroquia. Y a todo esto olvidaba que también tuve una motocicleta que cuando manejaba en Zacapu la montaba con mi amigo Héctor de quien decían nuestros compañeros sacerdotes que era más loco que yo por hacerlo. Este gran amigo no solo era cuerdo sino finísimo conmigo, pues cuando me invitaba a comer a su casa, su mamá se lucía con sus mejores platillos y él me ofrecía para que eligiera de entre varios vinos. Casi cada mes nos veíamos en la conferencia sacerdotal y cuando me presentó sus amistades, sus amigos se hicieron excelentes amigos míos. Sobre todo la familia Lara me apreciaba y permitió que su hijo Ramón, un excelente muchacho que pidió acompañarme a visitar mi familia. Tuvo la suerte de que se lo permitieron disfrutando lindamente de la experiencia de tres días de visita por el Bajío del estado de Guanajuato. Héctor también me acompañó y en vez de tres días en veinticuatro horas hicimos un viaje parecido solamente para hacer rendir un negocio con el padre Manuel Camacho que nos rentó su carro para atender a al cantamisa, de nuestro amigo David Silva que fue celebrado en la ciudad de Jiquilpan. Nosotros dejamos de atender el banquete por el propósito al que me he referido, al fin del cual nuestro gran éxito fue el de terminar rendidos de cansancio de tan largo viaje en tiempo tan corto. Hay una experiencia inolvidable con este grupo de amigos de Zacapu que se entusiasmaron a escalar la montaña de donde se divisa toda la laguna de Cuitzeo y se levanta sobre la vicaría de Tendeparacua vecina a Huaniqueo. Nos extraviamos en el camino y solamente escalamos hasta la cumbre donde se suponía nos reuniésemos todos, nada más una mujer Cristina mi hermana y casi también Luz María Lara hermana de Ramón que estuvo por llegar pero se sintió agotada. Y de hombres logramos escalar hasta la cumbre un joven de la familia Ibarrola, Héctor y yo, Ramón se quedó atendiendo a su hermana a nuestro regreso. Los perdidos solo llegaron a medio camino según nos contaron al reunirnos en el punto de partida.
En la parroquia de Zacapu había unas religiosas dedicadas a su especialidad de servicio social que atendían maravillosamente un dispensario médico en toda la parroquia. La congregación tenía su casa madre en los Angleles de los Estados Unidos en California. Héctor me platicó que me invitaba a acompañarlo y ya lo había propuesto a la madre Celina a cargo de esta visita con algunas chicas interesadas en conocerles. Héctor me dijo que se sentía mejor si yo le acompañaba y en pocos días hice todos los arreglos convenidos aceptando su invitación.
El camino en autobús fue tremendamente largo hasta Tijuana de donde partimos a san Diego que fue la primera ciudad donde pernoctamos del lado americano para preparar el viaje a los Anglas. Contemplamos el primer atardecer del punto más saliente del litoral del Pacifico en donde se encuentra la base naval cerca de donde estábamos. También visitamos el zoológico como famoso punto de interés en la ciudad. Llegamos a los Ángeles y nos dirigimos a san Fernando y santa Mónica visitando los lugares de las misiones franciscanas que fue recordar la memoria del gran misionero que si no lo era bien debía, ser san Junípero. En la llegada a ambos conventos se nos dio una sincera y cordial acogida acompañada de un convivio para dar oportunidad de que las chicas conversaran y socializaran en un ambiente juvenil. En los Ángeles visitamos su famoso acuario y el área vacacional en las montañas. A mí me impresionó la visita al monasterio de Vayermo donde conocí a algunos monjes del Tíbet que allí residían indefinidamente, habiendo sido arrojados fuera de su tierra milenaria y sagrada por la invasión comunista china. En esos momentos jamás podía ni imaginar que muchos años después cuando atendí los votos conyugales de mi hija, al dirigir en alta voz una breve alocución mencionando en el monasterio tibetano los nombres de Dios y de Cristo, fui también invitado a salir por los monjes temerosos de la vigilancia china. Partimos para san Francisco para conocer la universidad de Berkeley y la hermosa área de san Rafael. En la universidad conocí un padre dominico que nos dio a conocer un programa de desarrollo humano de la comunidad en que los muchachos participaban en el verano y años después yo le invitaría a venir a la ciudad de Salamanca del lado de la refinería a que nos visitasen para experimentar recíprocamente el posible éxito de su programa. Enviaron nada menos que cuarenta personas sobre todo estudiantes acompañados por una familia. El puente del golden gate como meciéndose allí sobre la bahía aparece a guisa de un palomar de ensueño de seres humanos mirando a la inmensidad sobre el inmenso Pacífico, y pasando luego a visitar el Sausalito, allí donde me prometí regresar sin haberlo planeado, lo cual hice muchos años después en viaje con mi esposa que nunca en aquel entonces soñé tener.
En honor a la verdad no recuerdo con plena certeza cuando fue que negocie el cambio de mi carrito volgswagen y me hice de la camioneta pick up de la Dodge. Conjeturo que el trato lo hice en una agencia de carros en Zacapu con un amigo cuyo nombre no logro recordar, creo que su apellido era Sanromán. Lo que sí recuerdo es que hizo el cursillo conmigo y los otros dos nuevos cursillistas que invite de Huaniqueo. El fue muy gentil conmigo, y siempre le agradezco algo que guardo en mi memoria, que en cierta ocasión que venía con mi hermana Enriqueta del Bajío se nos ponchó una llanta y ya avanzada la noche tuvo la amabilidad de hospedarnos en su casa para el día siguiente emprender nuestra marcha a Huaniqueo. Debió motivarme a este cambio el hecho de que el señor cura se hizo de una camioneta de la inernational y naturalmente considerando el estado de los caminos de brecha que tenía yo también que recorrer me convencí de la conveniencia de este cambio. Así fue como me despedí de mi primer carro que por poco va a dar conmigo al lago de Patzcuaro por aquella curva con grava que tome y me fui derrapando hasta que dio semejante voltereta. Gracias a Dios terminó del lado de la cuneta a la ladera de la montaña en vez de seguir hacia el lago del lado contrario a considerable altura. La maravilla de este incidente fue que me serene y logre abrir la portezuela del chofer que estaba hacia arriba en vez de la orientación normal, tanto ella como yo en vez abrir hacia el lado y de sobre el piso y con tremenda abolladura sobre el techo que apenas logre salir. Estaba con las luces prendidas y no recuerdo si el motor ya estaba apagado o yo lo apague. El hecho es que calcule que si lo poníamos sobre las llantas evitaría la intervención de los federales de caminos. Entonces busque el lugar más estratégico para detener a alguien que me diera la mano en el percance y a diez o quince minutos de tratarlo paró un camión de carga cuyo chofer no se en que arte pero como resultado de su ingenio y nuestro esfuerzo logramos seguir el plan de ponerlo sobre las cuatro ruedas. Él le checó el aceite y me dijo que lo echara a andar y sucedió que el motor trabajó de maravilla conmigo como soterrado y hecho medio nudo sobre el asiento por el problema del techo, pero logre llegar a la parroquia donde el señor cura me esperaba desde más temprano muy preocupado, y más impresionado al ver el estado del carro, pero yo sin ningún golpe ni lastimado en ninguna forma. Tal vez a él le fuera más necesaria la copa de coñac que me ofreció casi hasta los bordes. Increíble como sacerdote y como amigo.
Las visitas del cardenal Posadas a Huaniqueo y la de mi padre fueron tal vez las más gratas e increíbles que tuve de la estadía en esta parroquia y en la casa del señor cura donde vivía. Recuerdo en particular estas dos visitas porque tuve que conseguir ropa tanto para el entonces padre Posadas como para mi papá, aunque fue por diferentes razones. Fue fácil entusiasmar al padre Juan Jesús a acompañarme por dos días a Mansa a donde aceptó que lo haríamos yendo a caballo. En vista de que la ropa, sobre todo los pantalones de casimir le eran muy incómodos y no apropiados para montar, se me ocurrió y le dije que yo le conseguiría unos de dril para que viera si se sentía mejor. Pensé que don Octavio Huerta que era alto y fornido y de complexión parecida la de uno a la del otro, sería la persona indicada para solicitar lo que necesitaba, a lo cual el accedió de buen grado teniendo un gran éxito mi plan, porque mi amigo que me acompañaría se quedó feliz después de probárselos y ya no se los quitó sino hasta el final de nuestra jornada.
Yo estaba feliz de sentirme acompañado de tan apreciable y digna compañía y mi maestro inolvidable y más honorable amigo que he tenido en mi vida me daba la grata impresión de disfrutar esta linda y sencilla experiencia, no solo no mostrando ni fatiga ni fastidio sino todo lo contrario, su excelente humor y su amabilidad franca y espontanea hacia toda la gente que deseaba saludarle y conocerle. Arturo siempre me seguiría preguntando o comentando recordándole con el orgullo de haberlo conocido. Nunca pudo entender cómo fue posible que lo hubiesen acecinado siendo la persona según su apreciación más digna, noble y sencilla que hubiese conocido. La ropa que necesitó mi padre tuve que comprarla en una tienda de ropa vecina a donde vivíamos. Yo me empeñe en que convenía que compartiera conmigo por donde yo andaba acaballo y ya que le interesaba la compra de lenteja le dije que era muy conveniente que podíamos ir por la ruta de los sembradíos hacia la ciénaga por donde estaban los plantíos. Mirando al cielo nublado argumentó que sin duda llovería y mi comentario fue que esos nublados estaban así casi todos los días y no llovía a diario, de manera que era improbable que lloviese. Como las más de las veces según mi abuelo decía que yo era el único que sacaba a mi padre de sus casillas, de manera que montó conmigo a caballo de ida y vuelta como por tres horas, con el inconveniente de que ya cuando estábamos por llegar de regreso se soltó el más terrible aguacero mojándonos hasta la medula de los huesos. Lo interesante de este asunto es que sí hizo negocio y envió a mi tío Bernardo acompañado de mi tío Alfonso de visita en Apaseo manejando dese allí hasta el rancho de la Puerta, donde cargaron después de pesar toda la lenteja comprada. Carlos mi hermano que estuvo visitándome por una temporada de sus últimas vacaciones del seminario, porque fue su segundo año y ya no regresó, aprovechó el viaje a casa y se fue con ellos. Yo no supe de sus peripecias del regreso de las que más tarde me enteraron, porque también los cogió un aguacero que hizo lodazal la terracería del camino y tuvieron que usar yuntas de bueyes y un tractor para salir del atascadero.
Mi padre no entendía que mis labores ministeriales de sacerdote tuviesen que ser en lugares tan insignificantes y complicados, contrastando con otro ambiente social y económico mejor desarrollado y alguna que otra vez me dio a entender si tal vez yo no tuviese la capacidad de desenvolverme en ese ambiente, siendo esta la razón de lo que él consideraba ser una desventaja para mí. La verdadera realidad es que a mí me salía del corazón el deseo de servir en estos ambientes más humildes o más complicados y lo consideraba como algo que yo prefería como Cristo lo hubiese preferido. Yo le hable al señor cura a este respecto y le sugerí si podría considerar que me alternara con él y si lo consideraba pertinente trataría de ayudarle en la posible construcción de una capilla en la ranchería de Tecacho a lo cual nunca hizo comentario alguno y yo ya no le insistí más. A partir de entonces empecé a considerar si mi aprendizaje en otros ramos del apostolado sería algo que me beneficiaría para servir a la iglesia en distintos terrenos y diferentes ambientes, especialmente en el movimiento familiar cristiano y en los encuentros conyugales que estaba interesado en aprender. Esto lo platique al Obispo Salvador Martínez Silva que me ordenó sacerdote y a los pocos días aconteció mi cambio para la parroquia de san Antonio que anteriormente era una vicaría a cargo del padre Rafael Campusano de familia charra y famoso jinete del seminario, una y otra cosa cotejaba en un panorama nada extraño, que se relacionaba con mi currículo vacacional, con mi tradición familiar y con mis aficiones. Algunos de mis amigos me preguntaron que me querían complacer haciéndome una despedida y yo les dije que era muy difícil de realizar lo que quería. Ellos se empeñaron en saberlo y les dije que quería ir hasta la punta del Tzirate a tres mil quinientos metros sobre el nivel del mar y compartir mi música favorita en un pasa día con un almuerzo de lo que se les ocurriese poder llevar. Naturalmente solamente lograron entusiasmar a tres personas más que eran músicos que tocaban instrumentos difíciles de cargar, pero lo hicieron muy a mi pesar, ya que no los pude disuadir que eso era una puntada que se me ocurrió como sueño ideal casi imposible y no como algo real que lo tomaron tan en serio. En realidad me sentí mortificado de ver cuando las subidas se tornaron más difíciles de escalar, ver como se pasaban un instrumento, más grande y estorboso de manipular que el violín en sus dimensiones. Aparte de este inconveniente el frío de la cumbre apenas soportable nos obligó a comer de prisa para regresar antes del anochecer. Valla que fue una despedida maravillosa, de la que lo mejor era el paisaje de la laguna de Patzcuaro y las montañas más altas de Michoacán y alguna que apuntaba hacia el Bajío.
Hay algo que no puedo ignorar y que especialmente tengo que agradecer al padre Juárez. Se trata de la forma exitosa en que me ayudó para lograr lo imposible haciéndolo posible. Tiene que ver con Carlos mi hermano que sin duda nació con buena estrella, aparte de que Dios le dotó con una inteligencia perspicaz y una personalidad más que regularmente agradable. Resulta que al salir del seminario estudió la secundaria en Apaseo y sus documentos no fueron procesados puntualmente para ser procesados con las expectativas de una preparatoria para la universidad más seria y formal, cosa que el con la ayuda de mi padre y alguien de la secundaria quedaron de hacer en las oficinas de Guanajuato. Yo por mi parte estaría tramitando su solicitud a la casa Loyola en Guadalajara bajo la dirección y los auspicios de los padres jesuitas. Claro, esto requirió convencer a mi padre de invertir en mi hermano si realmente quería exigir de él que tuviera éxito en sus estudios en vez de perder el tiempo sin real interés en una preparatoria sin demanda hacia él y sin la seriedad mutua de ser productivo y trabajar duro para hacer valer lo invertido y el éxito de su futro profesional. Estoy orgulloso de que lo logre y mi padre decidió costearle sus estudios a ese nivel aunque tal vez por su economía pareciese desproporcionado. El padre Juárez estudió con los jesuitas en Montezuma en los Estados Unidos y fue amigo íntimo del hermano Grajales encargado de procesar la documentación de los aspirantes a la casa Loyola. Los documentos requeridos estuvieron listos hasta después de la fecha límite para ser aceptado y no parecía que existiera forma de resolver el problema porque la matrícula lo mismo que las oficinas para el caso estaban cerradas y nuestra solicitud de prórroga fue rechazada. El padre contactó al hermano Grajales que nos citó en determinado día y hora para introducir más o menos clandestinamente los documentos para hacer acontecer el sorprendente milagro de que sin nadie saberlo de quienes debían y si creyendo todo lo contrario, Carlos estaba inscrito habiendo sido misteriosamente matriculado y estando en la lista de quienes habían sido aceptados. Hasta la fecha él, Carlos no se imagina lo que nos hizo sentir, cuando viajamos desde la madrugada con Rafael, excelente chofer hermano de Arturo y entrando al edificio para arreglar la entrevista desapreció con mi carrito Volkswagen apareciendo hasta las mil quinientas de nuestra tensión nerviosa por el desaparecido que no estaba listo para aparecer donde y cuando debía. Lo bueno es que casi todas las verdes a través de los años las convirtió en maduras, logrando ser no solo un hombre de bien, sino una persona brillante con una gran personalidad empresarial y un éxito capaz de beneficiar no solo a sus clientes sino al personal feliz de trabajar en su empresa. Yo me siento satisfecho de lo poco o mucho que colabore en una labor fraternal placenteramente imperativa a través de algunos años más en que se sintiera apegado a mí, orgulloso de favorecer su desarrollo humano y calificaría también axiológico en cuanto que con palabras y hechos hasta donde pude compartí con él lo importante del sentido de valores universales que son la base de un éxito verdadero en la vida, en la conciencia y en la sociedad. Ya hare mención de esto en sus futuras visitas, venturas y aventuras, a Dios gracias sin desventuras, donde me encontraría después de Huaniqueo que fue en la ciudad de Salamanca.
Me complazco en poner al día la inspiración que me determinó a dejar un mensaje como testimonio de mi misión sacerdotal en Mansa y Hunaniqueo dedicando un poema al santo Cristo de la Cruz de piedra, como símbolo de la roca de los salmos que identifica a Dios como roca inconmovible de salvación.

Al santo Cristo de la cruz d piedra
Inconmovible roca de la fe Cristo en la cruz
Que con amor eterno resucita y nos salva.

Divina salvación el alma medra
La esperanza de ti que no se cansa
Y aquí está Cristo en su cruz de piedra,
La paciencia de Dios que no descansa.

¡Oh mortal que caminas como hiedra
Para abrir su costado con tu lanza,
Despójate del miedo que te arredra
Por haber traicionado su confianza!

Su voz del corazón está llamando
Al morir en la cruz crucificado,
Amor eterno lo ha resucitado.

Cristo el hijo de Dios nos sigue amando
Con amor inmortal que nos conmueve,
¡La roca de la fe jamás se mueve!
Cristo en la cruz
Que eterno resucita,
Nos sigue amando.

Finalmente terminare con una alusión a mi actividad ministerial en esta época de mi vida aludiendo a dos experiencias simbólicas de gozo y de pena, elementos que de lo particular a lo universal siempre acompañan nuestras experiencias vividas. Comienzo con lo de la pena para después sentir en la boca un poquito más el sabor agradable del gozo y su placer. Fueron dos o tres horas de camino abrupto en la oscuridad, como si me hubiesen vendado los ojos, solamente en la distancia se veían unas cuantas lucecitas de una pequeña ranchería que se llamaba las Piedras. Yo que estaba dando misiones en Mansa, debí venir a Huaniqueo a celebrar misa ese domingo por la tarde, para después regresar ese mismo día y continuar con la responsabilidad de la misión.
Para llegar más pronto tome el camino más difícil que era el que más me gustaba. Se llamaba el espinazo del diablo y esa noche temía que me hiciese una mala pasada de los tormentos del infierno. Era una subida complicada por lo abrupto de la vereda tanto para subir como para bajar a pie o a caballo hacia arriba o hacia abajo muy desnivelada. Todo esto y sobre todo el bello panorama para mi gusto personal, me fascinaba. La cosa fue que la noche sin luna se me vino encima y confiaba en la buena vista de mi cabalgadura que era la yegua charrasqueada. Resulta que después de tratar y tratar por mil maneras de hacer brincar a la yegua una acequia en realidad no demasiado ancha, se amachó con una terquedad más grande de la que se tuviese reunida la de todos los machos y mulas del mundo, y no logre hacerla brincar. Use la cuarta, las espuelas y hasta el freno dejándola solo con bozal y nada. Finalmente la amarre de un árbol aparte del camino que no fuese vista fácilmente si lograse ser vista en esa oscuridad y trate de seguir la vereda que casi no se distinguía en medio del cerro. Fue terrible cuando me sucedió lo que temía y fue que vine a parar al lado del arroyo donde definitivamente no era posible caminar. Así y con todo me sirvió de orientación mirando en la próxima lejanía las lucecitas de la ranchería. Me caí mil veces y me levante cien mil dando más que pasos, los traspiés sin fin, que deje de contar. Me perdía y me volvía a encontrar hasta que después de dos o tres horas sentí que oía los ladridos de los perros que no me daban el consuelo que más necesitaba para entrar al caserío en busca de ayuda. Logre acercarme a la casita de un amigo, muy buen charro, que se llamaba Celso y me conocía y estimaba. No podía acercarme demasiado por temor a los perros y gritaba su nombre con todos mis pulmones. Alguien debió irle a advertir de mi llamada que atendió después de haberme desgañitado a gritos. Pero padre que anda haciendo por aquí, que le ha pasado. Cuando le entere de mi desventura de inmediato fue y ensilló dos caballos y en menos de media hora ya estábamos de regreso. La sin vergüenza yegua se merecía una charrasqueada en el otro ojo si se pretendiese recordarle el resto de su vida de mi desgracia. No tuvo ningún empacho en brincar la zanja de inmediato y sin problema alguno detrás de los otros caballos, Celso la llevaba cabestreando. Llegamos, pasada la media noche a la casa de Chema que estaba incierto imaginando y preguntándose qué habría pasado conmigo. Y en realidad no había pasado nada, sino un percance de la vida.
Todos los años en torno al mes de septiembre en el otoño el paisaje visto desde la altiplanicie camino a Mansa a través de los potreros y pastizales para ganado es una maravilla que se extiende a la vista ante el espectáculo de todos los colores de los girasoles sobre todo color de rosa en miles de contrastes y diversas tonalidades en el inmenso panorama de toda la ciénaga.
Me sentía lleno de feliz nostalgia saboreando en un futuro venidero el recuerdo de todos los presentes, sintiendo que el que estaba viviendo tal vez era el último de ellos. Y esta experiencia era apenas la obertura de un extraordinario día en que finalmente estaba por conocer la hacienda del Cuatro vecina a Mansa donde se había trasladado la ganadería de toros bravos de san Mateo tan admirada y reconocida en la historia de la fiesta brava de mi inolvidable patria y sobre todo de mi familia aficionada a los toros desde las generaciones más antiguas de la rama de mis mismos abuelos paternos. El caporal responsable se daba a conocer con el nombre del Santanero. No debíamos de ir para entrar a los pastizales de la ganadería sino Arturo y yo guiados sigilosamente por el Santanero que parecía medir con el olfato los terrenos de los toros y el secreto de sus reacciones estando entre la manada o solitarios alejados de ella. Yo sentía una sensación formidable de arrogante atrevimiento ante lo impredecible, pero confiaba en el conocimiento y la serenidad cautelosa y a la vez connatural por su oficio del caporal que gentilmente accedió a mi deseo de permitirnos experimentar esta atrevida aventura. Nos señaló todos los ejemplares del siguiente encierro para la corrida de Octubre en Guadalajara que yo no me perdería por todo el oro del mundo. Y cuando llegó la ocasión creo que me interese más en identificar a los toros que los lances de los toreros. Como debía regresar a resolver mis pendientes en la parroquia, disfrute como un derroche de plenitud estética cabalgar por la montaña viendo el paisaje del atardecer tan bello o mucho más que el de la mañana con la puesta del sol y después del paulatino advenimiento del atardecer y la caída del sol contemple el encenderse la noche infinita llena de estrellas tan lejanas. Me hubiese gustado contar con la eternidad para despedirme de Mansa.

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