sábado, 31 de marzo de 2012

Axiologia de los valores sacerdotales

Axiología de los valores sacerdotales como ideal
Y su actualización a la realidad

Rapsodia nueve. Seis años de ministerio en Salamanca
Exordio tercero
Todas las actividades laborales del ser humano comparten la misma dignidad en cuanto que son un servicio para el bien personal y social de la humanidad incorporándolas dentro del orden de la naturaleza como que es la obra del Creador y su divina Providencia. El ideal puede ser considerado como una meta inagotable de estímulo hacia un objetivo de perfección que estimula a su actualización en un contexto en el que jamás se extingue, siendo fuente de inspiración y realización en la vida humana. En este sentido la actitud laboral dignifica a la persona no por la categoría del oficio y sus funciones en sí mismas sino por la recta intención y la autenticidad de realización de parte de quien decide desempeñar la actividad o el oficio que se propone. Si eres un barrendero tu objetivo es ser el mejor barrendero del mundo, y sin duda serás más digno que si fueses un magistrado y tu propósito no fuese el de ser el mejor magistrado del mundo. El destino del hombre es tan grandioso como lo define Cristo. Sed perfectos como es perfecto mi Padre celestial. Aunque parce absurdo. ¿Quién puede realmente ser tan perfecto como Dios el único absoluto y necesario en su esencia y existencia?

Nadie como Tú agota el ideal
De ser quien eres, ¡perfecta realidad!
¡Oh ser divino de tu divinidad
Y único absoluto, tu ser real!

Nuestro ideal debiera ser el de orientarnos por este hecho de la fe y de la razón iluminado por la luz del mundo que es Cristo y que declaró para todo mundo: “sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto.” Y algo similar enuncia la filosofía idealista de la crítica de la razón práctica en el postulado maravilloso de actuar de tal manera que nuestro comportamiento, en este caso laboral, sea tal que sirviese de modelo de comportamiento a cada quien en el mundo que desempeñase tal función o tal oficio. “Vivere summe Deo” y “Ad majorem Dei gloriam” son un corolario de esta increíble e inmensa verdad anunciada por Cristo y realizada por El.
Experiencia en la parroquia de san Antonio

A sabiendas de que toda comparación es odiosa me atrevo a decir que el ejemplo del padre Juárez en su función sacerdotal tenía este espíritu y dentro de su propia personalidad cada quien con lo suyo, lo mismo sucedía con Rafael Campusano con quien compartiría mi ministerio sacerdotal en la vicaría que fue y vino a ser parroquia de san Antonio, realmente, una verdadera parroquia adyacente a la más antigua de la ciudad de Salamanca, llamada del Señor del Hospital, dentro de la jurisdicción de la arquidiócesis de Morelia. Yo había conocido a Rafael Campusano desde mi experiencia de seminarista y recuerdo que venía con el grupo de filósofos del seminario mayor al menor, cuando nos reuníamos para la lectura de las notas obtenidas en los estudios de nuestra formación académica al final del año. También le recuerdo porque en Erongarícuaro a más de montar en los jaripeos, más de una ocasión le vi a caballo y me imagino que fue de allí de donde se me ocurrió la idea de cultivar una relación de amistad con quienes en el pueblito, eran dueños de buenos caballos. Con respecto a lo que debería aprender de él en cuanto a mi trabajo que lógicamente era la colaboración del suyo, el tópico era de esencial importancia y de sumo interés, relacionado con la responsabilidad asignada oficialmente por la sagrada mitra de la arquidiócesis, haciéndome corresponsable con el de la cura de almas adjunta a la actividad de nuestro ministerio en ese lugar. El padre Adolfo Garduño había sido su colaborador anterior a mi nombramiento, de manera que lógicamente yo estaba asignado a fungir satisfactoriamente en lo que habrían sido sus obligaciones, que me pertenecían desde el día de mi llagada según él lo decidiera. Había tres templos en los que se celebraba la liturgia y uno en construcción, al cual yo fui asignado como colaborador con la persona asignada que vivía a media cuadra del templo dedicado a san Martín de Porres, y era la señora Ogarita, una fina y distinguida persona esposa de don Gustavo Ugarte que trabajaba en la refinería. Los otros tres templos eran desde luego, el del Sagrado Corazón aun no terminado del todo, pero en completa actividad en el corazón de la refinería, tan importante como el de san Antonio que era realmente el templo parroquial, con la notaría al lado del templo como parte de la construcción adyacente en la planta alta y baja con la casa parroquial y el cuarto de una pequeña imprenta. Finalmente había el templo más antiguo que era el de san Gonzalo al lado de la vía del ferrocarril, entre lo que fue la población de Salamanca inicialmente sin esta área como lugar en el cual se estableció la refinería. Este templo tenía un atrio que fungió como cementerio, y aun se veían una serie de tumbas que parecían las ruinas de lo que antes fueron. La liturgia y actividad religiosa no era tan intensa en san Gonzalo, como la de los otros templos de la parroquia, al menos en el tiempo que yo estuve trabajando con el padre Campusano. Entiendo que tal vez por disposición de el mismo, en esa área del cementerio actualmente está la tumba en la que yacen los despojos venerables del padre Campusano, de lo cual me entere por una visita que hice al padre Paco García a cargo de san Gonzalito, quien fue compañero de estudios del padre Rafael. El, siempre estuvo delicado de salud, a pesar de su singular fortaleza. Dado el caso de que compartíamos los alimentos a diario, yo me percate que con demasiada frecuencia tenía problema para pasar con normalidad los alimentos, y eventualmente tuvo que someterse a una traqueotomía, sin un alivio significativo. El estuvo hospitalizado en la ciudad de México, y sucedió que un día nos propusimos ir a visitarle. Yo conduje en mi carro a la pareja que era responsable del movimiento familiar cristiano, el matrimonio de Jorge y Margarita Amor, tal vez más ansiosos que yo de verle. Algo que nunca pudieron olvidar y con frecuencia me lo recordaban, aludiendo al caso e intercalando un tono de seriedad y broma, comentando que todo el camino se sintieron con los nervios de punta, porque les pregunte que si un carro que percibía en la distancia iba o venía. Esto me hace recordar algo similar, el de otro acontecimiento relacionado a este que me sucedió con René Muñoz que había filmado la película de san Martín de Porres. Cuando le invitamos con Ogarita, accedió en venir a colaborar y en ir al mercado donde se organizó una colecta para la construcción del templo a cargo de nosotros para su construcción y dedicado a este santo. Yo que tenía que regresar a las doce en punto que era la última llamada a la misa que iba a celebrar en el templo de san Antonio, logre llegar exactamente a tiempo. El debía estar desvelado y quizás durmió después de haberlo recogido en el hotel de la Soledad de Morelia, unos minutos antes de las once del día. Su pregunta a la llegada fue, oiga padre un burro que vi cruzar la carretera sí se atravesó o estaba soñando.
El padre Campusano tenía muy bien organizadas todas las actividades de la parroquia que eran de distinta índole y reflejaban su sentido de orden y su creatividad, inspirada en su celo apostólico y sus dotes singulares, sobre todo marcadas por el carisma de su personalidad. Yo giraba en torno a su programa de acción lo mejor que podía, tratando de no interferir con sus objetivos, sobre todo los más esenciales que llevaban su sello personal. El siempre estuvo a cargo de compartir la tarea de enseñar a los feligreses que atendían a la misa de la mañana en san Antonio y les daba unos puntos de meditación. Su liderato de ambos movimientos el del movimiento familiar cristiano y el del cursillo de cristiandad y sobre todo el tercero, para la juventud, que era el de la organización del grupo scout, era evidente y admirable en cuanto que se caracterizaba por un perfecto equilibrio de manera que sus líderes asumían un sentido de responsabilidad como si todo dependiese de ellos, y sin ignorar su dependencia bien consciente en conexión y armonía con el liderato del padre. El sentido espontaneo y natural de una constante comunicación parecía ser su secreto del éxito de estos movimientos, que parecían moverse y se movían en realidad como inspirados por él y fortalecidos por el entusiasmo de su inspiración y celo autentico de hacer el bien. Mi interés de aprender contaba con una escuela viva, que me sirvió para una labor que el destino o la providencia me, pusieron al frente de lo que tuve que hacer años más tarde en el apostolado hispano en la ciudad de Rochester Nueva York. Algo muy interesante del padre en su estilo más concreto de educar y hacer el bien, relacionado con su creatividad laboral, sucedía con sus programas laborales. Yo conocí dos de ellos, uno el de imprenta del cual era responsable un joven que en realidad bien muchacho, conocido con el nombre de Goyo. El se encargaba de la impresión de la hoja dominical y algunas otras impresiones que tenían lugar bajo la revisión del padre. Y el otro programa de las colmenas y la miel a cargo de mi gran amigo y siempre extraordinario amigo de don Rafael el famoso gato Ibáñez, que con esta experiencia se introdujo y se preparó para otros cometidos que le presentó la vida. Estos dos ejemplos atestiguan esa realidad, relacionada con su determinación de poner más que un grano de arena en el futuro de los muchachos, que cuando mostraban interés el siempre les brindaba la mejor ayuda.
Algo que nunca olvidare fue la emergencia que tuve sobre mi problema del dolor del vientre, que en este caso se diagnosticó como una verdadera emergencia. Una hora más tarde de no ser operado de inmediato por el doctor y cirujano de nuestra familia en el sanatorio Margarita de Querétaro, en cualquier momento, estaba por convertirse mi apendicitis en una terrible peritonitis de la que no me hubiese salvado. Fue el comentario del doctor Paulín al terminar mí operación. Mi padre había decidido que me atendiesen en Querétaro y lo prefirió a la Refinería en su hospital o mejor dicho, al hospital de la refinería que sugiriese el padre Rafael. Cuando desperté de la anestesia, vi primero que a nadie al padre Campusano acompañado por el gato Ibáñez, siendo una experiencia que recuerdo con gratitud y nunca olvidare. Como tampoco olvido que en el cuarto vecino al mío, había un recién nacido que lloró toda la noche, de manera que yo me escape del hospital y me fui a casa la mañana siguiente, ignorando la queja de que me había ido sin pagar. Claro que mi padre jamás me permitió robar. Por las dudas señalo que esto es una broma de la vida, aunque parecería verdad sospechosa.
Yo nunca fui tan querido como el padre Rafael ni pretendía serlo, aunque de vez en cuando me sentí distinguido de manera peculiar por algunas de mis amistades, como las del restaurante de la Toscana situado entre san Antonio y el Sagrado Corazón, que me distinguieron con un afecto extraordinario que databa de mi niñez, ya que la señora Elena me llamaba compadre porque nos hicimos compadres un martes de carnaval, siendo yo un escuincle y ella toda una deslumbrante señorita de mi pueblo natal. Se casó con el señor Tenorio y eran los dueños de su negocio y les iba muy bien. Yo me sentí alagado de ser invitado a celebrar la santa misa y dar la primera comunión a su hijita mayor. No tengo la más mínima queja de todos los feligreses que amaban de verdad al padre y a mí también me ofrecían su afecto y trato cordial. Otro amigo que conocí fue don Justino Arriaga, que conocía muy bien a mi padre y habían hecho negocios que muy pronto supe por experiencia también los haría conmigo. El tenía un carro Valiant precioso, con asientos de piel de cubo en rojo, de color blanco la carrocería y el toldo cubierto en color negro. Lucía elegantísimo y aunque ofendía la modestia de la que tal vez yo careciese, me gustó tanto que cerré el negocio saliendo de mi camioneta Dodge, que no me era tan necesaria como me fue en Hunainiqueo. El comentario de la hoja dominical hizo alusión a esto en sociales, comentando que el padre Esquivel mandó pintar las calles de Salamanca para desfilar con su carro Valiant Acapulco. El padre Campusano que de vez en cuando recibía a su hermano de visita, también tuvo la gentileza de recibir a mi hermano Carlos en más de una ocasión. Carlos gozaba de lo lindo el que yo le consintiese y con gusto complaciese los más de sus gustos. Desde luego que uno de sus favoritos era el de pedirme las llaves del carro Valiant, para darse una vueltecita que resultaría ser tremenda vuelta hasta el Jaral cerca de Cortazar, corriendo el carro en carreras que siempre ganaba poniéndole gas avión según muy tarde me informe, porque un mecánico me dijo al medirle la presión de que este carro está sobre corrido. El disfrutaba de manejar una moto marca Islo que yo tenía, y Patricia que era novia de Mario, mataba de celos al novio prefiriendo a Carlos, para divertirse solo como amigos paseando en la moto con él. Y no tuvo más remedio que aprovechar su mayor experiencia con ocasión de un baile en Petróleos. El propósito fue sin duda de evitar las preferencias de su novia en el baile, e invitó a Carlos a un trago en la barra, de manera que se convirtió al fin de cuentas en su primera borrachera de la que yo me entere, porque cuando llegó estuvo volviendo el estómago el resto de la noche. Es interesante el aspecto poético de sus aventuras de mi hermano, que se le declaró a Beatriz Amor, hija del ingeniero Amor y Margarita, recitándole un soneto que yo había escrito muchos años atrás y no sé como paró en sus manos. Mi contacto familiar con mis padres y hermanas en Apaseo era mucho más frecuente que en las parroquias anteriores. Mi madre que tenía gran sentido del humor en ciertas ocasiones me sorprendió con su criterio más rígido de lo que me imaginaba. En una ocasión en que vino a visitarme yo salí al atriecito del templo de san Antonio en playera, y doña Guille me hizo la farsa de chiflarme desde el balcón, sin saber ni imaginar que mi madre se percató de esto mismo que yo mismo ni notaba y que me dejó sorprendido por su reacción, al oírle haciendo un comentario de verdadero desagrado. Yo le dije que era algo del todo inocente y me dijo que no le veía ninguna gracia. Este atriecito de san Antonio se estaba convirtiendo en un lugar de conflicto para mi mamá, porque habiendo sido vista por alguna feligrés, yo le platique de esta persona que se vino a confesar y me hizo este comentario, que creo puedo compartir sin revelar el sigilo ya que sin decir el pecador digo el pecado que ni siquiera lo es aunque no a juicio de mi madre que si lo fue y muy grave. Se trata de que el penitente confesara que había visto a una señora que me diera un beso al saludarme y pensó esta señora debe ser la mamá del padrecito porque está tan trompudita como él. Increíble pero cierto, ella se sintió ofendidísima, más seriamente de lo que yo imaginaba.
En una de mis visitas a mi familia me recordé de mi experiencia de los amigos anónimos de la universidad de Berkeley que tenían un grupo en Apaseo. Parece ser que el doctor Cabrera apoyaba el proyecto y tal vez lo promovería porque conoció a su esposa que pertenecía a este grupo anteriormente, se enamoró y se caso con ella que se mudó a vivir en mi tierra apasense dese los Estados Unidos. Lo mismo que al doctor Cabrera aconteció con Nacho Estrella casado con Coleta, una americana de este grupo que también repitió la misma historia. Judy la esposa de Toño Oliveros primo mío era un caso parecido. Estaban buscando familias para que apoyasen el programa y yo motive a la mía de Apaseo, sobre todo, a Dolle mi hermana y a mi papá que una vez que aceptaron tuvieron a Jaky, una chica de los Ángeles que formó parte de la familia ese verano. En estas circunstancias le propuse al padre Campusano el proyecto para Salamanca considerando que desarrollaban una labor social y que la comunidad tradicional de la parroquia era pobre, en contraste con las familias petroleras, bien las de los ingenieros en el aspecto profesional o de los obreros con sus plantas que les garantizaban estabilidad laboral y económica. Pensé que un movimiento de conciencia social podría acarrear algún beneficio a la integración comunitaria. Como resultado aceptó que le entrevistase el padre capellán del grupo y llegaron a un acuerdo para que ese verano el proyecto se estableciera en la parroquia de san Antonio. El ingeniero Amor y su familia a instancias mías aceptaron a Joane Prola, una chica de origen hispano italiano de san Francisco a quien conocí en Apaseo y quien iba a pertenecer al grupo de Salamanca. Ellos estuvieron felices con ella y sin queja alguna viéndole como modelo en la familia, hasta que vinieron sus primeros compañeros que le invitaron a Acapulco a donde ella invitó a amigos mexicanos que estaban de vacaciones de la universidad, y a partir de entonces comprendieron que era necesario hacer algunos ajustes después de los días de sus sueños dorados. Yo me hice amigo de Tom que apenas había cumplido sus dieciocho años y lo invite a cabalgar en el rancho de don Justino, que tenía hospedada en su rancho a toda una familia que vino con el grupo de Salamanca. Tom corría por el monte con mucho entusiasmo y no controlando su cabalgadura, se metió entre unos matorrales bien altos y llenos de espinas, de manera que se bajó del caballo y en calzoncillos, bajo el sol estuvo observando lo espinado que estaba, tratando de sacarse las más que podía. Me parecía interesante la ansiedad de Tom por ponerse una borrachera con tequila, para celebrar sus dieciocho ya que no tenía prohibido el uso del alcohol. Yo, recordando que sin escrúpulos lo había abusado por primera y única vez a los ocho años. Contrastes de cultura y de personalidad tal vez... Un amigo suyo que no dejó en mi memoria su nombre si dejó la imagen real de la reacción de los muchachos americanos ante la guerra de Vietnam, cuando dijo que no tenía otra alternativa que la de morir en la guerra de muerte rápida, o decidir la muerte paulatina del matrimonio. Don Justino me hizo el comentario de que haciendo números, la inversión del proyecto pudiera ser más fructífera con otras alternativas. El hecho es que mi impresión personal fue que los muchachos tenían más juntas y reuniones que hechos reales, lo cual tal vez lo justificaba el de que su objetivo inmediato, no eran estos sino el de promover el liderato y el espíritu de comunidad, responsable del desarrollo del bien común en la sociedad para identificar sus problemas y bregar en resolverlos. Creo que ellos, se beneficiaban mucho más que la comunidad con esta experiencia. El hecho fue que el movimiento lo mismo que el proyecto que terminó su visita, concluyó totalmente, y ya no tuvo ninguna otra oportunidad.
Lo que para mí era una nueva experiencia ya era viva realidad cuando yo llegue a la parroquia, y esto era el modus vivendi familiar del padre con la presencia de la familia Velázquez, bajo el liderato de su matrona que era la famosa señora doña Guille, así llamada por afecto, apreciativo de doña Guillermina y con un tono de sana ironía, la señora Williams, cuyo título, no sé de dónde se originó. El padre Campusano era su adoración, sentimiento compartido por toda su familia sin excluir a su marido don Isauro y por supuesto a todos y cada uno de sus hijos e hijas incluyendo a Carmelita, que se recibió de Arquitecto y andaba explorando entre otras cosas trabajo por la Argentina. Tengo la impresión que no exagero si digo que el gobierno y actividad parroquial, se movía no solo entre san Antonio y sus templos, sino que también estaba de por medio la casa de la familia Velázquez. Y todo esto con un sello de sincero sentido apostólico romano de apoyo incondicional a la labor del padre, realmente extraordinaria. A mí me costó trabajo adaptarme a esta dinámica, que contrastaba radicalmente con la que viví en Hunaiqueo con el padre Juárez, con su familia y con el ambiente parroquial. Como el padre Campusano se ausentaba por temporadas más largas por su enfermedad, el padre Navarrete acostumbraba venir a ayudar desde el tiempo del padre Garduño en mi lugar entonces siendo vicario de san Antonio. Yo conocía muy bien a Kiko Nava, que así le llamábamos, y era nuestro portero de fut bol en mis inicios de futbolista, cuando llegue al seminario, yendo el tres años delante de mí en su llegada, pero compartiendo con nosotros más pequeños con toda naturalidad, dada la dificultad que sobrellevaba como si nada, a pesar de las consecuencias de una poliomielitis no superada desde su niñez. Yo le tenía en gran estima que era nada comparándose con la estima en que le tenía la familia Velázquez que suspiraba por su llegada. Francamente mi sentido de virilidad no era para adaptarme indefinidamente a los arrumacos, que tal vez estaba cansado de sobrellevar. Conociendo mi temperamento me di cuenta de que las cosas podían tener una confrontación que era más prudente evitar. No quiero acusar a nadie de ninguna mala intención en sus relaciones amistosas y familiares. La verdad es que no casaban conmigo, siguiendo el decir de mi padre de no hacer cosas buenas que parezcan malas ni viceversa. Como Patricia hija de doña Guille era la consentida del padre Campusano, la hermana menor que por cariño llamaban la Chulina había sido consentida del padre Garduño y en sus visitas, lo era del padre Navarrete. En medio de esta dinámica yo me sentía candidato ridículo de consentir y tal vez disputar ocultamente la primacía sentimental a la llegada del padre Navarrete y todas estas ridiculeces por ser aclaradas podrían acarrear efectos preferibles de evitar. Tal vez yo sentía ahogarme en un vaso de agua y aun así lo preferí evitar.
Considero que esto no sería para el bien de la parroquia, pero desde mi punto de vista era algo que yo veía como un mal menor como solución, con la necesidad de ponerlo en mejores manos. Hable en Morelia con el padre Castro que me recomendó que fuese más prudente y no consultara con el señor Sotelo encargado de los negocios de la mitra, que a mi parecer era a quien competía el asunto de ver por la parroquia ante la serie de problemas que según yo veía requerían mi ausencia temporal o definitiva tal vez inmediata. Yo persistí con la idea de que es mejor un grito a tiempo que cien después y hable con el señor Sotelo, exactamente presentado el asunto tal cual descrito y estuvo de acuerdo conmigo, en que me tomara unos días libre y el solucionaría la situación de la atención a la parroquia. Antes de terminar el año recibí mensaje de la sagrada mitra. Se me ordenaba presentarme al señor cura Luis Flores como vicario suyo asignado a la parroquia del Señor del Hospital de la ciudad de Salamanca a su responsabilidad.

Comentario sobre un viaje a Nueva Orleans
Me he olvidado si sucedió al final de mi estancia en san Antonio o al inicio de mudarme a Salamanca. Me refiero al viaje que hice con el padre Juan Posadas que también invitó al padre Manuel Pérez- Gil a Nueva Orleans y que iniciamos volando de Morelia a Matamoros. Allí saludamos al padre Sabás Magaña, recién consagrado Obispo de esa diócesis de Matamoros. Y aparte de él un compañero mío de estudios, Simón Ríos que trabajaba en esta diócesis, nos ofreció también su acogida hospitalaria y nos invitó a ciertas excursiones o incursiones del lado americano visitando Harlyngen y san Antonio. Un sacerdote americano amigo mío de cuyo apellido me olvide, el padre George quien era capellán militar, nos invitó a cenar en la base naval de san Antonio Texas siendo exclusiva para los militares, haciéndonos sentir realmente este ambiente tan exclusivo. Recuerdo que la visita del presidente Kennedy estaba programada para el siguiente día en san Antonio, después de su llegada a Dallas, lo cual no tuvo lugar por la tragedia de su terrible muerte. Esto aparentemente estuvo a punto de complicarnos nuestro regreso a Matamoros, si se cerrase la frontera lo cual no aconteció. Y al tiempo de emprender nuestro vuelo a nueva Orleans del aeropuerto de Brownsville, tampoco tuvimos ninguna dificultad. El plan del viaje era de visitar a la familia de Bob Redman y Anita Iturbide hermana de la señora Cristina Iturbide viuda de Bernal y vecina nuestra desde cuando yo era seminarista, que vivía bien cerca del seminario. En realidad no sé si el padre Pérez- Gil o más bien el padre Posadas fuese su director espiritual o simplemente su amigo. El día que llegamos al aeropuerto nos recibieron cordialmente y después de asignarnos nuestras habitaciones para descansar del viaje acordamos que nos llevarían a la iglesia a la que ellos acudían, donde celebraríamos la santa misa por la mañana. El sacerdote que era el colaborador del párroco a cargo de la rectoría parroquial, nos invitó a un tour que nos ofreció dar en un avión a su disposición en el aeropuerto, volando sobre el Mississippi y sus ramificaciones panorámicas en el delta del río hacia el mar. Quiero dejar bien claro lo sorprendente, el padre a quien me refiero era quien piloteaba este avión y lo hizo a la perfección, por supuesto que aceptamos su invitación y el tour fue una verdadera maravilla feliz .Yo comparaba mi afición de disponer de mi hermosa yegua, cabalgando por los campos y montañas de las aéreas donde trabajaba con el placer de este sacerdote coadjutor que disponía de su avioneta, y guardadas las proporciones, me sentía dichoso de lo mucho que modestamente con lo propio y le brindaba a mis amigos y familiares algo parecido dentro de mis posibilidades. Nos tocó compartir con esta bella familia la celebración del día de gracias. Me quede impresionado de la responsabilidad tomada tan en serio por el señor de la casa de partir y repartir el pavo y hacerlo con tanta destreza. No podía imaginar ni a mi padre ni a mí mismo, eventualmente en mi propia familia el poder hacer lo mismo, que para hacerlo se requiere la convicción cultural y el espíritu de la tradición para hacerlo tan bien. Los niños tuvieron muchos proyectos de tarea para hacer que andando el tiempo observe en mis propias hijas cuando atendieron a la escuela parroquial en Rochester Nueva York. El señor Redman a más de ser representante elegido no sé si al Congreso o al Senado también daba o había dado enseñanza en una cátedra en la universidad de Tubinga. Las señoras que fueron de compras al centro de la ciudad y a las aéreas de prestigio comercial, nos invitaron en caso de que gustásemos hacer alguna compra, y nos invitaron a compartir el típico lunch o almuerzo ligero en el área de las tiendas. La que más recuerdo es la de Maison Blanch. Me pareció extraño y a la vez particularmente peculiar lo del padre Pérez-Gil, que compró dos o tres perfumes para regalo, y que después observando los escaparates de bellísimas joyas, comentó que raramente se les compraban a las esposas, y más bien eran compradas para las amantes de los enamorados capaces de costearlas. No estoy seguro de su autoridad en este tópico que no pertenecía a la dirección espiritual, pero es posible que su sicología del ser humano le diera ciertas credenciales. Nuestro regreso a México fue en vuelo directo de Nueva Orleans a la ciudad de México, y como nuestra visita a la calle Bourbon me pareció un tanto superficial, eventualmente regrese con mi familia para disfrutar del gusto típico de la música, la cocina y el ambiente nocturno con su característica nostalgia, el sabor a Francia que es una gala de Nueva Orleans, esto ya cuando estaba radicado en Rochester Nueva York algunos años después.

Rapsodia diez. Parroquia de Salamanca cinco años de ministerio.
El señor cura Luis Flores tenía fama de ser una persona de inteligencia nada común. Tal vez esto fuese verdad pero a mí me impresionó más por su sincera franqueza y sentido humano de la realidad. Contaba con una serenidad que me atrevo a identificar como socarrona en el buen sentido de la palabra si lo tiene, y además me parecía verle capaz de conservar dicha serenidad a toda prueba. De pronto yo no tenía adonde hospedarme porque las casitas adjuntas a la parroquia en la esquina de Pípila cien que sería mi casa más tarde aun no estaban listas para ser ocupadas y serían respectivamente para el padre Alcántar y el padre Tapia, anteriores a mí. Había un cuarto tal vez disponible para mí en el centro de ancianos de una localidad llamada la Conferencia que atendían unas religiosas. El padre Téllez capellán de la hermosa parroquia barroca llamada antigua, que no vivía allí, sino en esos cuartos de la Conferencia, de los cuales tenía que decidir si uno de ellos fuese una posibilidad para mí si no lo ocupaba y entonces podría disponer de él y claro, seríamos verdaderos vecinos. De manera que fue allí que me instale, no recuerdo si de inmeiato o después de algún tiempo, porque el padre Antonio Tapia me había rentado un cuarto de su casa, lo cual pudo ser, pues recuerdo que viví allí una temporada y debió ser antes de ir a vivir a la Conferencia. La parroquia que atendía el señor cura Flores no tenía los programas de pastoral que caracterizaban a la de san Antonio, y el cuadro de trabajo que mire delante de mis responsabilidades ministeriales eran más bien orientadas al sistema de lo tradicional. La práctica de la santa misa, el santo rosario, la administración de los sacramentos y la organización de la catequesis. Una vez a la semana nos turnábamos el visitar los hospitales y llevar a los enfermos la sagrada comunión. Y fue interesante que el padre Eusebio Hernández en Huaniqueo, más concretamente en Mansa, estuviese continuando la labor que yo emprendí y que en Salamanca yo hiciese lo mismo, tratando de hacer lo mejor posible lo que él había tenido a su cargo. El señor cura Flores me asignó para los días sábados atender la catequesis del Molinito, un barrio que no teniendo capilla, esta era remplazada para la actividad catequética de los sábados por una localidad, la del gran patio de la casa de la señorita Estela, siendo ella y yo recíprocos colaboradores de este apostolado. Me encargaron como peculiar labor la instrucción religiosa, tenía la responsabilidad de todos los ranchos de la parroquia que eran decenas de contar. El padre Eusebio había organizado el programa de alfabetizar con el sistema de Lubbock que tome como responsabilidad reactivar. Algo que organizaba también el padre Eusebio a través del año era la peregrinación a pie al Tepeyac, que era propia de casi todas las parroquias de la Arquidiócesis y puso a mi cargo el señor cura la de la parroquia de Salamanca. Mi estrategia fue la de identificar los líderes anteriores y reavivar su interés por renovar su espíritu de colaboración apostólica, contando con mi determinación de una mutua colaboración, hacia los mismos objetivos de servicio, lo mejor posible, como ya lo habían hecho anteriormente con el sacerdote encargado. Básicamente todo estaba resultando muy bien, aunque naturalmente había una cantidad considerable de cosas por actualizar, reavivar y amplificar, y muchas veces adaptar a nuevas circunstancias. Sarita la encargada anterior de la alfabetización, definitivamente declinó envolverse en el proyecto, pero su colaboradora Lupe Aguirre que fuese según ella demasiado joven para el cargo, se convenció de mi punto de vista relacionado con su entusiasmo por el programa y su previa experiencia en el mismo, de manera que determinó trabajar en el proyecto con absoluta determinación, a pesar de que entendía más de alfabetización que de catequesis, las cuales actividades me negué a diversificar y se comprometió a colaborar en una como en la otra. Yo contaba con los jueves y los domingos de la semana para esta actividad sin presupuesto alguno. De manera que me deshice de mi Valiant Acapulco y me hice de un carro Volkswagen parecido al primero que me compró mi padre de recién ordenado. Tenía un amigo Lupe Ríos, arrendador de caballos que trabajaba con don Florencio, hombre rico famoso por sus bellos ejemplares. El, Lupe, tenía una camioneta pick up no nueva pero en buenas condiciones y con la intervención de Lupita la monjita de la familia y Dolle que manejaba la economía domestica y comercial de mi padre y algo que me quedaba en mi bolsillo, logre adquirir la dicha camioneta tan necesaria para catequesis y alfabetización. Logramos reunir un grupo de treinta a cuarenta entusiastas jóvenes interesadas en trabajar en el programa que requería no solo la enseñanza sino también la preparación sistemática para enseñar tanto la catequesis como la alfabetización. En cada rancho había una chica encargada del pequeño grupo que como equipo aprendía y enseñaba a la vez bajo la dirección de un liderato de mutua responsabilidad entre las catequistas visitantes y las locales. Esto con sus altas y sus bajas se mantuvo en operación por los cinco años de mi estadía en mi trabajo ministerial educativo de las rancherías. Durante el año también era necesario organizar kermeses y programas musicales para colectar fondos para la clausura de las actividades al final de cada año. Lupita Aguirre era la líder especializada en alfabetizar y yo en catequizar con especial interés en la preparación de los niños a su primera comunión. Alguna vez no puede estirar el tiempo para regresar a la misa de la tarde algún domingo y pase el bochorno de ver el templo inmenso completamente lleno, y en espera de mí, con la pena de que más de quince minutos en estas circunstancias es más que demasiado. Para las actividades de la peregrinación se salía a colectar tres meses antes del día de salida, curiosamente esto coincidía con que el Tamborcito que era todo un personaje y el líder en este aspecto de la peregrinación, contaba con un amigo que ordenaba ley seca a su hábito de tomar, para poder llegar a pie hasta los pies de la Virgen del Tepeyac. La gente dormía en más de una ocasión a la intemperie en jornadas diarias de treinta o cuarenta kilómetros y yo recuerdo que en alguna de las etapas me tocó dormir al lado del gallinero. Para quienes critican esta devoción se me ocurren dos ideas bien contundentes, una es que parte de nuestra identidad cultural de Europa, España y los pueblos indígenas pre coloniales, sobre todo México que se fundó como Tenochtitlán, tienen en las entrañas de su cultura el peregrinar. Y por otra parte soy testigo de que sin la orientación y el encause positivo de espiritualidad, el mismo fenómeno histórico, social y cultural tiende a degenerar en la embriaguez y la promiscuidad degenerando en el vicio del alcohol y la prostitución. Por otra parte, el peregrinar propicia el espíritu de desprendimiento y la visión peculiar de oriente y occidente de liberación budista y cristiana de la humanidad y de cada hombre, lo digo por experiencia, se tiene una oportunidad de ser actualizado en ello, con las características de la identidad mexicana que ama de verdad a la Virgen guadalupana.
Otra de mis actividades en el orden docente se proyectó a la colaboración de enseñanza en la escuela preparatoria de la que el ingeniero Contreras, sobrino del señor cura fue nombrado director. Me invitó a dar clases de latín y filosofía y yo acepte de buen grado. Pedrito el sobrino de la señora Reyes a quien yo llevaba la sagrada comunión, se graduó como arquitecto y tuvo oportunidad de ver a Carlos mi hermano en el área del Campestre celayense donde trabajaba en alguna construcción y me mandó saludos, recordando con gratitud como Carlos le sirvió de tutor en matemáticas en sus años de preparatoria por recomendación mía. Otro alumno que me preguntó si le recordaba como mi estudiante ya que era imposible le olvidase por la calamidad que era, fue Gustavo Ugarte el hijo de Ogarita que encontré en una cenaduría de Petróleos a donde fui a cenar con Cristy mi hermana y su familia. No lo podía reconocer por su apariencia tan distinta habiendo enfermado del corazón y habiendo estado al borde de la muerte, realmente recuperado pero con las huellas de esa temible experiencia.
Honrado por algo sorprendente me sentí sorprendido con algo que me sucedió relacionado con mis actividades docentes. Esto fue cuando atendiendo a misa vespertina en el Señor del Hospital en una de mis visitas que acostumbraba hacer viniendo de los Estados Unidos donde vivía, al salir del templo, una joven me interceptó para saludarme y hacerme saber que yo le di clases de filosofía. Y yo que pensaba que solamente sería recordado por mi ministerio propiamente sacerdotal, quede verdaderamente sorprendido. Incidentalmente tenía conmigo algunos ejemplares de mi último libro de sonetos cervantinos y se lo obsequie haciéndola sentir complacida de algo de lo que yo también me sentí complacido.
El tiempo en que viví en la Conferencia me facilitó varias cosas relacionadas con mi interés ministerial y personal, aparte de pernoctar allí. Las religiosas se hicieron cargo del aseo de mi ropa de lavandería y de prepararme los alimentos cada día, claro por una cantidad previamente convenida satisfactoria recíprocamente, para ellas y para mí. También se nos dio oportunidad de reunirnos con el grupo de catequistas para ciertas actividades relacionadas con el desarrollo del programa de nuestras actividades de catequesis y alfabetización. Mis relaciones con los ancianos más bien eran esporádicas, pero cuando por casualidad manifestaban algún interés por conversar me agradaba prestarles atención si no estaba muy urgido de tiempo. La persona que más recuerdo era una viejecita que usaba un bordón para caminar y en una ocasión que escuchábamos una música sin saber de de donde viniese, pero se distinguía con toda claridad la canción del cafetal, ella me detuvo pidiéndome que le viese bailar, porque esa había sido su canción favorita cuando fue joven y pudo disfrutar la vida.
El padre Téllez dejó de vivir en la Conferencia, arreglando su casa adyacente a la parroquia antigua. Y fue entonces que el padre Antonio Tapia con quien viví una temporada en la planta baja de la casa al lado del templo del Señor del Hospital, acordó conmigo y el señor Cura que yo me podía mudar allí, de La Conferencia y del sector que deseaba ocupar y anteriormente ocupamos el padre Téllez y yo. Fue así como finalmente logre disponer de un lugar conveniente para poner mi casa con el apoyo de mi familia como lo hicimos en mi primera parroquia de Cuerámaro al inicio de mi ministerio. El señor cura contaba con otros cuatro sacerdotes a su cargo para administrar la labor ministerial de la parroquia. Tres hermanos sacerdotes que eran el padre Edmundo, el mayor, Miguel y el menor de los Vargas al que llamábamos abuelito en el seminario y creo se llamaba José Luis y además, el padre Enrique Alcántar que sería mi vecino por algunos años y que vivía en la planta alta de la casa donde yo empezaría a vivir. También debo referirme a una capellanía muy antigua localizada en el barrio de Nativitas, estaba el padre Vázquez a cargo de ella quien por un tiempo vivió allí y ya era mayor de edad y como todos los nombrados, estaba bajo la supervisión eclesiástica del señor Cura Flores. Yo acostumbraba confesarme con él, no precisamente porque no me escuchase, pretendiendo yo que ignorase mis pecados.
La familia de mi compañero de seminario Félix de la Peña en Salamanca, se convirtió en mi mejor vecino. Su casa estaba a media cuadra de la mía en la avenida Revolución entre el Señor del Hospital y el templo de san Agustín, derroche del arte barroco con sus altares churriguerescos cargados de belleza más rica que el oro. Doña Estelita viuda del señor de la Peña era ya conocida desde nuestros años de seminario, como una bella persona, y toda su familia se vino a convertir en mi mejor amiga de entre todas las demás que tuve en Salamanca. Jaime el hermano menor vivía ahí y trabajaba para la Montrose y en el sindicato, pero no Félix que siempre vivió en México como estudiante de abogacía y después como prominente abogado. Olivia era la hermana mayor y Estela la menor y ya tenemos nombrada completa la familia. Mi padre me contó que unas tías hermanas del sacerdote tío de estas chicas y hermano de don Pancho que así era conocido su padre, habían sido sus maestras de primeras letras cuando vivían en Apaseo. A toda la familia le presente a mi madre y hermanas, y también compartieron cultivando la misma amistad lo mismo que conmigo. Cuando mi primo Enrique me invitó para la celebración de su boda en la población de Tecomán del estado de Colima mi madre y mi hermana mayor Dolle me acompañaron a la boda y le sugerí a Estelita que era bienvenida a compartir esta invitación, ya que mi madre venía con nosotros. Ella en su lugar prefirió mandar a Olivia ya que también venía mi hermana. De manera que tuve la oportunidad de disfrutar en mi Valiant Acapulco el primer viaje largo, que ya mi hermano tenía entrenado para las carreras. Nos vinimos por Guadalajara hasta Barra de Navidad y Melaque donde pernoctamos en dos cuartos distintos, las damas en su lugar y yo en el mío en un lindo hotel frente al mar, y la mañana siguiente salimos después del desayuno pasando por el área de Guallavitos, y llegamos hasta Tecomán pero no en carro sino en autobús, pues en el área del camino sinuoso ya al oscurecer, se le atravesó un becerro a Dolle que iba al volante y el carro ya no estuvo en condiciones de seguir rodando y se quedó en un taller que nos recomendó mi primo Enrique conocedor de medio mundo en toda el área y sus alrededores. La boda fue magnífica y nosotros lo pasamos muy bien disfrutando de los días restantes antes de volver recibiendo los atentos favores de mi prima Celia casada con el doctor Quevedo de las mejores familias de Colima. Ellos nos llevaron de regreso a casa en su propio carro, hasta la ciudad de la Piedad en Michoacán, ya mucho más cerca de Salamanca a donde tomamos uno de alquiler para remplazar los servicios de nuestro carro en el taller de Tecomán. Ya contaba con una buena razón para regresar a recogerlo tan pronto estuviera listo, lo cual hice, por supuesto ya cuando Enrique también lo estaba para recibirme en su regreso de bodas y de su luna de miel. Fue tan generoso que se hizo cargo de todos los gastos de la compostura. Era su manera esplendida de ser que mi esposa llama gamonal y él se preciaba de serlo, sobre todo conmigo que a más de primos éramos amigos de la infancia. Nos parecíamos muchísimo sobre todo por los aires de familia, porque mi fisonomía era mucho más de los Díaz que de los Esquivel lo mismo que la suya, original de los Díaz. Me hacía la farsa de que le encantaba dar a besar su mano a las chicas lindas que lo confundían conmigo en sus visitas a nuestro pueblo natal. Y cuando venía de vacaciones me ofrecía las llaves de su carro para que dispusiese de él a todo mi antojo en lo cual yo trate de ser moderado, prefiriendo planear mis vacaciones compartiendo con él y su familia. Le encantaba filosofar como se decía de Pícolo de la Mirándola, de omi re scibile, de todo lo discutible, sobre todo cuando compartía lo largo de la plática con lo largo de la bebida. Yo siempre procure y lo logre, mantener la sobriedad esperada. Imitaba a mi padre que como comerciante proyectaba su amistosa personalidad para el logro feliz y lucrativo de sus negocios. Siendo el mío el del reino de Dios en mi apostolado trataba a los fieles a mi responsabilidad con el trato mejor y una actitud de franca y espontanea simpatía que nos favorecía recíprocamente tanto a mí como a mis feligreses. Había un señor encargado de hacer arreglos para la misa en un rancho, que era conocido con el sobre nombre de “el pirul”. Yo estaba ya en la casa, en donde me atendían mis hermanas a la hora de comer. Era la costumbre no excederse en las provisiones de la cocina, viendo que se cocinara básicamente lo que se consumía. Yo le dije a la sirvienta que permitiera pasar al señor que tocó a la puerta preguntando por mí y le invite un taco y a que se sentara a la mesa donde comíamos mi hermana y yo atendidos por la sirvienta. Se ponía sobre la mesa un cesto con una servilleta que cubriese las tortillas para que permaneciesen calientes. Le dije a la sirvienta que le preparara un taco que le preparó y al ver que era de frijoles se me quedó viendo y me dijo, si viera padrecito que yo también se comer carnita…No tuve más que disculparme sabiendo que ya casi terminábamos de comer y consumimos el guisado, excepto tal vez el de la sirvienta que comía cuando terminaba de servirnos a la mesa. Creo que él me entendió esa parte de mi explicación, pero no el que las tortillas estuviesen cubiertas bajo la servilleta. Lo digo porque cuando termine la misa en su rancho y vino el almuerzo, me acercó el tazcal lleno de tortillas diciéndome, ándele padrecito tome todas las que guste, que yo no las escondo. El pirul era muy avispado y yo lo note desde que se sentó a la mesa en mi casa cuando escuchando como acostumbraba hacerlo, en esta ocasión tal vez una sinfonía, creo que era la quinta de Beethoven, cuando los sonidos eran más vivamente sonoros, tan peculiar en esta sinfonía, se le avispaba la mirada como a un animalito que se alerta sorprendido prevenido para lo que tal vez sucediere. A mi solían sucederme cosas realmente sorprendentes. Recuerdo aquella vez que perdí mis lentes y me olvide donde los deje, como en otras ocasiones que preguntando por ellos los llevaba puestos. Esta vez viniendo de los Prietos a caballo, iba a entregar un caballo al rancho de don Justino donde deje mi carro. El caballo era duro de obedecer la rienda y ya estaba tarde para llegar a tiempo a la parroquia ese domingo por la tarde. Resulta que le solté la rienda a toda carrera y el caballo desbocado tomó la ruta sobre la carretera que temiendo cruzara a tanta velocidad, preferí dejarme caer con la suerte que no sufrí ninguna lastimadura sobre el zacatal y la tierra nada endurecida. Yo di mis lentes por perdidos, pero alguien los trajo a la sacristía según me informaron más tarde y me los pusieron sobre el mismo altar. Toda la vida andaba de prisa y no tenía tiempo a veces suficiente para peinarme, gracias a Dios o desgraciadamente aun no estaba calvo. Lo digo porque Chuchita Flores que atendía la venta de no sé qué cosa de devociones junto al bautisterio, sabiendo que me veía de cerca, no me dijo nada antes de los bautismos. Yo le pregunte si me había visto y me dijo que sí. Al preguntarle porque no me advirtió recién bañado y de prisa ver que llevaba todo el pelo húmedo y enmarañado, me respondió comentando que el que es buen mozo comoquiera aparece. Esto no me dejó muy convencido de nada de lo que le preguntaba. Mi entusiasmo por el apostolado fue bendecido y siempre conté con las catequistas que necesitaba y se alegraban de la labor apostólica convencidas de que hacer algo por el bien de los demás en el nombre de Dios vale mucho más la pena que una vida de molicie o de placer, aburrida y llena de poltronería. La familia del ingeniero Aguirre y su señora esposa padres de Lupita la apoyaban con gran entusiasmo incondicionalmente y disfrutaban ver que ella invitaba a su hermana Moni y a la más pequeña que le seguía, todas ellas con el mismo entusiasmo que les contagiaba. Celebraron los días de orientación que llegaron a feliz término, dándoles el curso de alfabetización a las hermanas de la Peña y sus amigas las Páez en la casa misma de doña Estelita. Yo también me quede sorprendido de todas ellas sabiendo que no simpatizaban del todo. El señor cura no encontró difícil convencerme de no envolver en este apostolado a mis amistades de Petróleos, a pesar de que no creí que Campusano dijese nada en contra, no solo por su nobleza sino también porque el contaba con matrimonios de nuestra parroquia en su apostolado. Yo negocie chachareando tres distintas camionetas que al final de cuentas por experiencia concluí que la primera, la Ford era la más práctica y conveniente. Me dio pena renegociar, pero con sinceridad explique mis puntos de vista y mis equivocaciones a la vez del objetivo apostólico de mi trabajo que era mi único negocio y en nombre de mi apostolado fui escuchado. El mayor problema era que la camioneta de doble tracción era una traición por la sobra de pesadez que era falta de ligereza y abundante gasto de gasolina que no valía la pena sino todo lo contrario. A pesar de todo siempre estuve en acción y nunca me faltó para la gasolina a pesar de ir y volver por todos los ranchos trayendo, llevando y recogiendo catequistas y alfabetizadores. También aprendí a gustar las actividades de alegrar la vida de los ranchos con una especie de karaoke fuese con el acompañamiento de una banda que no faltaba en las diversas localidades, o más seguro con el toca discos y el amplificador, pero siempre eran acogidos y estimulados los cantantes a participar o a pedir sus canciones. Al fin de cuentas todo el pueblo sobre todo los niños, eran felices con el evento de la catequesis y el propósito de los adultos por aprender a leer y escribir.
Mi madre me visitaba raramente y las pocas veces que lo hizo estaba en ascuas por regresar con el pendiente de haber dejado solo a mi papá. Yo siempre conté, no solo con el apoyo sino con el ascendiente de mis padres que tenían en gran aprecio mi trabajo y la misión sacerdotal.
Más de una ocasión me vi en necesidad de invitar a mi mismo padre a reflexionar sobre pendientes que afectaban la armonía familiar, todos relacionados en una o en otra forma con el hecho de la madurez de quienes requerían una moderación urgente de su espíritu de autoridad tal vez inadecuadamente, fuera de la funcionalidad constructiva de la armonía de la familia. Yo no era ningún juez sino el instrumento de analizar esta realidad en la que sin duda yo mismo tenía mis propias debilidades. Desgraciadamente los desafíos de la vida tienen sorpresas imprevisibles o casi imposibles de resolver y que solo resuelve la misma experiencia con la posibilidad de rectificar, corregir y tal vez reconstruir nuestros errores en la vida. No lo digo solo por mi padre y por mí sino por toda la familia. La verdad es que casi éramos una familia en auge por lo que nos iba aconteciendo. Yo tuve la suerte para mi provecho y el de ellas, que bajo los consejos y dirección de mi madre casi todas sus hijas casaderas practicaron conmigo sus deberes hogareños rutinarios de economía familiar. De la casa en Salamanca salieron para el altar y el hogar recordando a Elena en Cuerámaro y siguiendo su modelo, primero Yola que se casó con Alfredo, luego Enriqueta con Ernesto y Cristina con Fernando, cada hermana Esquivel con cada hermano Oliveros. Yola de plano se enseñó a cocinar conmigo, no que yo le enseñase nada de cocina sino por comerme lo que cocinaba, sobre todo el platillo favorito de Alfredo que era carne molida, que se veía fea en un caldo muy sabroso que en conjunto contaba con la ventaja de que sabía muy bien se viera como se viera. Enriqueta y Cristina tenían excelente experiencia en la cocina y en la limpieza de la casa que con la ayuda de la sirvienta nunca dejaban nada por desear. Ernesto no logró terminar su receso vacacional de noviazgo y regresó antes de lo convenido con Enriqueta listo para el matrimonio que se celebró antes que el de Yolanda, aunque no así el pedimento, que siguiendo mi estrategia se solicitó anteriormente para que mi papá no tuviera oportunidad de comentar del largo tiempo, lo del noviazgo de Yola que siendo desde la niñez sobrepasaba el de todas mis hermanas. El único inconveniente de Enriqueta y mío que tuvo que resolver sin saberlo yo, fue el colaborar con su astucia genial y original cuando ella me pidió cierta cantidad de dinero por su cumpleaños cuya fecha yo ignoraba, alegando que lo quería como obsequio en dinero al contado cuyo plan tuvo gran éxito. De esa manera resolvió tranquilamente pagar la multa de un accidente en la camioneta que no sabía guiar y lo hizo sin mi autorización y sin que yo me enterase de nada. Cristi estaba contenta de invitar a Fernando a compartir con nosotros pues trabajaba como ingeniero petrolero en Petróleos de la refinería de Salamanca. No salía nada caro preparar una jarra extra de agua fresca que le encantaba y la consumía toda por sí solo. Como el estilo de Cristi era más sofisticado podía gastar lo de todo un mes en una semana y por ello sabía bien que nuestro estilo no podía ser tan sofisticado. Yo siempre tuve una preferencia especial por la güera mi hermana que se llamaba Lourdes, y precisamente por eso le hice saber que debía estar los fines de semana con la familia en Apaseo, no estoy seguro si su interés por Angelito el doctor Arredondo que tenía novia en Cortazar y aun así le atraía, tuviese que ver con ello deseando continuar conmigo esos días. En cualquier forma yo nunca quise que mis hermanas viesen como un compromiso conmigo el atenderme si interfería con sus planes con total libertad y oportunidad para decidir el destino de su vida. Por esta razón ninguna de mis hermanas participó en el programa de apostolado. Creo que la güerita alguna ocasión acompañada por Olí de la Peña visitó el rancho de la Ordeña, ni siquiera recuerdo con que motivo, pero me consta por una fotografía que recuerdo haber visto en algún álbum que no he vuelto a ver, por lo que sé que estuvo en esa ranchería pero no por razón de la catequesis. Yo tuve la impresión de que tal vez la güerita estuviese recelosa de mi amistad con la familia de las muchachas de la Peña, y más bien con Olí que con Estela, aunque a ella igual que a mí nos encantaba jugar a la canasta en su casa las más de las noches, aunque también raramente venían a jugar en nuestra casa. Como yo tenía una amistad muy especial con el gato Ibáñez a quien yo recomendé con el gerente general de Díaz Córdoba ex compañero de seminario Jesús Martín del Campo que le dio la oportunidad de trabajar con la compañía, resultando también un excelente empleado digno de la gerencia en Salamanca, tal vez en gran parte por eso, me obsequiaba una inmensa canasta navideña, y Carlos y yo con la güerita organizábamos una opulenta cena en casa con abundancia de buen vino y sus delicadeces como acompañantes, diversidad de quesos y demás. La costumbre de la familia Esquivel había sido reunirse para la cena de fin de año y mis hermanas compartían más bien este motivo de la cena navideña acompañándose con sus novios a donde preferían ir. Yo tenía muchos amigos en Salamanca y no podía atender a todas sus invitaciones, de manera que empecé a quedar mal con todas, compartiendo mejor en casa con mi hermano y mi hermana. Hubo dos ocasiones si mal no recuerdo en que tuvimos que viajar a México con la familia de la Peña, una fue por la graduación de Félix que terminó su carrera de abogado, y la otra fue por cuestión de salud porque doña Estelita no remediaba su problema con el que llevaba lidiando bastante tiempo con una pierna demasiado enferma por cuyo tratamiento ya le había acompañado a atender una cita a León. En estas circunstancias tuve oportunidad de tratar con Samuel Bernal que seguía la misma carrera de la abogacía, pero con todos los azares y conflictos por los que corrió su fama nada halagüeña de peripecias seriamente negativas. Yo lo lamentaba porque llegó a ser el mejor amigo que jamás volví a tener uno igual, entre mis compañeros. No se compara por ningún lado con alguien que es mundo aparte como amigo y me refiero a la amistad con mi incomparable maestro amigo el cardenal Posadas que fue el mejor de los amigos de mi vida que aun estoy echando de menos.
Hubo una convención a la que no logre atender a pesar de haber ido a Morelia con ese propósito, entiendo que tenía por tema el espíritu de un mundo mejor. Yo que recién llegaba al seminario me ofrecí a llevar en mi carrito Volkswagen recién estrenado a unas religiosas guadalupanas de la congregación en la que haría votos mi hermana Lupita o recién los había hecho y no recuerdo si ya se había ido a Miami a donde trabajó algún tiempo antes de mi estadía en los Estados Unidos. Ellas iban de regreso a su convento. Tome la carretera hacia el bosque en el área de los arcos de cantera de san Miguel y unas cuadras antes de llegar en una luz intermitente, esperaba la oportunidad de cruzar, creo que fue precisamente donde sufrió su trágico accidente el padre Juan Abascal de feliz memoria. Resulta que calcule bien y después de un largo rato de espera decidí hacerlo anteriormente a que pasara un autobús que se acercaba, sin contar con que una motocicleta en estampida rebasaría el autobús a toda velocidad sin poder ser vista la moto ni prevista por el hecho de que el autobús interfería su visibilidad. Ante el impacto que gracias a Dios lanzó moto y motociclista a gran distancia de la rodada de mi carro que solo tuvo una no escandalosa abolladura, y que yo estacione al lado inmediato de la carretera para cerciorarme del estado del atropellado que estaba no malparado, sino recostado con un tobillo roto sin más serias consecuencias. Cuando iniciaron los de la patrulla su interrogatorio yo les hice saber que yo era el chofer del carro que golpeó al chico en la motocicleta y me condujeron a la inspección de policía permitiéndome pasar la noche en el hospital vecino a la capellanía de la Inmaculada, atendida por el padre Sierra que fue mi maestro de seminario. Claro confiaron en mi palabra de que me presentaría la mañana siguiente a la inspección a primera hora, lo cual hice con toda puntualidad. En todo esto tuvieron que ver los sacerdotes que habían venido del seminario a verme a la inspección esa noche, entre ellos recuerdo al padre Flores paisano mío quien me hizo saber que el señor obispo Martínez Silva estaba dispuesto a cubrir la fianza para que yo saliera con libertad condicional hacia el juicio el día siguiente de la noche del accidente. Estuve detenido hasta las dos de la tarde que era la hora límite para no ser encarcelado, pero mi supuesto abogado no logró el intento sino hasta las cinco de la tarde que ya había sido encarcelado. Cuando llegue a la prisión me reconoció el policía a cargo de vigilar que yo siguiera correctamente los procedimientos requeridos. Era nada menos que Mercedes del rancho del Quinceo, que sabía que yo como el también era un buen jinete montador de toros y me dijo, pero padrecito que anda haciendo usted por aquí, me da mucha pena decirle, pero por favor se va a tener que quitar sus zapatos como parte de lo que se ordena hacer y yo estoy a cargo. Le explique que yo lo comprendía y luego que termine fui conducido a mi celda ante los reos dispersos en un patio hacia la entrada del edificio, que exclamaron al verme vestido con mi traje negro pero sin el alza cuello, baño a ese pachuco, y luego no llores cuñado. Una vez que me enseñaron mi celda no tuve tiempo de irme a cambiar de ropa porque estuve platicando con los reos de lo que me había pasado y les invite a rezar el ángelus a una imagen de la virgen de Guadalupe, colgada en una de las paredes, y les dije que yo visitaba las cárceles pero que esta vez era diferente porque yo era uno de ellos. Creo que se sintieron conmovidos y a su manera contentos de lo que les había dicho y de que estuviese con ellos. Porque unos cuantos minutos después escuche mi nombre en la voz de mando que era el grito de una orden, el reo Octavio Esquivel que se acerque a la reja. Oí comentarios de los reos diciendo, ya ve padrecito ya vienen por usted y nos quedamos solos. No puedo decir que me quede con ganas de quedarme para pasar la noche con ellos, pero era verdad su presentimiento y ya ni me acuerdo donde pase esa noche pero no en la cárcel. Supe que el licenciado Estrada Iturbide casado con la sobrina del padre Pérez- Gil cuyo nombre era Carmelita e hija de don Pancho, en cuya casa pernoctamos la noche anterior a nuestra partida de México para nuestro viaje a Mérida, este licenciado era el que hacía la defensa de mi víctima siendo que más bien yo fui la suya a pesar de su tobillo roto. El manejaba sin licencia por otro accidente anterior que ya había tenido, y era hijo de un gerente muy prominente y ponderado en el banco cuyo nombre o no supe o no lo recuerdo. El hecho es que esto facilitó mi libertad y el éxito que tuve en el empeño de recobrar mi carro sin ninguna multa y aun la misma fianza que todo mundo daba por perdida. Para esto me puse en contacto con el padre Margarito a quien fui a buscar hasta Puruándiro donde estaba y me lo traje a Morelia haciéndome favor de tratar mi caso con la esposa del gobernador Rivera que ordenó al secretario particular arreglar ambas cosas mencionadas anteriormente, lo de la entrega del carro y de la fianza. Experimente que las buenas relaciones tienen más poder que el dinero y que las mejores son con Él, el de allá arriba que tiene gente buena acá abajo.
En el área de Nativitas a algunas cuadras de la capilla que atendía el padre Vázquez había una escuela católica al cuidado de religiosas que atendían la niñez de los hogares de recursos económicos de menor cuantía, algunos demasiado pobres, que de los del alumnado de escuelas de mejor condición socio económica como la escuela Josefa Ortíz de Domínguez, regularmente atendida para servicios litúrgicos y sacramentales, sobre todo en torno a los viernes primeros de mes. Por esta razón me propuse por mi iniciativa particular prestar estos mismos servicios como se acostumbraba en dicha escuela mencionada. El padre Vázquez solía visitarles por su proximidad esporádicamente y yo me comprometí a hacerlo sistemáticamente los viernes primeros de mes. Fue allí donde conocí a la madre Amelia Loya que tal vez era la más joven y entusiasta, sobre todo en las actividades que requerían de su energía y jovialidad. Esto lo digo por la gracia con que enseñaba en sus ensayos de baile a las jovencitas cuando preparaban sus actividades de clausura. Yo le platique que estaba por editar mi primer libro que titule El Poema del Alba y el Umbral del Ocaso que ella me ayudó a copiar en maquinilla y ordenarlo adecuadamente para la imprenta. En estas pláticas me refirió también como ella tenía un carrito como yo, pero se lo vendieron para comprar un autobús de transporte de los niños a la escuela, no sé si en Salamanca o en otro lugar. Cuando estuve dando misiones en el rancho de los Lobos me insinuó que le gustaría visitar la misión y yo le invite satisfecho de que le impresionó el trabajo que hacía. Me refirió que tendría que hacer unas encuestas en barrios de la ciudad donde se sentía insegura y yo le ofrecí que arreglando mi calendario tal vez le acompañaría y así lo hice dejándole muy agradecida. El hecho es que habíamos hecho una bonita amistad. Yo siempre fui muy derecho en responder a sus consultas con la mayor honestidad. La mejor experiencia en esto fue cuando comentó que a veces se sentía ajena al grupo de religiosas y consideraba que tal vez debiera cambiar de congregación. Mi respuesta fue que reflexionara tomando en cuenta la recta intención y el espíritu apostólico de Cristo que prefirió escoger a los apóstoles que no eran los grandes filósofos de la historia sino humildes pescadores y le encantaba con más frecuencia servir a los pobres que compartir con los ricos y acomodados. En fin, que mi opinión sobre su trabajo apostólico de consagración al servicio de la iglesia de Dios estaba en lo que a Cristo más le agradaba y mejor le parecía si así lo decidía, lo cual venía a ser casi la clave para todo. A ella le gustaba mi punto de vista y creo que le sirvió.
De las chicas que me ayudaban en la catequesis de los ranchos las Aguirre y las de la Peña, olvidando las Páez que nunca decidieron colaborar, se identificaban bajo el punto de vista socio familiar como de clase media alta, lo cual a mí no me importaba pero tampoco podía ignorar, tratando de que siempre existiese la armonía y buena actitud y el espíritu de apostolado en el grupo que formaban con las catequistas de condición social de menor jerarquía dentro de lo convencional del criterio humano más o menos mundano. Las antipatías o la celotipia que surgieron siempre fueron cosa resuelta favorablemente por el bien de la paz y la concordia. Carmelita Hernández que había trabajado con el padre Alcántar como catequista anteriormente solicitó trabajar en el grupo que dirigía, con el inconveniente de que no tomó el curso para enseñar alfabetización. Para que tuviese oportunidad de catequizar logró hacer su labor los días jueves que tenía lugar la catequesis en el área de las rancherías de los Prietos donde las catequistas locales podían mantener vivo el trabajo de alfabetizar. Irma Leticia su hermana a quien conocí desde su adolescencia en la escuela donde la hermana Loya impartía clases también quiso colaborar con su hermana Carmelita en la catequesis y ambas hacían una excelente labor. Sus padres eran excelentes cristianos, fervorosos y envueltos en la acción católica de la Parroquia. Eran originarios de Aguascalientes y emigraron a Salamanca tal vez por los recursos laborales de refinería. Tuve dos sirvientas de las cuales tuve también la satisfacción de verles trabajar los sábados en la catequesis del Molinito de donde eran vecinas, una de ellas era novia del presidente de la acción católica se llamaba Providencia y mi hermana Enriqueta le llamaba Provi y le tenía gran estima. La otra era Estela que se interesó en aprender a escribir a máquina y graduarse de secretaria, yo le obsequie mi máquina de escribir que casi no usaba. Como yo no soy precisamente un experto en cuestión de instalaciones de sonido y menesteres relacionados con este asunto, siempre identifique los chicos aficionados a las bandas de música de las localidades a quienes estimule para que colaborasen con las actividades relacionadas con las kermeses y nunca me faltó su asistencia que tanto necesitaba.
Mis hermanas que se casaron consecutivamente con sus novios hermanos, me dejaron como único recurso para atender la responsabilidad de mi casa a mi hermana Lourdes, la güerita que vino a ser la más jovencita de mis colaboradoras y la más celosa en velar por mi bienestar y compartir mis actividades artísticas, recreativas y culturales. Alguna vez en Guadalajara disfrutamos desde luego el gusto del folklore musical del mariachi en san Pedro Tlaquepaque, con la corrida de toros por la tarde y el teatro Degollado por la noche con el recital de poemas dramatizados de García Lorca y el baile del flamenco con la voz siguiendo la guitarra del cante jondo. En nuestra visita a México acudimos a una excelente representación de Hamlet en el castillo de Chapultepec y visitamos a la familia Lozano que tenían una linda mansión en el olivar de los padres rumbo al desierto de los leones, a quienes no había visitado desde la época de soltería de mi hermana Elena que me parece fue quien me acompañó cuando fui invitado a la celebración del matrimonio de Miguel Lozano. No estoy seguro si vino también conmigo a México cuando con motivo de la olimpiada el teatro de bellas artes representó obras clásicas de tragedia griega en el idioma original que aunque estudie dos años era más lo que imaginaba que lo que realmente entendía, aunque su sonoridad si fue interpretada como que armonizaba con la fuerza de la tragedia en acción. La dedicación de la güerita en casa desde todos los puntos de vista no dejo nada por desear, sobre todo nuestros retos con o sin las amistades de la familia de la Peña. Ella era una apasionada de la canasta uruguaya.
La experiencia más patética familiar que experimentamos anteriormente a esta agradable experiencia en compañía de mi hermana Lourdes, aconteció unos meses anteriores cuando mi hermana Cristi me atendía y aun no contraía matrimonio. Enriqueta mi hermana casada con Ernesto habían logrado llenar los anhelos de mi madre de verles tan felices, no solamente por lo bien integrados que se realizaban como esposos, sino también por la dicha de verles como padres orgullosos y felices de su primer hijo de diez y ocho meses y su futura nietecita en el vientre materno por seis meses y tres por nacer. Como contraste a tanta dicha una feliz noche que se convirtió en tremendamente trágica fue la que aconteció después de haber compartido como acostumbraban una alegre visita fraternal en casa de Yola y Alfredo que vivían en Celaya, que se despidieron sin la más lejana idea de la terrible desgracia que estaba por acontecer a unos cuantos kilómetros después de pasar el puente de tres guerras sobre el río Lerma. Era bien conocida esa curva, pero no pudieron eludir el carro que por inexplicable razón se les echó encima sacándoles del pavimento y haciendo que el carro en que iban Ernesto, Enriqueta con su nenita dentro del vientre y el pequeño Ernesto sufrieran las horribles consecuencias del accidente. Ernesto que iba manejando sobrevivió dos o tres días en emergencia con los órganos internos incapaces de funcionar y murió de un paro respiratorio, yo le visite en dos oportunidades en el hospital. El pequeño Ernesto con sus piernitas atadas en alto sanó en dos semanas de las costillas fracturadas completamente recuperado. Y la pobre hermana mía Enriqueta con las piernas deshechas tardaría casi un año con la esperanza en reaprender a caminar compitiendo con su hijito que dio sus primeros y demás pasos antes que su mamá. Todo el embarazo y el alumbramiento, no había logrado levantarse de la cama. El doctor Alcocer especialista en reconstrucción ósea temía que sucediera el riesgo que existía y se convirtiera en un caso de esquizofrenia el que no se le informase a Enriqueta sobre la muerte de su esposo Ernesto lo cual ella ignoraba. Mi plan fue hacerlo siguiendo un proceso gradual que resultara como un mal menor el hecho de su muerte. Le informe de inmediato que sería intervenido en sus pulmones por problemas respiratorios muy serios. El día siguiente le dije que pusiera todo de su parte por sanar porque su esposo estaba impedido de trabajar de por vida y la tiste realidad era que ella tenía que recuperarse para hacer lo mejor que pudiese por su familia. Ella exclamó, ay Dios mío, preferiría que nuestro Señor lo recogiera. Al día siguiente me arreglaron a Ernestito y cuando la fui a visitar le dije que gracias a Dios su niño ya estaba muy bien y que su padre como se lo pidió a Dios ya había pasado a mejor vida. Claro que la pena fue tremenda, pero con terapia de la realidad y la oración de todos se le hizo más llevadera. Cristi y yo estuvimos a cargo de Ernestito, de manera que el ambiente de nuestro hogar en Salamanca contaba con todos los elementos y el sabor propio de una verdadera familia, para el bien del niño que había perdido la presencia de su padre de por vida y de la atención de su madre por una temporada larga como lo requería su recuperación fundamental de la mamá.
En esta época que vino a ser la del santo padre el papa Juan Veintitrés en la iglesia católica y en la aspiración de un mundo mejor al día, el papa del adyurnamiento de la iglesia propuso algo a lo que yo no me sentí indiferente, a la posibilidad de procesar mi dispensa del celibato con el propósito tal vez de formar un hogar o de proyectarme en otras posibilidades. Y aunque contemple esta idea solamente como una futura posibilidad, volvió a la carga en mi mente la idea de sentirme libre de elegir mis alternativas en la vida cotejando mis experiencias reales como satisfactorias de autentica realización de lo que realmente pretendía personalmente. Me sentía como producto de una ecuación cuyos factores fuesen los materiales que absorbí en mi persona por la educación programada por el gobierno del partido institucional laico de la revolución y la iglesia católica. Empecé a sentir la aspiración intelectual y la inquietud por integrarme a una educación realmente universal de la cultura de la historia del saber de la humanidad con criterio cuya amplitud abarcara otros puntos de vista de la visión y de la realización del ser humano cotejado con el fenómeno de la revelación y el Cristianismo y de Cristo mismo. Tenía en mente la posibilidad de lograr un doctorado en filosofía dentro y tal vez mejor fuera de mi patria y lo más probable en los Estados Unidos por su determinación sobre el valor de la libertad. Vi que en mi patria contaba con mil dificultades por la educación laica que anulaba el valor objetivo de mi educación al margen de la obligación de estar estrictamente en regla con la incorporación formulada por estatutos dictaminados por el sistema educativo. Y fue así que me propuse investigar hasta diseñar un plan que me abriera las puertas a la universidad de Fordham en Brooklyn de la ciudad de Nueva York donde vivía un tío mío hermano de mi abuelo don Emilio Prieto Díaz. Era mi tío Ricardo que fue tan admirado por mi madre.
Con todas estas cosas en mente me llegó una circular de la mitra ofreciéndome una vicaría en Tacícuaro, una población vecina a la ciudad de Morelia cercana a la parroquia de Capula.
En vista de que el texto de la circular tenía una frase que se refería a si estaba interesado en la proposición del nombramiento pregunte si era real o convencional la propuesta. De manera que con esta coyuntura logre permanecer en Salamanca hasta que tuve la oportunidad de presentar mi plan de estudios al nuevo arzobispo don Manuel Martín del Campo. Un compañero mío Rubén Calderón vino a ser quien ocupó mi lugar haciéndose cargo de la vicaría.
La clave de mi plan vino de la madre Dolores Ochoa que me informó que en Rochester Nueva York las hermanas misioneras cuya superiora allí era la madre Eugenia necesitaban como san Antonio una vela un sacerdote que les ayudara a su misión sirviendo en categoría de capellán para ellas y que colaborase en una parroquia en que atendían feligreses hispanos celebrando la santa misa dos días de la semana domingos y miércoles y finalmente prestase su colaboración con los cursillistas dando alguna charla de motivación y orientación en su apostolado una vez por semana. Yo me ofrecí a ser ese sacerdote en el entendimiento de que me hospedaría en la casa parroquial donde tomaría mis alimentos y me sería permitido todo el tiempo libre posible para prepararme en lo que requería mi necesidad de aprender ingles y tomar algunos cursos en la universidad orientados a incorporarme a Fordham University eventualmente. La idea de solicitar apoyo de la Unesco para conseguir una beca posible para la universidad de Fordham me la sugirió el embajador Jesús Cabrera. Y mi tío Ricardo que vivía en Queens de Nueva York me informó que allí podía lograr aprovechar excelentes oportunidades para estudiar un doctorado en filosofía. Con la idea de tener como salvaguarda de la influencia del ambiente americano y sus costumbres en un mundo peligroso para mis valores morales de clérigo, pensé que era más conveniente que estuviera a la sombra de la vida parroquial, esto me facilitó la aceptación del arzobispo para darme la licencia solicitada.
Trate de organizar mi economía y explorando con mi padre en una charla le comentaba que mi formación sacerdotal desde el punto de vista financiero fue una ganga comparándola con la de Carlos, que tal vez pudiese si quisiese apoyarme hasta donde le fuere posible en mi plan de estudios que proyectaba. Resulta que salí tras corneado apaleado, porque no solo no quiso obsequiar a Carlos mi hermano mi carro Borwrd casi nuevecito que tanto le gustaba a Carlos, sino que le dio el Chebrolet Malibu que el usaba. Yo le vendí mi carro a un dentista en muy buen precio que le entregaría ya cuando llegara la fecha de mi viaje a los Estados Unidos que estaba bien próxima, para el mes de octubre del mil novecientos setenta y estábamos a fines de agosto. Debiendo ir con los peregrinos en peregrinación a México al Tepeyac, deje el carro en el patio de la casa, desgraciadamente cuando regrese a recogerlo estaba hecho pedazos porque mi papá se los prestó a la Güerita y a Martita mi hermana que gracias a Dios salieron ilesas del accidente, no como mi carro. Mi madre me prohibió terminantemente que discutiera con mi padre lo del incidente previendo que nos enredásemos en serios problemas, yo se lo prometí y nunca le dije ni media palabra ni el tampoco, ni mucho menos vi ni medio céntimo de consolación. En realidad yo le debía muchos más favores aparte del de la vida.
Todos mis pequeños bienes quedaron a cargo de mi hermano, creo que del carro lo único de valer era el motor y los muebles de casa y la televisión que vendí a mis amistades él lo colectó así como mi libro recién terminado de editar que no tuve tiempo de pasar a recoger. Todo eso que no era como la fortuna que solicitase de mi padre Carlos, fue la mía la que quedó en sus manos. Lo de la fortuna es una alusión a sus sueños de emprender que aun no habían establecido ningún record sino el de su proyección visionaria de los negocios. De esto estaba bien convencido. Aunque me sugirió que hablásemos con mi papá para que le confiase su capital con este propósito de acrecentarlo, creo que lo convencí que eso no iba a trabajar con el dilema que le propuse. Si fuese verdad le dije, que lo que piensas es verdad, no creo que mi padre esté en disposición de evidenciar el hecho de que tú has hecho tan prontamente lo que él no lograse en toda su vida. Y si no lo cree, ya ni hablar, no necesita ninguna explicación.
Me despedí de mi familia de Apaseo y estuve en México, en la casa de los tíos David y Gloria esperando tener todos los documentos en regla con mi pasaje a Rochester para el veintiuno de octubre día en que me esperaban las religiosas para recibirme en el aeropuerto de Rochester. Francamente no se qué inconveniente aconteció, pero no me fue posible volar sino hasta el día siguiente veintidós de octubre, con la buena fe de que mi tía me daría la mano como se ofreció llamando por teléfono a las religiosas que no estaban informadas y yo no había logrado contactar. Esto me daría ocasión a hacer de mi llegada a Rochester el inicio de una verdadera aventura.

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