sábado, 30 de junio de 2012

Espiritu Sacerdotal (seguimiento a Octava Maravilla)

Espíritu Sacerdotal Presencia de Cristo en la vida humana Tercera Parte Tercer Exordio a la misión ministerial Mi vida sacerdotal Cristo desempeña su función sacerdotal y su realeza mesiánica de acuerdo al plan divino con su mirada persistente y su oído alerta a cumplir la voluntad y los designios de su eterno Padre. En contraste con la personalidad de David sacerdote y rey y profética figura suya de Cristo Mesías, su sacerdocio y su realeza en Cristo acontecen al margen del poder político de Israel bajo la hegemonía romana y ajeno también su espíritu sacerdotal al margen de la casta sacerdotal que está a cargo de las actividades y de la vida del templo judío reconstruido por el rey Herodes. La palabra del hombre es la expresión de su realidad humana y la palabra divina la expresión de la realidad de Dios. Fue en este contexto en el que desde el punto de vista de Dios y el hombre Cristo comentó diciendo al apóstol Pedro que no venía de la carne o de la sangre sino de la revelación de su Padre, de Dios mismo, el responderle que El era el Cristo hijo de Dios vivo y añadió en el mismo contexto que solo El, Cristo es quien tiene palabras de vida eterna. Esta realidad divina y humana en Cristo se convierte en la plenitud de la máxima expresión de Dios y el hombre cuya presencia se ratifica como nuevo y eterno testamento garantía de la plenitud de los tiempos que hará presente a Cristo en la vida humana hasta la consumación de los siglos principio integral de vida eterna. Gracias al espíritu sacerdotal de Cristo en acción de gracias la víspera de su pasión y muerte en que instituye como Eucaristía la cena de pascua, Cristo realiza su acción sacerdotal en que se ofrece como ofrenda y víctima de propiciación haciendo realidad mística la realidad de su muerte por acontecer. Y esto a su vez entregando su cuerpo y sangre como alimento de vida eterna al trascender a una realidad espiritual la realidad alimenticia material del pan y el vino convertidos en pan de ángeles y pan del alma humana y sangre que redime al mundo. La realidad de Dios en Cristo no tiene la inmensidad del universo ni de toda la Creación que se expande en el tiempo cuyos únicos límites cósmicos espaciales chocan sin duda ante la presencia de la eternidad. La intimidad de Dios es hipercósmica como la del alma humana, como la dimensión de Cristo, como la vida eterna que esencialmente es la vida de Dios. El aspecto del espíritu sacerdotal ratifica el testimonio del amor como una realidad divina y humana más poderosa que la vida y que la muerte capaz de servirse de ella para lograr el triunfo del amor que es la fuerza omnipotente y gloriosa del amor más puro que purifica todo como expectativa digna de Dios al lograr la resurrección y con ella la eterna gloria. Verdadero mana es Cristo alimento de rocío celestial antes del eterno amanecer El es el pan vivo que baja del cielo que nutre la vida divina nacida del Padre para demostrar que no solo de pan vive el hombre sino de la palabra viva cuya abundancia redunda en plenitud de vida eterna. Y es así como Cristo por amor da la vida por sus amigos estableciendo una amistad divina y humana, porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo cuya sangre derramada y muerte de cruz redime del pecado, triunfa de la muerte y ofrece gloria y resurrección no solo a Cristo sino a todos sus discípulos que en verdad creen en El. De manera que compartiendo su pasión y muerte también comparten su resurrección y su gloria. Y todavía hay más en lo que Cristo se desborda en generosa plenitud al decir a sus apóstoles haced esto en memoria mía anunciando mi muerte hasta que vuelva. Estas poderosas palabra humanas y divinas hacen posible que los apóstoles y sus auténticos seguidores como ellos verdaderos seguidores también de Cristo logren el milagro supremo de personificar al mismo Cristo renovando el misterio de su pasión, muerte y resurrección gloriosa al compartir con Él y todos los creyentes el misterio de la Eucaristía divino viático para quienes morimos y resucitamos en la fe de cada día compartiendo el pan del amor en la hermandad de Cristo vivo en medio de nosotros cumpliendo su promesa noche y día con perspectivas ciertas a la vida eterna. Toda esta realidad si se ratifica en seguir a Cristo como camino, verdad y vida en la que el amor real a nuestro prójimo es continuidad del suyo lo mismo que su amor al Padre haciendo siempre y en todo, la voluntad divina, entonces viviremos un paraíso que es el de la nueva Creación de la gloria del cielo en la tierra. Rapsodia séptima Trece años de ministerio sacerdotal La misión del ministerio sacerdotal se convirtió en el objetivo sagrado de mis ideales como testimonio fidedigno del amor de Cristo que me eligiese llamándome a servirle como había llamado y elegido a sus primeros discípulos a quienes invitó a ser pescadores de hombres. De los cuatro sacerdotes ordenados conmigo el veintidós de Diciembre de mil novecientos sesenta, mi nombramiento a la parroquia de Cuerámaro, fue el primero, teniendo que remplazar a Donaciano Franco, seminarista ordenado sacerdote y designado a esa parroquia con dos años de anterioridad a mi ordenación y a mi nombramiento. Yo les comunique a todos mis amigos y compañeros la noticia a la hora de la cena diciéndoles que me tendrían a la orden en Cuerámaro y casi todos explotaron en una gran carcajada, aunque yo no lo hice ni consciente ni intencionalmente olvidando que era una expresión que usábamos con sentido picaresco referente a no estar por completo vestidos. En realidad no era una de las parroquias más lejanas ni más pobres de la Arquidiócesis de Morelia. Aunque mi padre que tuvo el generoso comedimiento de llevarme por primer vez que me presente al señor Cura don José Barbosa estaba un poco confuso de la situación del camino que era una brecha toda llena de baches y de terracería y el estaba guiando su carro dominguero. Creo que hubiese preferido que permaneciera en Morelia como gatito de angora de la catedral en el corazón del arzobispado, cosa que hubiese sido toda mi desdicha en contra de mis ideales de servir a los más pobres y menesterosos. Posiblemente las intenciones del señor Rector en este nombramiento aconsejando al señor Obispo y al secretario de la sagrada mitra debieron ser las de prepararme en la rutina de la vida sacerdotal y en la administración de la parroquia con perspectivas a mis cargos del futuro. El señor Cura vivía relativamente solo acompañado por su tía creo que le llamaba Cholita y un joven cuya edad rayaba entre los veinte y veintidós años y era el factótum, házmelo todo en todo tipo de actividades que incumbían a sus necesidades rutinarias del señor Cura, relacionadas con el negocio de la casa y de la parroquia. En realidad sí lo tenía muy bien adiestrado y era muy perspicaz y eficiente sobre todo por parecer adivinarle el pensamiento y estar siempre puntual e incondicionalmente a sus órdenes. No recuerdo si por cortesía mi padre fue o no invitado a compartir la mesa en la casa parroquial, y no guardando memoria de que así fuese casi tengo por seguro que mi padre atentamente declinó la invitación porque en realidad siempre estaba ocupado con asuntos pendientes y no era inclinado a socializar sino en raras ocasiones. Casi estoy seguro de que sí se enteró de que temporalmente yo me hospedaría en la casa parroquial con el señor Cura, mientras las cosas se ponían en su lugar y yo eventualmente me mudaría a mi propia casa que me orientaría en conseguir. La casa parroquial estaba a vuelta de esquina del templo por la calle del agua que así se llamaba porque una acequia recorría toda esa calle desde la entrada hasta la salida del pueblo. Pasada la entrada a la casa a mano izquierda había una puerta que daba a la sala y a mano derecha pasando un cancel estaba un cuarto dispuesto para mí que tal vez pudiera haber sido para las visitas posibles que yo nunca conocí. Estos cuartos como otros tres más a mano izquierda de la entrada, uno el del señor Cura contiguo a la sala y a mano izquierda haciendo esquina el primero, era el aposento de Rafael que así se llamaba el ayudante que hacía de todo, al que me he referido, y a su lado el cuarto de Cholita la tía del seño Cura. Todo este contingente de cuartos, estaban en torno a un patio más bien pequeño, que los cuartos lo eran, como lo eran también el comedor y la cocina al frente opuesto a la entrada de la casa. Olvide los pormenores de mi primera comida pero sí recuerdo que después de la siesta en vez de dirigirse a la notaría como era su costumbre el señor Cura me condujo a la sacristía y a visitar la fábrica del templo aun por terminar aunque lo más necesario parecía terminado para celebrar el culto y los actos litúrgicos propios de la parroquia. También a cuadra y media del templo pero en la calle paralela a la del agua estaba el colegio parroquial y la casa de las religiosas que lo atendían, que también me llevó a visitar creo desde ese primer día. Yo vivía en las nubes ajeno a cualquier plan de organizar mi vivienda imaginando que el señor Cura estaría disfrutando de mi alegre compañía. Pero sorprendentemente para mí e ilógicamente para él lo que yo pensaba, en realidad no era así. Sí que era todo lo contrario, aunque me tomó casi tres meses para ver la evidencia con contundencia irrevocable. El primer mes viéndome con algún dinero que remuneraba mi trabajo le invite a mi casa de mis padres y también a Querétaro sin que el supiese mis intenciones que sin duda le sorprendieron. Y la sorpresa más grande fue que se quedó con los ojos cuadrados viendo que todo me lo gaste en libros para hacer mi pequeña biblioteca cuando él esperaba ver comprase algo siguiendo mis planes que en realidad no los tenía para poner mi casa de la que aun no disponía y cuyas luces no aparecían por ninguna parte de mi mente. El era de buen comer lo mismo que yo, y mientras estuve compartiendo con él en su casa también su comedor, el más bien que yo subió considerablemente de peso. Le encantaban los chistes que le contaba y celebró uno de mis poemas en el que yo me había inventado la palabra luminagua, combinando luz y agua en la gota de rocío que se suponía era el alma humana con la presencia de Dios. El me llamó el padrecito luminagua y yo nunca lo tome a mal, más bien de buena fe todo lo contrario. En las noches después del rosario antes de dirigirnos a su casa hacíamos una visita de breve adoración al santísimo sacramento del que era muy devoto. Después de la merienda con frecuencia nos dirigíamos a la sala y escuchábamos algún disco de buena música antes de irnos a dormir. Todo caminaba viento en popa y yo sin entender que tenía la obligación de poner iniciativa en lo de poner mi casa. Increíble mi torpeza o negligencia para las cosas prácticas de adaptarme a la vida del mundo por mi iniciativa. Ni siquiera se me ocurría comprar una bicicleta y alquilaba una para atender el servicio de mi ministerio en las rancherías más cercanas. Resulta que Cholita murió y en medio de la noche mi cuarto se convirtió en el de velorio. Yo no me daba aun por aludido hasta que al regresar del sepelio ya tenía una cama dispuesta en una casita al lado de la acequia de la calle del agua no lejos a la del señor Cura adonde fui a parar voluntariamente a fuerzas, según resultó de las circunstancias de mi vida. Todo esto fue providencial para que mi familia tomara cartas en el asunto de darme la mano en preparar mi casa en forma más adecuada aunque tal vez por uno o dos meses me las arregle por cuenta propia y abrí las puertas a todos mis amigos, especialmente a los del equipo de futbol a quienes entrenara fabulosamente el padre Donaciano a quien yo jamás haría la más lejana sombra por su personalidad y habilidad futbolística casi legendaria desde el mismo Seminario. Teníamos dos o tres cajas de refrescos y mi casa se había convertido en un club, hasta que mi madre vino a ponerme masetas, pájaros y le dio a todo el gusto del hogar. Yo tuve que despedir a mis amigos, sobre todo porque mis hermanas se turnaban en hacerme compañía y estaban a cargo de dos gentiles sirvientas que me recomendó el señor cura. El siempre me llevó la cuenta de todos mis gastos siendo los mayores el de los meses en que dispuso para mí de un ropero y un escritorio de los que había comprado para las rancherías en los cuartos que se hospedaban los padres vicarios cuando las atendían. Yo tenía problema con el prudente y atinado manejo del dinero. Sentía verdadera repugnancia a hacer una lista de todo lo que hacía para que me pagara y nunca puede hacerlo como él pretendía. La primer vez que mi madre estuvo al cuidado de la casa por una semana, les hizo saber a las sirvientas que a mí me gustaba mucho el chile negro y les enseño a prepararlo como ella sabía. Cuál sería mi sorpresa cuando al regresar de la casa de mis padres a donde regrese a mi madre de su relativamente breve visita, la primera comida que suponía tendrían lista las sirvientas no era sino un plato de chile negro, ya que yo ni me acorde de darles para el gasto ni ellas me lo pidieron. Por supuesto que esto jamás tuvo que repetirse. En realidad ni la casa por sus quehaceres ni tampoco yo mismo requeríamos de dos sirvientas para nuestros menesteres, pero ellas se sentían orgullosas de su trabajo y yo seguía la corriente por el cauce de lo determinado por el señor cura a este respecto. La vida misma resolvió este asunto porque una de ellas que después colegí estaba enamorada, le dio por platicar y alagar con singular entusiasmo la alegría y el feliz encanto de los cantos de los pajaritos de mi madre, y así nos dio la sorpresa de no presentarse al trabajo un lunes al final del fin de semana, por haberse ido con su novio en contra de todas las recomendaciones del señor encargado de la cura de su alma. La primera de mis hermanas que me hizo pie de casa fue la primera que contrajo matrimonio y que le vino en suerte ser la quinta de la familia. Ella no compartía ni por excepción el trabajo de mi hermana mayor en ayudar a mi padre en su negocio del comercio y se convirtió en alguien que era el brazo derecho y el paladar exquisito de mi madre para asuntos de cocina ya que sazonaba los alimentos casi como ella. Nos entendíamos de maravilla, fue la que esperaba que fuese hombre cuando nació y por no serlo y yo no aceptarlo como debía, la convencí cuando era más pequeña de aprender a jinetear los becerritos del corral estimulada por diez centavos que le daba y que me arrojó a la cara en su primera caída, teniendo que ser confrontado por mis padres por lo que sin duda era culpa mía. Nos entendíamos tan bien y compartía con tanta satisfacción nuestro modo de vida que me propuso terminar sus relaciones con su novio para dedicarse a servirme como pie de casa de por vida. Yo la persuadí a que de ninguna manera podría pensar en esto porque ella tenía su camino y yo el mío, aparte de que su pretendiente era el mejor partido que entonces pudiera soñar y en realidad se amaban, siendo un excelente caballero y la ambición de todas las damas casaderas, circunstancias que no podía garantizar que se repitiera esto en su vida. Y así fue como yo, que habiendo sido monaguillo acompañaba al padre Ayala a los pedimentos de los novios en perspectiva de celebrar su amor uniéndose por el sacramento del matrimonio, en el caso de mi hermana Elena hice el primer pedimento de mi primera hermana según las tradiciones y costumbres, ya ordenado sacerdote. Por supuesto yo también fui el testigo del sacramento de su matrimonio y quien celebró la santa misa de sus nupcias conyugales. A mi hermana Enriqueta que era dos años menor que Elena le tocó en suerte suplir las funciones que mi madre le había asignado anteriormente a convertirse en a recién casada. Enriqueta era particularmente sociable y al poco tiempo de estar conmigo vino a ser tan popular por sus actividades sociales y su simpatía que en vez de ser la hermana del padre era yo conocido como el padre hermano de Enriqueta. Su carácter era alegre y festivo y aunque cantaba bien bailaba mucho mejor. De manera que la presente a una chica de la que no recuerdo el nombre, pero sé que estudiaba baile de ballet en una academia de Irapuato y tenía la ambición o de ser profesional o de ser maestra, o una y otra cosa a la vez. Yo le sugerí a mi hermana que ensayaran el Huapango de ballet de Pablo Moncayo con miras a presentarlo en el teatro parroquial que tenía programada una actividad cuyo motivo ya no recuerdo. Esto a mí me parecería formidable y así lo hicieron con resonado éxito. Nunca supe a ciencia cierta si mis hermanas se hacían de amistades por cuenta propia y estas amistadas compartían esa amistad también conmigo o viceversa, o tal vez una combinación de una y otra cosa. Recuerdo que Dolle mi hermana mayor vino a pasar algunos días conmigo a la casa de Cuerámaro y yo le presente a la familia de don Antonio Hernández que atendía un negocio siendo dueños de una zapatería en frente del jardín principal. La mayor de la familia más o menso de la misma edad de mi hermana hicieron entre sí una linda amistad. Recuerdo que la hacienda de Tupátaro a cinco o diez minutos de Cuerámaro improvisó un ruedo para una tienta de ganado bravo que según eso ya había existido en la región y estaban en proceso de ver si fuese o no restablecida. El hecho es que fuimos invitados a atender y el matador invitado a la tienta, claro no para matar sino para dar vida al evento, era nada menos que Manuel Capetillo en toda su plenitud. Todas las chicas y no tan chicas del medio estaban locas por verlo sin exceptuar a mi hermana y su nueva amiga. También recuerdo que en el casco de esa hacienda vinieron a vivir unos ganaderos del norte de los estados, no recuerdo si Monterey o Chihuahua, porque otra perspectiva de la hacienda estaba relacionada con engorda de ganado. Parece ser que uno de estos vaqueros se enamoró de Raquel y mi hermana naturalmente participó como confidente y tal vez consejera de estas relaciones que olvido si llegaron o no a feliz término. Este rancho de Tupátaro es especialmente inolvidable porque estando yo dando misiones en el mes de septiembre en torno a la fiesta de san Miguel Arcángel que era el patrón, vino mi madre de visita para compartir conmigo mi veinticinco aniversario de nacimiento en el que casi me saque la lotería. En esa fecha mi padre me obsequió algo que no me esperaba, mi primer carro flamantito un vochito precioso, el carro del pueblo alemán un volsvaguen color pistache con real olor a nuevo. Mi madre se hizo cargo de completar el obsequio con un juego de copas como desquite de la carestía de tantas cosas de que carecía mi casa sin ninguna cristalería ni mueble adecuado en que hacerlas lucir. Fue en esta hacienda donde el caballerango estaba autorizado a permitirme ensillar el hermoso alazán del dueño de la propiedad que raramente se presentaba en la hacienda. Allí convide a montar a mis amigos primos de mi cuñado Davicito esposo de Elena. Los dos primos fueron pretendientes de Enriqueta que se casó en primeras nupcias con Ernesto cuyo primo era Che Luis el hijo del charro Luis. Es digno de referir el caso de mi carestía de simples vasos, refrigerador y una jarra decente para servir el agua. Resulta que la primera vez que estos jóvenes estuvieron de visita les invitamos a compartir más bien que una comida formal un simple bocado informal de cortesía. Yo que siempre pregunto lo que se me ocurre sin pendiente del qué dirán le pregunte a mi hermana que esos vasos y esa garra tan elegante de donde había salido y ella que es muy ingeniosa comentó que también era una sorpresa de casa que me tenía guardada. En realidad lo había conseguido de las vecinas con quienes ya había estableció amistad. La cosa es que lo que sí no pudo ocultar fue el montón de arena mojada que teníamos en la cocina para mantener el agua fresca a falta de refrigerador. Fue también Tupátaro de donde tengo dos anécdotas que contar. Uno es que me quede desconcertado la primera vez que terminada la misa me despedía la gente que venía a dejar limosna que yo colectaba en una charola como es costumbre. De pronto una viejecita no tan viejecita se paró de puntillas y me plantó tremendo beso en la mejilla con el comentario halagador de que me gusta el lindo padrecito que nos han mandado. Y creo no violar el sigilo de confesión con esta breve historia. Se trata de un famoso guajolote que habiendo sido encontrado sin dar con su dueño se empeñó alguien que lo encontró en que yo me lo llevase. Como se empeñó tanto estuve de acuerdo y le dije que yo lo tendría por algún tiempo para ver si encontraba o no el dueño. Poco tiempo después esta persona a la que me refiero que vino a confesarse me dijo, me acuso padrecito que se me perdió mi guajolote y se lo regalaron a usted hace tiempo y yo dije que ya se lo habría comido y no dejaría ni los huesitos. Yo se lo regrese de inmediato, sin hacerle saber que no se si las contagiaría o no, pero tres o cuatro gallinas en el corral de la casa murieron y el único que sobrevivió fue el famoso guajolote. Enriqueta mi hermana me preguntó si podía invitar a una de sus amigas de entre las muchas amistades que tenía en Apaseo para pasar una temporada de visita en nuestra casa de Cuerámaro, yo estuve de acuerdo y Teresa Servín hermana de un compañero de primaria compartió unos días como mi hermana lo deseaba. Contiguo a mi cuarto que daba a la calle del agua hacia el interior de la casa estaba el cuarto de mis hermanas, en este tiempo ocupado por Enriqueta. Ella ya había invitado a pernoctar a una de sus amigas de Cuerámaro con quien simpatizaba. Era una chica bastante joven que inútilmente pretendía el presidente municipal que era soltero. Resulta que su mamá de esta chica que era muy piadosa se enfermó y yo le fui a llevar a casa la sagrada comunión llevándome tremenda sorpresa de ver en el buró de la cama contigua a la de la enferma nada menos que una fotografía mía que por supuesto yo nunca regale a nadie de la familia mucho menos a esta amiga de mi hermana. A pesar de mis imprudencias espontaneas por aclarar las cosas, preferí ser prudente hacerme de la vista gorda y pasar esto por alto para evitar un enredo del caso con los feligreses o con mi misma hermana. La aventura del cerro Colorado que así se llamaba la ranchería más distante de la Parroquia, aconteció precisamente entorno a los días de la visita que tuvo mi hermana que invitó a su amiga a venir con nosotros. Ya no recuerdo como conseguí caballo para ellas. Lo que nunca se me olvida es que un señor amigo mío de apellido Paz que tenía una propiedad en el cerro con este rumbo de la lejana ranchería, tenía también un lindísimo caballo retinto demasiado brioso y vigoroso como noble, según mi criterio entusiasta de buen charro. Me fascinaba montarlo. El dueño era muy gentil y siempre me lo prestaba como si se sintiera complacido de que yo lo montara. No sé si el caballo tendría algún nombre pero yo le puse Venado de las montañas, porque caminaba por los caminos cerriles o montañosos ligero como una flecha que se lanza al viento. No tengo la menor duda de que el ángel de mi guarda me cuidaba muy de cerca, porque en medio de la llanura trate alguna vez de colear un tierno novillo al que en realidad no logre ni agarrarle la cola con firmeza, pero bien pude haber tropezado con el cruzándosele al caballo en la carrera sin tener la oportunidad de estarlo narrando ahora mismo. Lo que aconteció a nuestro regreso en esa ocasión fue que salimos del rancho al atardecer acompañados por el acompañante que se encargaba de guiarnos. En cierta área del camino yo me aparte del grupo y baje del caballo por unos minutos pensando al montarlo de nuevo que seguiría hacia el grupo de mi familia que me acompañaba pero no sucedió así. Yo estaba equivocado de la presteza con que avanzaba, ignorando que incidentalmente estaba por esos alrededores el potero del dueño que fue para donde apuntó el caballo dejándome perdido en medio del cerro. Tuve la suerte que finalmente nos encontramos el caballo y yo, la ladera del cerro con un camino más ancho que era a donde iba a dar la vereda por donde andaba perdido. Estaba seguro que el guía y mi familia me estarían esperando en casa a mi llegada, pero no fue así. Vinieron llegando dos horas más tarde y se pusieron felices de encontrarme. Habían regresado al rancho y despertado gente en busca mía por todo el cerro, seguros de que el caballo me hubiese matado creyendo que sin duda yo ya sería su segunda víctima, lo cual no fue así en manera alguna. Toda esta historia vino a terminar casi al amanecer. El padre Marcos Vélez y su hermana me pretendían calmar aunque hasta que llegaron quienes me creían en el otro mundo, estuvieron tan preocupados como yo. Más cercana a la parroquia había la ranchería de Sarteneja donde en dos o tres ocasiones monte una yegua alazana tres cuartos de milla. Como lucía preciosa con su cuello elegantemente enarcado y sobre todo con un andar tan saleroso, la gente le vino a poner el nombre de Panchita, que era el de una señora de Cuerámaro que reflejaba en su andar la alegría festiva de vivir asemejándose la una a la otra según este parecer. Y en el rancho de la Joya que era el más grande de la Parroquia también monte un primoroso animal y no teniendo tiempo para pasear en él lo corrí y lo hice rallar al estilo charro mexicano varias veces, escandalizando a varios amigos del dueño que en nombre del dueño comentaban que iba a quedar escarmentado cuando se enterara del trato que le di a su consentido corcel. Fue en la Joya donde recordando a mi modelo ideal de sacerdote el santo cura de Ars tuve que responder a la obligación de confesar a todo el rancho al fin de la misión o ejercicios espirituales que impartí yo solo por mi cuenta sin la ayuda de casi nadie sino el buen Dios. No me pude parar del confesonario sino para mal comer un bocado y estuve ocupado casi sin parar por diecisiete horas corridas. Lástima que no logre continuar ese tren de vida porque sin duda ni mis consejos eran tan sabios ni mi carisma tan maravilloso. Ahí encontré la sabia lección de un penitente ejemplar que con fervor edificante me hizo sentir la delicadeza con Dios cuando usaba este estribillo, me acuso de que yo no he querido ofender nunca a Dios, pero como la ley de Dios hila muy delgado, me acuso de esto aquello y lo demás allá por si hubiese faltado. En realidad resulta que no había cometido un solo pecado lo cual tengo la impresión que era una realidad por la sencillez y sinceridad con que lo decía. Cuando visitaba las rancherías a donde iba a celebrar la santa misa mi prioridad era oír en confesión a las personas que desearan comulgar y después visitar a los enfermos y llevarles la sagrada comunión a más de lo cual también me aseguraba de que hubiese un grupo de catequistas que preparase niños para la primera comunión. Esta agenda no se armonizaba con mi regreso puntual para juntar la limosna los días domingos en la misa de once o doce en que se llenaba todo el templo. Yo no tomaba muy en serio esta prioridad del señor Cura y le hice pasar malos ratos de intensa cólera más de una vez, aunque esta no era mi intensión. Me costó mucho trabajo llenar el vacío que dejó la personalidad del padre Franco tanto con los jóvenes de la acción católica, sobre todo con los futbolistas como también con las señoritas de la acción católica. Eventualmente aceptaron las características de mi personalidad con espíritu de sincera amistad y creo que aunque no tuve oportunidad de proseguir mi ministerio por más de un año logre percatarme del cambio de actitud hacia mí diferente a cuando llegue. Esto se hizo especialmente notorio cuando me organizaron una comida de despedida en la hermosa huerta del Platanal donde el barítono de vigorosa voz a quien llamábamos Gonsa me despidió con el canto de las golondrinas. El señor Cura se distinguía por manejar la Parroquia con un orden tan grande como su espíritu de autoridad. El ejemplo clásico era que si las parejas que estaban por casarse se habían fugado por cuenta propia les exigía casarse de negro, cosa que duramente les era soportable. También les privaba de misa en las rancherías que no pagaban los gastos de mobiliario, como confesonarios o algunos otros muebles que consideraba necesarios para el servicio del personal de los servicios litúrgicos o sus ministros. Yo que estaba más orientado a no exigir lo requerido para administrar sino más bien a atender con afecto y simpatía a los feligreses, tuve que hacerme de la vista gorda en ocasiones como esta a la que me refiero. Me hice de la vista gorda y el oído duro con un comentario halagador de gratitud hacia mí tan amigable con la gente sencilla. Ojalá esto fuese verdad toda mi vida de ministerio. Se refirió a sus ganados y singularmente a las cabras, que no las maltratan ni les tiran pedradas, porque así se sienten agradecidas y crían mejor a sus crías y abundan más en la leche que dan. Había un rancho rumbo al Colorado que se llamaba el Salero a donde debía pernoctar, porque venía gente de varias rancherías que llegaban también desde el día anterior a la celebración de la santa Eucaristía para poderse confesar y comulgar, volviendo a sus casas no tan tarde para que no le cogiera la segunda noche. Yo cometí el error de no verificar que los ornamentos que como costumbre traía consigo el encargado de acompañar al sacerdote los hubiese traído. Y esto me pasó por coger la delantera en el brioso y bello caballo que me encantaba montar. Yo ponía dentro de una mochila cuyos tirantes colgaba a la silla de montar seguro de que no faltaba mi sotana, ni el vino ni las hostias. Con las prisas de ir a descansar después de confesar hasta muy noche y también por la mañana, al ir a disponer los ornamentos me percate de que no habían llegado y viéndome sin ellos inmediatamente mande al encargado para que los consiguiera de parte del señor Cura. Llegó de regreso entre tres y cuatro de la tarde con el mensaje de que me regresara sin decir la misa. Yo de inmediato deseche semejante orden pensando que era injusto para la gente ser castigada de esa manera cuando el castigo era exclusivamente de mi propiedad. Les explique que si estaba faltando en desobedecer en mi conciencia me sentía obligado a hacerlo y que para la santa misa no eran indispensables los ornamentos sino el pan y el vino para consagrarlos y darles la sagrada Eucaristía. El señor Cura salió de vacaciones a Acapulco pasando por Morelia donde sin duda consiguió mi cambio de parroquia casi inmediato, sin duda ya le había colmado el plato como él decía de mí, este padrecito luminagua. Fue interesante mi primera experiencia ministerial que terminó lo mismo que se inició sin esclarecer el sentido del chiste que reímos tanto el señor Rector del Seminario como el señor cura Barbosa. Yo les comentaba que el primer párroco para un vicario es como la experiencia de hacer un caballo a la rienda, y ellos no me entendieron quien era quien lo hacía de caballo montado y quien manejaba la rienda si el cura o el vicario. Con tanta duda yo también me quede dudoso y confundido. Corolario poético La realidad de mi trabajo ministerial siempre estuvo llena de idealismo y poesía. Mi realidad poética absorbe el Proemio y el Epílogo de mi autobiografía que podrán verse amplificados en el gran final como el Corolario poético de la esencia y la existencia de mi vida. Esto lo deseo hacer notar porque la poesía de mi vida desborda de fervor, como autenticidad y sinceridad de un gran ideal, el de una entrega plena y total a la mística del celibato, que hasta mi elección por la vida conyugal, me identificaba con la pureza sacerdotal de Cristo, como humilde aspiración a su ministerio orientado a la salvación del mundo. Al fin de cuentas me propuse aprender a confrontar la divergencia del ideal de la espiritualidad y la doble realidad por verificar, midiéndome a mí mismo en mi capacidad de actualizar lo que soñaba, proyectándome a sí mismo hacia la realidad universal y total del sacerdocio eterno de Cristo que no es ajena a la vida conyugal convertida en sacramento de vida. Rapsodia octava. Rumbo a la parroquia de Huaniqueo en Michoacán El párroco de Huanuqueo don Jesús Juárez era un hombre de Dios en su integridad varonil llena de austeridad y en su rectitud y sentido de autentica espiritualidad sacerdotal. No podía ser más afortunado si en realidad deseaba la orientación como modelo a seguir de quien sinceramente desea servir a Cristo en el sacerdocio. El había trabajado como vicario en la parroquia de Apaseo y conocía y apreciaba a mi familia. Además conservaba viva la imagen de mi tierra natal porque su hermano Juan Juárez y su familia vivían allí y naturalmente se seguían frecuentando. El padre Juárez tenía especiales lazos de amistad con el padre Manuel Castro, con quien yo hacía consultas sobre mi vida espiritual como seguimiento a su dirección en este terreno hasta mi ordenación sacerdotal. El se ofreció a acompañarme personalmente en mi primera entrevista y llegamos a saludarle desde el seminario de donde partimos hasta la parroquia a la que yo había sido nombrado como vicario. Por cierto yo iba manejando el carro volgsvaguen que mi padre me había obsequiado. Me entere de que iba a ser bien venido como miembro de su familia prácticamente, viviendo bajo el mismo techo de la misma casa donde él vivía y donde a la entrada también tenía la notaría parroquial. Sus familiares le hacían pie de casa, y eran su mamá, dos hermanas y la maestra de la escuela parroquial y en tiempo de vacaciones un sobrino, a más del hermano de la maestra cuya estadía era menos corta que la de su sobrino del padre Juárez. Después de mi visita inicial el regreso a mi nueva parroquia tardó un poco más de lo programado, primeramente porque yo pedí una semana para hacer mis ejercicios espirituales en la abadía de san Benito relativamente cerca del seminario donde vendrían a visitarme ambos sacerdotes directores espirituales el padre Castro del seminario mayor y el padre Pérez-Gil del menor, a quienes invite a que me ofreciesen su orientación espiritual y ellos fueron magnánimos en corresponder a ella. Y además porque tuve un percance trágico que me complicó hasta cierto punto la misma vida, no porque yo la hubiese perdido, sino una pobre niña de escasos doce años que desgraciadamente atravesó intempestivamente la carretera detrás de un autobús parado a la orilla de la carretera al lado inverso al que yo cruzara con el autobús al lado en la dirección contraria a la que él se dirigía. Ni siquiera tuve oportunidad de frenar como reacción a mis reflejos porque fue cosa de un segundo verla sobre el carro y luego sus ojos inmensos en frente de los míos que no tocaron en realidad el parabrisas. Lo más rápido posible estacione el carro a la orilla de la carretera y me acerque corriendo a donde la estaban atendiendo a punto de recostarla al lado de donde el camión, fuera de la carretera. Yo tuve la impresión inmediata de que murió instantáneamente y fui al carro para traer los santos oleos y ponerme el alzacuello que tenía en el asiento contiguo al del chofer, esto en medio de los insultos de una pobre mujer que era la abuela de la niña y que se imaginó que estaba por emprender la huída. Quedó inmensamente sorprendida cuando me vio regresar con el alzacuello y los santos oleos que me dirigía a administrarle y en el entretanto de los pasos que nos dirigían a la nietecita me dijo que era la presidenta de la acción católica y en vez de seguirme maldiciendo maldijo a todos los demonios que eran nuestros reales enemigos y principal razón de lo acontecido en semejante desgracia. Yo me puse a rezar el santo rosario a la orilla de la carretera y alguien de un carro particular vino hacia mí preguntándome si se me ofrecía algo y yo le indique avisar a las autoridades de la población cercana que era la pequeña ciudad de Huriangato Guanajuato para iniciar los trámites que competen a la autoridad municipal mientras esperaba lo que tuviese que proseguir con la intervención del personal policiaco de caminos. No recuerdo si fue también a quien entere de que comunicara la desgracia a mi padre en mi casa de Apaseo. Enterado de que la niña que recién perdió la vida dejó a su madre enferma y que estaba terriblemente angustiada con lo sucedido fui a su casita para tratar de darle hasta donde fuese posible algún consuelo implorando el auxilio divino para ella y su hijita y lamentando con conmiseración la terrible tragedia. Allí permanecí hasta que intervinieron las autoridades que me condujeron a la inspección de policía y al juzgado de Huriangato. No lo recuerdo pero creo que fue ahí donde eventualmente nos encontramos mi papá y yo y el venía acompañado de mi tío Toño Jiménez, que guardaba muy buenas relaciones políticas con diputados del estado. Estas conexiones son muy importantes para asuntos legales que se desarrollan con mayor agilidad y mejor ventura en las desventuras. Como resultado de las negociaciones iniciales, arreglaron que en vez de ser detenido en la cárcel lo iba a estar en toda la población bajo la custodia inmediata del señor inspector de policía que me hospedó en su casa remplazando mi encarcelamiento hasta el lunes en que se tramitaron los requerimientos legales para estar libre bajo fianza mientras se determinaba el arreglo jurídico y la determinación del juez a cargo de mi caso. De manera que ese lunes proseguí a Morelia y me hospede en la Abadía benedictina vecina al seminario donde estuve una semana en ejercicios espirituales terminados los cuales vino finalmente a terminar también mi pequeña y terrible odisea y llegue a mi destino de trabajo ministerial a la parroquia de Huaniqueo y con el señor cura Juárez. La dinámica familiar en casa del padre Jesús Juárez era de armonía y espiritualidad ejemplar. Sus tres hermanas y la maestra vestían con la discreción austera de la modestia más sobria de imaginar tal vez más allá de lo que sugiere el espíritu cristiano dentro de lo que propone el monacal. Y la madre, en la familia se destacaba no solo por su edad avanzada sino sobre todo por una fortaleza que personificaba el espíritu conservador y tradicional de las costumbres y las virtudes cristianas casi acérrimas. No hubo una sola ocasión en tres años que compartí la mesa con el padre en que alguien más de la familia tomase los alimentos con nosotros. Tenían la cocina tradicionalmente mexicana limpísima y estando al lado del comedor nos servían los alimentos recién cocinados y con la temperatura ideal, sobre todo el café con leche de la mañana y el caldo de la comida. Las tortillas recién terminadas de hacer y los guisos sobrios y sabrosos con su sabor natural moderadamente condimentados. Yo nunca tuve que dar ni medio centavo por todas estas atenciones y servicios que tal vez balanceaban el presupuesto de mis gastos que era modesto en vista de que la parroquia no contaba con los fondos suficientes para costear los gastos de un padre vicario. Entiendo que el señor cura que tenía sus cerdos de engorda echaba mano de estas ganancias para este gasto realmente perteneciente al presupuesto parroquial que sobra decirlo era muy apretado. Yo no tengo la mínima queja de tacañería de ninguna índole en el tópico de la economía. Tanto el señor cura como yo siempre estuvimos conformes con lo que él me ofrecía sin el más insignificante problema de ambas partes. La familia también estaba a cargo del aseo de mi ropa, de mi cuarto que tenia la puerta de salida y entrada al lado del comedor y una ventana siempre cerrada que daba al corral. Cuando tuve mi caballo propio me permitieron usar la caballeriza adyacente a la casa, aunque eventualmente conseguí de una familia amiga nuestra que fueron propietarios del rancho de la Cañada, una caballeriza de la que hacía uso don Germán que la tenía sin ocupar. Considerando que el padre Juárez también tenía su propio caballo, me pareció y así fue que la situación vino a ser más desahogada para ambos animales de este modo. Mis relaciones con toda la familia eran excelentes basadas en un mutuo respeto y una cordialidad no afectada ni exagerada. La autoridad del señor cura marcaba las directrices de sus actividades con la misma actitud que ejercía en su función de párroco de toda la parroquia como su gran familia de la que era celosamente responsable. Era evidente que su celo apostólico se nutría de una profunda vida de oración. Su personalidad austera estaba afianzada no solo en su espíritu de fe sino también en lo vigoroso de su hombría que podía interpretarse como el lado virtuoso del vicio del machismo, en lo cual no hay ningún error sino la integridad consigo mismo de ser todo un hombre. Nos llevábamos de maravilla y nunca hubo ni el menor tropiezo en nuestras relaciones, tal vez por su gran virtud llena de comprensión y tolerancia hacia mí. El atrio del templo situado a una cuadra de la casa parroquial tenía en el centro una hermosa cruz tallada en cantera con los pasajes o símbolos de la pasión. La fábrica de la construcción total se presentaba como una basílica sin crucero y de dimensiones bastas no solo en amplitud sino también en altura. La imagen más venerada era la de un santo Cristo que tenía su propia capilla y al lado del presbiterio estaba una sacristía en armonía con las dimensiones del templo, guardadas las proporciones que son de suponer. Está de más por decir que la pulcritud y la limpieza impecable del templo, superaba la peculiar característica con que se cuidaba con gran celo la casa parroquial. Todos los días nos turnábamos en la celebración de la santa misa por la mañana y el rezo del santo rosario al atardecer. Con respecto a atender el culto y las actividades catequísticas y otras actividades ministeriales en las rancherías hacíamos algo parecido. El padre Juárez se empeñó en atender las rancherías de la Cañada y Tecacho, cuya feligresía era más humilde y apegada a la Iglesia y sus tradiciones. A mí me encomendó casi con una responsabilidad total para desenvolver mi inquietud y celo pastoral, las rancherías situadas al lado opuesto hacia la ciénaga en contraste con las anteriores orientadas al lado opuesto que era el de las montañas entre el Tzirate lejano cerca de Coeneo y la Leonera vecina a Tendeparacua que era una vicaría independiente de nuestra parroquia. El nombre de las rancherías a mi cargo eran la Puerta de Jaripitiro y pasando el Ojo de agua, las Piedras y Huapeo el pueblecito de Mansa. En la época de mi estancia la parroquia de Huaniqueo se encontraba antagonizada por un ambiente en el que la energía de sus habitantes estaba fuertemente polarizada en profundo conflicto de actitud hacia la presencia y la labor del clero y de la iglesia. Parece ser que un incidente puede ser interpretado correctamente como posible señal de que este conflicto ya tenía viejas raíces. Se sabía y se contaba entre la gente que un sacerdote había sido golpeado públicamente a media plaza después de ser obligado a entregar las llaves de donde depositaba las semillas del diezmo que fuera saqueado arbitraria y violentamente. También había rumores que parecían fundados y estos eran más recientes de que dos sacerdotes habían dejado mujeres e hijos abandonados en la cabecera de la parroquia y en algunas rancherías. Aparte de todo esto el espíritu liberal anticlerical era característico entre empleados públicos, a pesar de que por ejemplo don Antonio Hernández que era secretario municipal era un católico sincero de comunión diaria y padre de un sacerdote recién ordenado. Era típica casi en todo Michoacán pero sobre todo en Morelia la actitud anticlerical de la universidad de san Nicolás y los estudiantes llamados nicolitas y Huaniqueo contaba con algunos de ellos. El abuso de quienes estaban en cierta posición representativa de poder o superioridad con cierto poder educativo, político, social o religioso no era exclusivo al pasado ni a los incidentes relacionados con el clero, siendo algo que estaba vigente en el tiempo en el que yo trabaje en la parroquia. Y sobre todo creaba un espíritu de adversidad, de enemistad y de odio agresivo cuya actitud radical y militante estaba enraizada en la ideología de trayectoria comunista y laica implantada fuertemente en el tiempo particularmente de don Lázaro Cárdenas mistificado por algunos de sus fanáticos adeptos. Naturalmente la mejor respuesta a todo esto era el que nosotros miembros y representantes vivientes del clero y de la iglesia como sus ministros, teníamos el imperativo incondicional de ser testigos ejemplares del mensaje de Cristo más que con la palabra con el ejemplo sin tacha alguna. Yo trate de hacer lo mejor posible no solo pensando en Cristo como modelo sino también en la virtud singular del padre Juárez. Tal vez tuve aciertos pero prefiero señalar mis errores para enfatizar la persistente lucha de mi espíritu por superar mis tendencias temperamentales y apegadas fuertemente a la fragilidad humana de mi naturaleza y personalidad. Era un jueves santo y nos quedamos a hacer adoración del santísimo sacramento que siempre pero en este día sobre todo celebra la presencia más definitiva de Cristo en medio de nosotros. Era increíble lo que nos debía de suceder. Un nicolaita provocativo y burlón nos tildó de cobardes curas y no sé que más interponiéndose en nuestro camino, yo lo tome del pecho sobre la camisa y le di un rodillazo en los bajos con este comentario, esto es para que veas que no somos tan cobardes. Lo deje quejándose adolorido y gracias a Dios no intentó con persistir en la reyerta. Realmente este escenario en mi mente pudo ser algo realmente hecho o imaginado tan vehementemente que lo di por hecho. En otra ocasión el maestro del rancho de la puerta que hacía alarde de brabucón vituperando a los curas me dijo en medio del camino cuando yo iba a caballo, yo a usted lo admiro como hombre pero como cura se puede ir al otro mundo. Yo siguiendo su fantochada, comente, es mejor que usted se valla con cuidado porque este hombre del que habla también es el cura y sin remedio. El siguiente caso se refiere al odio violento como prejuicio. Yo invite a dos amigos de la parroquia a un cursillo de cristiandad en la parroquia de Zacapu. El día o más bien la noche que llegamos no tuve oportunidad de encerrar mi camioneta en el garaje y la estacione al lado de la entrada de la casa parroquial. Mi sorpresa fue que al ir a celebrar la misa al abrir la puerta de la calle me sorprendió ver el parabrisas hecho pedazos y era verdad por increíble que me pareciera. Pero el colmo vino a ser algo que por negligencia médica casi me muero de una peritonitis crítica a punto de explotar. Yo padecía desde mi adolescencia en el seminario de agudos cólicos que atendía esporádicamente cuando se convertían en un dolor insoportable. Iban y venían por temporadas y nunca me cure ni me trate con seriedad. Era la noche de un sábado en que el señor cura estaría fuera atendiendo las rancherías que acostumbraba atender y a mí me tocaba atender las de la parroquia y en esta ocasión a los adoradores de la adoración nocturna que a duras penas termine de confesar. Me fui a dormir sin poder conciliar el sueño por el dolor que no pude soportar más, a altas horas de la madrugada. Toda la familia en la casa parroquial se despertó y viendo que no me calmó ningún remedio casero fueron a despertar a dos maestras sobrinas del Doctor Tito Gómez que cuando llamaron no me quiso atender, tal vez entre otras razones por cierto anticlericalismo o por el orgullo de identificarse entre la casta liberal, en este caso malentendida hasta el extremo, sobre todo por su profesión. Las maestras según supe después tuvieron que tomar por asalto su dispensario saltando por la azotea, ya que eran vecinos y consiguiendo una inyección para calmar el dolor que sí trabajó y me trajo alivio. Fue de notar que la persona que me inyectó fue la partera del lugar y dio ocasión a que mis compañeros sacerdotes me hicieran la broma preguntándome si era verdad que fueron mellizos. Por larga temporada desde recién llegado a la parroquia el señor Cura había establecido como obligación de los representantes que él eligió de las rancherías el que viniesen para conducirme a sus ranchos viniendo por mí. Recuero que yo establecí una verdadera amistad con dos de ellos. Américo el encargado de la Puerta de Jaripitiro y Arturo del rancho de Mansa. Ellos también hacían arreglos de donde tomaba mis alimentos y pernoctaba cuando se hacía necesario. Sus familiares de ambas familias establecieron también conmigo un especial afecto y trato de amistad. A pesar de que el rancho de la Puerta era mucho más grande y tenía más habitantes, las personas que acudían al templo para la santa misa y otras actividades piadosas o sacramentales, era considerablemente reducido. La mayoría de las personas de este lugar, excepto algunas familias muy católicas, eran reacios y conscientes adversarios del culto y de las actividades ministeriales del clero y de la iglesia, esto desde el tiempo de la persecución y el cardenismo. En Mansa no era así, sino por el contrario era notorio que teniendo menos población casi toda la gente participaba del culto de la santa misa, sobre todo los domingos, y también acudían de más pequeños ranchos vecinos. Sin embargo, carecían de un templo y el culto tenía lugar en alguna casa particular que en más de una ocasión presentó serios conflictos para proseguir en el lugar. Sobre todo el que se originó como resultado de lo sucedido y sus serios inconvenientes por narrar. Recuerdo el patio de la casa de esta familia en la que cuando estábamos celebrando unas misiones, el dueño fue asesinado a quema ropa a tiro de pistola y el sospechoso que tomó justicia en sus manos, según se murmuraba por asunto de honor andaba huido, y todo este enredo no era indiferente al propósito de la comunidad para reunirse tranquilamente en paz en donde antes del incidente no existía este problema. Un señor que era conocido como don Maca nos prestó un pequeño lote que estaba al lado de su casa en el centro de la población y allí casi en medio de la calle por algún tiempo estuve celebrando la santa misa y atendiendo a quien lo pedía en confesión. Yo me hice particular amigo de este señor y lo convencí de que nos vendiera a la comunidad su pequeño predio a un precio casi simbólico y terminó por donarlo si en verdad yo creía que era factible su construcción. Para esto hay que hacer notar que a mí me encantaba un santo Cristo de tamaño conveniente para poderlo traer de la casita de su dueña a donde se celebraba la misa, era realmente precioso como una joya de arte por su finura bella y su expresión exquisita y delicada. La señora dueña del Cristo también me ofreció donarlo en caso de que yo lograse llevar a feliz término el proyecto de una capilla. El hecho es que puse toda mi energía y creatividad en movimiento y con el apoyo de los comisionados y catequistas logramos la construcción del templo. Yo le dedique un poema grabado en piedra al santo Cristo de la cruz de piedra a quien desprendí de su cruz que me pareció un tanto deteriorada y en un ventanal triangular de ónix que mande hacer con una cruz negra de mármol y sus clavos de plata fue colocado como ventanal que hacía lucir sus líneas bellamente con los tonos de luz que le daban el ónix preciosamente transparente. Esta ranchería de Mansa celebraba como fiesta del pueblo los días patrios del quince y dieciséis de septiembre. En vista que la devoción al santo Cristo arraigó de lleno en la comunidad convenimos en que siendo el patrón del lugar el santo Cristo celebrarían su festividad religiosa los días catorce de septiembre de cada año, día de la santa cruz. Cuando la capilla estuvo terminada yo invite a las madres catequistas guadalupanas en cuya congregación misionera mi hermana Lupita era miembro viviente, consagrada con el nombre de Violeta. La madre Dolores accedió a que diéramos una misión por una semana para establecer la fiesta patronal y bendecir formalmente la capilla que esencialmente parecía terminada. Esta bendición de Dios de mi trabajo ministerial, es algo más que entre otras Dios me concedió y he llevado en mi corazón con singular afecto. Algo irónico al respecto es que después de algunos años toda la capilla fue renovada y reconstruida y ampliada por iniciativa de quienes fueron mis catequistas y las catequistas del lugar. Digo ironía porque el dueño que donó el terreno según supe les comentaba, ya verán lo que tendrá que decir el padre Esquivel cuando se entere que acabaron con su capilla. En verdad me llenó de satisfacción el que lo hicieron porque puso evidencia su dedicación y celo apostólico de lograr algo iniciado por mí y renovado por ellas con el apoyo de toda la feligresía sin el mínimo requerimiento de parte mía. Creo que esto fue el fruto del interés de los padres de estas chicas cuyo liderazgo se afianzó con la educación que asimilaron a fondo en la escuela de campesinas de la Labor localizada en la cercanía de la parroquia de mi pueblo natal ciudad de Apaseo el Grande. Esta experiencia de estas chicas, María Elena Tovar y Aida González de Mansa y Amparito Zavala de la Puerta, hija de Américo fueron realmente señal de un gran triunfo que me permitió la divina Providencia como respuesta de verdadera confianza de los padres de estas chicas por la confianza que yo estratégicamente me fui ganando de ellos demostrándoles también una señalada confianza. La oportunidad de promoverla y de que se desarrollase fue el invitar a mis hermanas que me visitaban de Apaseo a que conviviesen en sus casas como familiares durante el tiempo de su estadía. María Elena hija única de don Chema Tovar dio el paso inicial, cuando le permitió viajar y visitar la escuela con ocasión de una visita que hizo a mi casa invitada por una de mis hermanas. Más tarde Don Chema personalmente invitado por mí se hospedó en la casa de mis padres con motivo de trasladar un becerro fino que crecería como semental y que me obsequió mi cuñado Ernesto para la construcción de la capilla. Yo no recuerdo si lo vendí a Chema que estuvo interesado en tenerlo, porque creo no haberlo rifado como lo hice con el caballo retinto que para el mismo propósito de la capilla me obsequiara mi tío Prócoro. La experiencia de Chema gran amigo mío y todo un caballero, honor del rancho de Mansa y veterinario práctico con gran clientela pasó una noche que no fue del todo venturosa. Como me tenía gran confianza y tanto él como yo éramos muy francos me contó como en medio de la noche se levantó para ir al baño y no pudo regresar a la cama por temor al perro que estaba pendiente de él a la salida del baño. Ya pasado el apuro nos moríamos de risa al recordarlo y felizmente su regreso deseado con el sueño de ver crecer un hermoso novillo fue más venturoso. A mí se me ocurrió que la hermosa yegua que montaba podría mejorar la raza si tuviese un lindo potrillo que crecería entre el ganado en los terrenos de pasto de los que era dueño don Chema. Yo sabía de la historia de un caballo famoso semental en la región de san José de Gracia en los límites de Michoacán y Jalisco. Y no sé en qué arte pero me informe que su dueño era un sacerdote amigo de don Lázaro Cárdenas que sabiendo que el caballo se despaletilló y en vez de sacrificarlo se lo dio como regalo. Fue así como Arturo mi amigo de Mansa con ayuda de su hermano el Chino emprendieron el viaje de ida y vuelta, ellos en su camión de redilas y yo como vigía en mi carrito Volgsvaguen. Este fue el origen de la estrella una linda yegüita que de recién nacida quedó huérfana, porque la granada que era la yegua madre desgraciadamente murió de septicemia. La familia de los Sánchez que contaba solamente con dos hombrecitos, Enrique el mayor y su hermano Antonio tres o cuatro años menor del que yo fui padrino de primera comunión, tenía como cabeza de familia a la medre que se llamaba Margarita y era principal responsable de sostener a la familia, con escasos recursos bien limitados a pesar de ser dueños de la propiedad de Jesús María. El padre dejó el hogar desde algunos años anterior a nuestra llegada del señor cura y mía. Las cuatro hermanas mayores que los niños, no podían hacer gran cosa para aliviar el problema y resolver la dificultad de una escasa economía. De manera que cuando la hermana mayor cuyo nombre era Aidé solicitó mi consejo de si debiera o no trasladarse a Morelia en busca de trabajo y contó con todo mi apoyo. Aunque yo estaba un tanto escaso de recursos le facilite una cantidad moderada pero significativa ante sus circunstancias. Y cuando a los dos o tres meses vino de visita y trató de saldar la ayuda entendiendo que yo me sentí con cierta molestia ante mi deseo de ayudarle, vino a sorprenderme en su siguiente visita con una linda estatua de un hermoso caballo levantado en las patas traseras y lindamente agarrado de la brida por una amazona posando a su lado. Todas estas chicas que eran de muy buen ver e inteligentes siguieron a la mayor en busca de futuro en la misma ciudad de Morelia. Recuerdo que Margarita trabajó en una papelería y le estaba yendo bien según me platicó mi hermana Lourdes que se hizo su amiga. Casi todos los días al ir a misa o salir del rosario nos encontrábamos por estar a la pasada del templo a la casa parroquial y siempre fueron muy atentas y amables. En realidad mi única amistad con ellas era por mi yegua la granada a la que consentían con un poco de trébol cuando yo la paseaba al regreso de mis visitas que hacía a las rancherías, y termine por ser su cliente, pues esta pastura que venía de su propiedad, era una de las fuentes de su economía. El señor cura había elegido como sacristán a un joven cuyo nombre no recuerdo bien, creo que era Miguel y le llamábamos el chino por el estilo de su pelo. Este joven era muy amigo de varias personas y familias clave en la comunidad de Huaniqueo, tanto de quienes tenían que ver en asuntos civiles como eclesiásticos, de manera que era un excelente recurso informativo para el señor cura que amigablemente lo tenía al día sin rayar en la chismografía. Casi todas las familias respetaban y reconocían al señor cura por su integridad y por su labor educativa y su vida ejemplar. Por las mismas o parecidas razones que el doctor, el receptor de rentas presumía militar en la extrema política opuesta, y al parecer con puntos de vista muy recalcitrantes en contra de la personalidad y lo que representaba la persona del señor cura a quien consideraba adversario, tal vez su enemigo. Don Jesús Juárez era consciente de esto y evitó a toda costa cualquier fricción con gran prudencia en su juicio, pero con gran valor en su proceder que jamás dio muestras de incertidumbre o la más lejana sombra de temor en lo que a su juicio era lo que debía hacer, lo cual siempre hacía como cumplimiento de su deber. Por alguna razón todas estas personas como el señor receptor con tendencias liberales me saludaban amablemente y aun con cierta simpatía, sin mostrar señales de hostilidad, incluyendo al doctor Tito a quien nunca confronte en mi favor por faltar a su juramento ante Hipócrates, de quien tal vez no tuviese ni noción. A pesar de que se suponía que yo debiera vivir en extrema modestia, limitado de toda clase de bienes materiales por la situación de la economía parroquial, no sé ni cómo pero al fin de cuentas en los tres años de mi estadía conté con el uso de mi carro Volkswagen, una camioneta Dodge y casi cuatro caballos contando con la cría de la Granada. Yo no tenía para comprar ni sostener adecuadamente el mantenimiento de ninguno de ellos y sin embargo mal que bien nunca a nadie nos faltó nada. Recuerdo que a la muerte de la Granada mi tío que me la obsequiara me prestó una yegua fina con una tremenda charrasqueada en la cara y junto al ojo izquierdo, pero que le afeaba solamente un poco sin afectarle la vista. Cuando me regaló para la capilla un caballo retinto que rifamos en Mansa, se la llevó de regreso a petición mía sabiendo que eventualmente terminaba mi estadía en la parroquia. Y a todo esto olvidaba que también tuve una motocicleta que cuando manejaba en Zacapu la montaba con mi amigo Héctor de quien decían nuestros compañeros sacerdotes que era más loco que yo por hacerlo. Este gran amigo no solo era cuerdo sino finísimo conmigo, pues cuando me invitaba a comer a su casa, su mamá se lucía con sus mejores platillos y él me ofrecía para que eligiera de entre varios vinos. Casi cada mes nos veíamos en la conferencia sacerdotal y cuando me presentó sus amistades, sus amigos se hicieron excelentes amigos míos. Sobre todo la familia Lara me apreciaba y permitió que su hijo Ramón, un excelente muchacho que pidió acompañarme a visitar mi familia. Tuvo la suerte de que se lo permitieron disfrutando lindamente de la experiencia de tres días de visita por el Bajío del estado de Guanajuato. Héctor también me acompañó y en vez de tres días en veinticuatro horas hicimos un viaje parecido solamente para hacer rendir un negocio con el padre Manuel Camacho que nos rentó su carro para atender a al cantamisa, de nuestro amigo David Silva que fue celebrado en la ciudad de Jiquilpan. Nosotros dejamos de atender el banquete por el propósito al que me he referido, al fin del cual nuestro gran éxito fue el de terminar rendidos de cansancio de tan largo viaje en tiempo tan corto. Hay una experiencia inolvidable con este grupo de amigos de Zacapu que se entusiasmaron a escalar la montaña de donde se divisa toda la laguna de Cuitzeo y se levanta sobre la vicaría de Tendeparacua vecina a Huaniqueo. Nos extraviamos en el camino y solamente escalamos hasta la cumbre donde se suponía nos reuniésemos todos, nada más una mujer Cristina mi hermana y casi también Luz María Lara hermana de Ramón que estuvo por llegar pero se sintió agotada. Y de hombres logramos escalar hasta la cumbre un joven de la familia Ibarrola, Héctor y yo, Ramón se quedó atendiendo a su hermana a nuestro regreso. Los perdidos solo llegaron a medio camino según nos contaron al reunirnos en el punto de partida. En la parroquia de Zacapu había unas religiosas dedicadas a su especialidad de servicio social que atendían maravillosamente un dispensario médico en toda la parroquia. La congregación tenía su casa madre en los Ángeles de los Estados Unidos en California. Héctor me platicó que me invitaba a acompañarlo y ya lo había propuesto a la madre Celina a cargo de esta visita con algunas chicas interesadas en conocerles. Héctor me dijo que se sentía mejor si yo le acompañaba y en pocos días hice todos los arreglos convenidos aceptando su invitación. El camino en autobús fue tremendamente largo hasta Tijuana de donde partimos a san Diego que fue la primera ciudad donde pernoctamos del lado americano para preparar el viaje a los Anglas. Contemplamos el primer atardecer del punto más saliente del litoral del Pacifico en donde se encuentra la base naval cerca de donde estábamos. También visitamos el zoológico como famoso punto de interés en la ciudad. Llegamos a los Ángeles y nos dirigimos a san Fernando y santa Mónica visitando los lugares de las misiones franciscanas que fue recordar la memoria del gran misionero que si no lo era bien debía, ser san Junípero. En la llegada a ambos conventos se nos dio una sincera y cordial acogida acompañada de un convivio para dar oportunidad de que las chicas conversaran y socializaran en un ambiente juvenil. En los Ángeles visitamos su famoso acuario y el área vacacional en las montañas. A mí me impresionó la visita al monasterio de Vayermo donde conocí a algunos monjes del Tíbet que allí residían indefinidamente, habiendo sido arrojados fuera de su tierra milenaria y sagrada por la invasión comunista china. En esos momentos jamás podía ni imaginar que muchos años después cuando atendí los votos conyugales de mi hija, al dirigir en alta voz una breve alocución mencionando en el monasterio tibetano los nombres de Dios y de Cristo, fui también invitado a salir por los monjes temerosos de la vigilancia china. Partimos para san Francisco para conocer la universidad de Berkeley y la hermosa área de san Rafael. En la universidad conocí un padre dominico que nos dio a conocer un programa de desarrollo humano de la comunidad en que los muchachos participaban en el verano y años después yo le invitaría a venir a la ciudad de Salamanca del lado de la refinería a que nos visitasen para experimentar recíprocamente el posible éxito de su programa. Enviaron nada menos que cuarenta personas sobre todo estudiantes acompañados por una familia. El puente del golden gate como meciéndose allí sobre la bahía aparece a guisa de un palomar de ensueño de seres humanos mirando a la inmensidad sobre el inmenso Pacífico, y pasando luego a visitar el Sausalito, allí donde me prometí regresar sin haberlo planeado, lo cual hice muchos años después en viaje con mi esposa que nunca en aquel entonces soñé tener. En honor a la verdad no recuerdo con plena certeza cuando fue que negocie el cambio de mi carrito volgswagen y me hice de la camioneta pick up de la Dodge. Conjeturo que el trato lo hice en una agencia de carros en Zacapu con un amigo cuyo nombre no logro recordar, creo que su apellido era Sanromán. Lo que sí recuerdo es que hizo el cursillo conmigo y los otros dos nuevos cursillistas que invite de Huaniqueo. El fue muy gentil conmigo, y siempre le agradezco algo que guardo en mi memoria, que en cierta ocasión que venía con mi hermana Enriqueta del Bajío se nos ponchó una llanta y ya avanzada la noche tuvo la amabilidad de hospedarnos en su casa para el día siguiente emprender nuestra marcha a Huaniqueo. Debió motivarme a este cambio el hecho de que el señor cura se hizo de una camioneta de la inernational y naturalmente considerando el estado de los caminos de brecha que tenía yo también que recorrer me convencí de la conveniencia de este cambio. Así fue como me despedí de mi primer carro que por poco va a dar conmigo al lago de Patzcuaro por aquella curva con grava que tome y me fui derrapando hasta que dio semejante voltereta. Gracias a Dios terminó del lado de la cuneta a la ladera de la montaña en vez de seguir hacia el lago del lado contrario a considerable altura. La maravilla de este incidente fue que me serene y logre abrir la portezuela del chofer que estaba hacia arriba en vez de la orientación normal, tanto ella como yo en vez abrir hacia el lado y de sobre el piso y con tremenda abolladura sobre el techo que apenas logre salir. Estaba con las luces prendidas y no recuerdo si el motor ya estaba apagado o yo lo apague. El hecho es que calcule que si lo poníamos sobre las llantas evitaría la intervención de los federales de caminos. Entonces busque el lugar más estratégico para detener a alguien que me diera la mano en el percance y a diez o quince minutos de tratarlo paró un camión de carga cuyo chofer no se en que arte pero como resultado de su ingenio y nuestro esfuerzo logramos seguir el plan de ponerlo sobre las cuatro ruedas. Él le checó el aceite y me dijo que lo echara a andar y sucedió que el motor trabajó de maravilla conmigo como soterrado y hecho medio nudo sobre el asiento por el problema del techo, pero logre llegar a la parroquia donde el señor cura me esperaba desde más temprano muy preocupado, y más impresionado al ver el estado del carro, pero yo sin ningún golpe ni lastimado en ninguna forma. Tal vez a él le fuera más necesaria la copa de coñac que me ofreció casi hasta los bordes. Increíble como sacerdote y como amigo. Las visitas del cardenal Posadas a Huaniqueo y la de mi padre fueron tal vez las más gratas e increíbles que tuve de la estadía en esta parroquia y en la casa del señor cura donde vivía. Recuerdo en particular estas dos visitas porque tuve que conseguir ropa tanto para el entonces padre Posadas como para mi papá, aunque fue por diferentes razones. Fue fácil entusiasmar al padre Juan Jesús a acompañarme por dos días a Mansa a donde aceptó que lo haríamos yendo a caballo. En vista de que la ropa, sobre todo los pantalones de casimir le eran muy incómodos y no apropiados para montar, se me ocurrió y le dije que yo le conseguiría unos de dril para que viera si se sentía mejor. Pensé que don Octavio Huerta que era alto y fornido y de complexión parecida la de uno a la del otro, sería la persona indicada para solicitar lo que necesitaba, a lo cual el accedió de buen grado teniendo un gran éxito mi plan, porque mi amigo que me acompañaría se quedó feliz después de probárselos y ya no se los quitó sino hasta el final de nuestra jornada. Yo estaba feliz de sentirme acompañado de tan apreciable y digna compañía y mi maestro inolvidable y más honorable amigo que he tenido en mi vida me daba la grata impresión de disfrutar esta linda y sencilla experiencia, no solo no mostrando ni fatiga ni fastidio sino todo lo contrario, su excelente humor y su amabilidad franca y espontanea hacia toda la gente que deseaba saludarle y conocerle. Arturo siempre me seguiría preguntando o comentando recordándole con el orgullo de haberlo conocido. Nunca pudo entender cómo fue posible que lo hubiesen acecinado siendo la persona según su apreciación más digna, noble y sencilla que hubiese conocido. La ropa que necesitó mi padre tuve que comprarla en una tienda de ropa vecina a donde vivíamos. Yo me empeñe en que convenía que compartiera conmigo por donde yo andaba acaballo y ya que le interesaba la compra de lenteja le dije que era muy conveniente que podíamos ir por la ruta de los sembradíos hacia la ciénaga por donde estaban los plantíos. Mirando al cielo nublado argumentó que sin duda llovería y mi comentario fue que esos nublados estaban así casi todos los días y no llovía a diario, de manera que era improbable que lloviese. Como las más de las veces según mi abuelo decía que yo era el único que sacaba a mi padre de sus casillas, de manera que montó conmigo a caballo de ida y vuelta como por tres horas, con el inconveniente de que ya cuando estábamos por llegar de regreso se soltó el más terrible aguacero mojándonos hasta la medula de los huesos. Lo interesante de este asunto es que sí hizo negocio y envió a mi tío Bernardo acompañado de mi tío Alfonso de visita en Apaseo manejando dese allí hasta el rancho de la Puerta, donde cargaron después de pesar toda la lenteja comprada. Carlos mi hermano que estuvo visitándome por una temporada de sus últimas vacaciones del seminario, porque fue su segundo año y ya no regresó, aprovechó el viaje a casa y se fue con ellos. Yo no supe de sus peripecias del regreso de las que más tarde me enteraron, porque también los cogió un aguacero que hizo lodazal la terracería del camino y tuvieron que usar yuntas de bueyes y un tractor para salir del atascadero. Mi padre no entendía que mis labores ministeriales de sacerdote tuviesen que ser en lugares tan insignificantes y complicados, contrastando con otro ambiente social y económico mejor desarrollado y alguna que otra vez me dio a entender si tal vez yo no tuviese la capacidad de desenvolverme en ese ambiente, siendo esta la razón de lo que él consideraba ser una desventaja para mí. La verdadera realidad es que a mí me salía del corazón el deseo de servir en estos ambientes más humildes o más complicados y lo consideraba como algo que yo prefería como Cristo lo hubiese preferido. Yo le hable al señor cura a este respecto y le sugerí si podría considerar que me alternara con él y si lo consideraba pertinente trataría de ayudarle en la posible construcción de una capilla en la ranchería de Tecacho a lo cual nunca hizo comentario alguno y yo ya no le insistí más. A partir de entonces empecé a considerar si mi aprendizaje en otros ramos del apostolado sería algo que me beneficiaría para servir a la iglesia en distintos terrenos y diferentes ambientes, especialmente en el movimiento familiar cristiano y en los encuentros conyugales que estaba interesado en aprender. Esto lo platique al Obispo Salvador Martínez Silva que me ordenó sacerdote y a los pocos días aconteció mi cambio para la parroquia de san Antonio que anteriormente era una vicaría a cargo del padre Rafael Campusano de familia charra y famoso jinete del seminario, una y otra cosa cotejaba en un panorama nada extraño, que se relacionaba con mi currículo vacacional, con mi tradición familiar y con mis aficiones. Algunos de mis amigos me preguntaron que me querían complacer haciéndome una despedida y yo les dije que era muy difícil de realizar lo que quería. Ellos se empeñaron en saberlo y les dije que quería ir hasta la punta del Tzirate a tres mil quinientos metros sobre el nivel del mar y compartir mi música favorita en un pasa día con un almuerzo de lo que se les ocurriese poder llevar. Naturalmente solamente lograron entusiasmar a tres personas más que eran músicos que tocaban instrumentos difíciles de cargar, pero lo hicieron muy a mi pesar, ya que no los pude disuadir que eso era una puntada que se me ocurrió como sueño ideal casi imposible y no como algo real que lo tomaron tan en serio. En realidad me sentí mortificado de ver cuando las subidas se tornaron más difíciles de escalar, ver como se pasaban un instrumento, más grande y estorboso de manipular que el violín en sus dimensiones. Aparte de este inconveniente el frío de la cumbre apenas soportable nos obligó a comer de prisa para regresar antes del anochecer. Valla que fue una despedida maravillosa, de la que lo mejor era el paisaje de la laguna de Patzcuaro y las montañas más altas de Michoacán y alguna que apuntaba hacia el Bajío. Hay algo que no puedo ignorar y que especialmente tengo que agradecer al padre Juárez. Se trata de la forma exitosa en que me ayudó para lograr lo imposible haciéndolo posible. Tiene que ver con Carlos mi hermano que sin duda nació con buena estrella, aparte de que Dios le dotó con una inteligencia perspicaz y una personalidad más que regularmente agradable. Resulta que al salir del seminario estudió la secundaria en Apaseo y sus documentos no fueron procesados puntualmente para ser procesados con las expectativas de una preparatoria para la universidad más seria y formal, cosa que el con la ayuda de mi padre y alguien de la secundaria quedaron de hacer en las oficinas de Guanajuato. Yo por mi parte estaría tramitando su solicitud a la casa Loyola en Guadalajara bajo la dirección y los auspicios de los padres jesuitas. Claro, esto requirió convencer a mi padre de invertir en mi hermano si realmente quería exigir de él que tuviera éxito en sus estudios en vez de perder el tiempo sin real interés en una preparatoria sin demanda hacia él y sin la seriedad mutua de ser productivo y trabajar duro para hacer valer lo invertido y el éxito de su futro profesional. Estoy orgulloso de que lo logre y mi padre decidió costearle sus estudios a ese nivel aunque tal vez por su economía pareciese desproporcionado. El padre Juárez estudió con los jesuitas en Montezuma en los Estados Unidos y fue amigo íntimo del hermano Grajales encargado de procesar la documentación de los aspirantes a la casa Loyola. Los documentos requeridos estuvieron listos hasta después de la fecha límite para ser aceptado y no parecía que existiera forma de resolver el problema porque la matrícula lo mismo que las oficinas para el caso estaban cerradas y nuestra solicitud de prórroga fue rechazada. El padre contactó al hermano Grajales que nos citó en determinado día y hora para introducir más o menos clandestinamente los documentos para hacer acontecer el sorprendente milagro de que sin nadie saberlo de quienes debían y si creyendo todo lo contrario, Carlos estaba inscrito habiendo sido misteriosamente matriculado y estando en la lista de quienes habían sido aceptados. Hasta la fecha él, Carlos no se imagina lo que nos hizo sentir, cuando viajamos desde la madrugada con Rafael, excelente chofer hermano de Arturo y entrando al edificio para arreglar la entrevista desapreció con mi carrito Volkswagen apareciendo hasta las mil quinientas de nuestra tensión nerviosa por el desaparecido que no estaba listo para aparecer donde y cuando debía. Lo bueno es que casi todas las verdes a través de los años las convirtió en maduras, logrando ser no solo un hombre de bien, sino una persona brillante con una gran personalidad empresarial y un éxito capaz de beneficiar no solo a sus clientes sino al personal feliz de trabajar en su empresa. Yo me siento satisfecho de lo poco o mucho que colabore en una labor fraternal placenteramente imperativa a través de algunos años más en que se sintiera apegado a mí, orgulloso de favorecer su desarrollo humano y calificaría también axiológico en cuanto que con palabras y hechos hasta donde pude compartí con él lo importante del sentido de valores universales que son la base de un éxito verdadero en la vida, en la conciencia y en la sociedad. Ya hare mención de esto en sus futuras visitas, venturas y aventuras, a Dios gracias sin desventuras, donde me encontraría después de Huaniqueo que fue en la ciudad de Salamanca. Me complazco en poner al día la inspiración que me determinó a dejar un mensaje como testimonio de mi misión sacerdotal en Mansa y Hunaniqueo dedicando un poema al santo Cristo de la Cruz de piedra, como símbolo de la roca de los salmos que identifica a Dios como roca inconmovible de salvación. Al santo Cristo de la cruz d piedra Inconmovible roca de la fe Cristo en la cruz Que con amor eterno resucita y nos salva. Divina salvación el alma medra La esperanza de ti que no se cansa Y aquí está Cristo en su cruz de piedra, La paciencia de Dios que no descansa. ¡Oh mortal que caminas como hiedra Para abrir su costado con tu lanza, Despójate del miedo que te arredra Por haber traicionado su confianza! Su voz del corazón está llamando Al morir en la cruz crucificado, Amor eterno lo ha resucitado. Cristo el hijo de Dios nos sigue amando Con amor inmortal que nos conmueve, ¡La roca de la fe jamás se mueve! Cristo en la cruz Que eterno resucita, Nos sigue amando. Finalmente terminare con una alusión a mi actividad ministerial en esta época de mi vida aludiendo a dos experiencias simbólicas de gozo y de pena, elementos que de lo particular a lo universal siempre acompañan nuestras experiencias vividas. Comienzo con lo de la pena para después sentir en la boca un poquito más el sabor agradable del gozo y su placer. Fueron dos o tres horas de camino abrupto en la oscuridad, como si me hubiesen vendado los ojos, solamente en la distancia se veían unas cuantas lucecitas de una pequeña ranchería que se llamaba las Piedras. Yo que estaba dando misiones en Mansa, debí venir a Huaniqueo a celebrar misa ese domingo por la tarde, para después regresar ese mismo día y continuar con la responsabilidad de la misión. Para llegar más pronto tome el camino más difícil que era el que más me gustaba. Se llamaba el espinazo del diablo y esa noche temía que me hiciese una mala pasada de los tormentos del infierno. Era una subida complicada por lo abrupto de la vereda tanto para subir como para bajar a pie o a caballo hacia arriba o hacia abajo muy desnivelada. Todo esto y sobre todo el bello panorama para mi gusto personal, me fascinaba. La cosa fue que la noche sin luna se me vino encima y confiaba en la buena vista de mi cabalgadura que era la yegua charrasqueada. Resulta que después de tratar y tratar por mil maneras de hacer brincar a la yegua una acequia en realidad no demasiado ancha, se amachó con una terquedad más grande de la que se tuviese reunida la de todos los machos y mulas del mundo, y no logre hacerla brincar. Use la cuarta, las espuelas y hasta el freno dejándola solo con bozal y nada. Finalmente la amarre de un árbol aparte del camino que no fuese vista fácilmente si lograse ser vista en esa oscuridad y trate de seguir la vereda que casi no se distinguía en medio del cerro. Fue terrible cuando me sucedió lo que temía y fue que vine a parar al lado del arroyo donde definitivamente no era posible caminar. Así y con todo me sirvió de orientación mirando en la próxima lejanía las lucecitas de la ranchería. Me caí mil veces y me levante cien mil dando más que pasos, los traspiés sin fin, que deje de contar. Me perdía y me volvía a encontrar hasta que después de dos o tres horas sentí que oía los ladridos de los perros que no me daban el consuelo que más necesitaba para entrar al caserío en busca de ayuda. Logre acercarme a la casita de un amigo, muy buen charro, que se llamaba Celso y me conocía y estimaba. No podía acercarme demasiado por temor a los perros y gritaba su nombre con todos mis pulmones. Alguien debió irle a advertir de mi llamada que atendió después de haberme desgañitado a gritos. Pero padre que anda haciendo por aquí, que le ha pasado. Cuando le entere de mi desventura de inmediato fue y ensilló dos caballos y en menos de media hora ya estábamos de regreso. La sin vergüenza yegua se merecía una charrasqueada en el otro ojo si se pretendiese recordarle el resto de su vida de mi desgracia. No tuvo ningún empacho en brincar la zanja de inmediato y sin problema alguno detrás de los otros caballos, Celso la llevaba cabestreando. Llegamos, pasada la media noche a la casa de Chema que estaba incierto imaginando y preguntándose qué habría pasado conmigo. Y en realidad no había pasado nada, sino un percance de la vida. Todos los años en torno al mes de septiembre en el otoño el paisaje visto desde la altiplanicie camino a Mansa a través de los potreros y pastizales para ganado es una maravilla que se extiende a la vista ante el espectáculo de todos los colores de los girasoles sobre todo color de rosa en miles de contrastes y diversas tonalidades en el inmenso panorama de toda la ciénaga. Me sentía lleno de feliz nostalgia saboreando en un futuro venidero el recuerdo de todos los presentes, sintiendo que el que estaba viviendo tal vez era el último de ellos. Y esta experiencia era apenas la obertura de un extraordinario día en que finalmente estaba por conocer la hacienda del Cuatro vecina a Mansa donde se había trasladado la ganadería de toros bravos de san Mateo tan admirada y reconocida en la historia de la fiesta brava de mi inolvidable patria y sobre todo de mi familia aficionada a los toros desde las generaciones más antiguas de la rama de mis mismos abuelos paternos. El caporal responsable se daba a conocer con el nombre del Santanero. No debíamos de ir para entrar a los pastizales de la ganadería sino Arturo y yo guiados sigilosamente por el Santanero que parecía medir con el olfato los terrenos de los toros y el secreto de sus reacciones estando entre la manada o solitarios alejados de ella. Yo sentía una sensación formidable de arrogante atrevimiento ante lo impredecible, pero confiaba en el conocimiento y la serenidad cautelosa y a la vez connatural por su oficio del caporal que gentilmente accedió a mi deseo de permitirnos experimentar esta atrevida aventura. Nos señaló todos los ejemplares del siguiente encierro para la corrida de Octubre en Guadalajara que yo no me perdería por todo el oro del mundo. Y cuando llegó la ocasión creo que me interese más en identificar a los toros que los lances de los toreros. Como debía regresar a resolver mis pendientes en la parroquia, disfrute como un derroche de plenitud estética cabalgar por la montaña viendo el paisaje del atardecer tan bello o mucho más que el de la mañana con la puesta del sol y después del paulatino advenimiento del atardecer y la caída del sol contemple el encenderse la noche infinita llena de estrellas tan lejanas. Me hubiese gustado contar con la eternidad para despedirme de Mansa. Rapsodia nueve. Seis años de ministerio en Salamanca Exordio tercero. Axiología de los valores sacerdotales como ideal Y su actualización a la realidad. Todas las actividades laborales del ser humano comparten la misma dignidad, en cuanto que son un servicio para el bien personal y social de la humanidad incorporándolas dentro del orden de la naturaleza como que es la obra del Creador y su divina Providencia. El ideal puede ser considerado como una meta inagotable de estímulo hacia un objetivo de perfección que estimula a su actualización en un contexto en el que jamás se extingue, siendo fuente de inspiración y realización en la vida humana. En este sentido la actitud laboral dignifica a la persona no por la categoría del oficio y sus funciones en sí mismas sino por la recta intención y la autenticidad de realización de parte de quien decide desempeñar la actividad o el oficio que se propone. Si eres un barrendero tu objetivo es ser el mejor barrendero del mundo, y sin duda serás más digno que si fueses un magistrado y tu propósito no fuese el de ser el mejor magistrado del mundo. El destino del hombre es tan grandioso como lo define Cristo. Sed perfectos como es perfecto mi Padre celestial. Aunque parce absurdo. ¿Quién puede realmente ser tan perfecto como Dios el único absoluto y necesario en su esencia y existencia? Nadie como Tú agota el ideal De ser quien eres, ¡perfecta realidad! ¡Oh ser divino de tu divinidad Y único absoluto, tu ser real! Nuestro ideal debiera ser el de orientarnos por este hecho de la fe y de la razón iluminado por la luz del mundo que es Cristo y que declaró para todo mundo: “sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto.” Y algo similar enuncia la filosofía idealista de la crítica de la razón práctica en el postulado maravilloso de actuar de tal manera que nuestro comportamiento, en este caso laboral, sea tal que sirviese de modelo de comportamiento a cada quien en el mundo que desempeñase tal función o tal oficio. “Vivere summe Deo” y “Ad majorem Dei gloriam” son un corolario de esta increíble e inmensa verdad anunciada por Cristo y realizada por El. Experiencia en la parroquia de san Antonio A sabiendas de que toda comparación es odiosa me atrevo a decir que el ejemplo del padre Juárez en su función sacerdotal tenía este espíritu y dentro de su propia personalidad cada quien con lo suyo, lo mismo sucedía con Rafael Campusano con quien compartiría mi ministerio sacerdotal en la vicaría que fue y vino a ser parroquia de san Antonio, realmente, una verdadera parroquia adyacente a la más antigua de la ciudad de Salamanca, llamada del Señor del Hospital, dentro de la jurisdicción de la arquidiócesis de Morelia. Yo había conocido a Rafael Campusano desde mi experiencia de seminarista y recuerdo que venía con el grupo de filósofos del seminario mayor al menor, cuando nos reuníamos para la lectura de las notas obtenidas en los estudios de nuestra formación académica al final del año. También le recuerdo porque en Erongarícuaro a más de montar en los jaripeos, más de una ocasión le vi a caballo y me imagino que fue de allí de donde se me ocurrió la idea de cultivar una relación de amistad con quienes en el pueblito, eran dueños de buenos caballos. Con respecto a lo que debería aprender de él en cuanto a mi trabajo que lógicamente era la colaboración del suyo, el tópico era de esencial importancia y de sumo interés, relacionado con la responsabilidad asignada oficialmente por la sagrada mitra de la arquidiócesis, haciéndome corresponsable con el de la cura de almas adjunta a la actividad de nuestro ministerio en ese lugar. El padre Adolfo Garduño había sido su colaborador anterior a mi nombramiento, de manera que lógicamente yo estaba asignado a fungir satisfactoriamente en lo que habrían sido sus obligaciones, que me pertenecían desde el día de mi llagada según él lo decidiera. Había tres templos en los que se celebraba la liturgia y uno en construcción, al cual yo fui asignado como colaborador con la persona asignada que vivía a media cuadra del templo dedicado a san Martín de Porres, y era la señora Ogarita, una fina y distinguida persona esposa de don Gustavo Ugarte que trabajaba en la refinería. Los otros tres templos eran desde luego, el del Sagrado Corazón aun no terminado del todo, pero en completa actividad en el corazón de la refinería, tan importante como el de san Antonio que era realmente el templo parroquial, con la notaría al lado del templo como parte de la construcción adyacente en la planta alta y baja con la casa parroquial y el cuarto de una pequeña imprenta. Finalmente había el templo más antiguo que era el de san Gonzalo al lado de la vía del ferrocarril, entre lo que fue la población de Salamanca inicialmente sin esta área como lugar en el cual se estableció la refinería. Este templo tenía un atrio que fungió como cementerio, y aun se veían una serie de tumbas que parecían las ruinas de lo que antes fueron. La liturgia y actividad religiosa no era tan intensa en san Gonzalo, como la de los otros templos de la parroquia, al menos en el tiempo que yo estuve trabajando con el padre Campusano. Entiendo que tal vez por disposición de el mismo, en esa área del cementerio actualmente está la tumba en la que yacen los despojos venerables del padre Campusano, de lo cual me entere por una visita que hice al padre Paco García a cargo de san Gonzalito, quien fue compañero de estudios del padre Rafael. El, siempre estuvo delicado de salud, a pesar de su singular fortaleza. Dado el caso de que compartíamos los alimentos a diario, yo me percate que con demasiada frecuencia tenía problema para pasar con normalidad los alimentos, y eventualmente tuvo que someterse a una traqueotomía, sin un alivio significativo. El estuvo hospitalizado en la ciudad de México, y sucedió que un día nos propusimos ir a visitarle. Yo conduje en mi carro a la pareja que era responsable del movimiento familiar cristiano, el matrimonio de Jorge y Margarita Amor, tal vez más ansiosos que yo de verle. Algo que nunca pudieron olvidar y con frecuencia me lo recordaban, aludiendo al caso e intercalando un tono de seriedad y broma, comentando que todo el camino se sintieron con los nervios de punta, porque les pregunte que si un carro que percibía en la distancia iba o venía. Esto me hace recordar algo similar, el de otro acontecimiento relacionado a este que me sucedió con René Muñoz que había filmado la película de san Martín de Porres. Cuando le invitamos con Ogarita, accedió en venir a colaborar y en ir al mercado donde se organizó una colecta para la construcción del templo a cargo de nosotros para su construcción y dedicado a este santo. Yo que tenía que regresar a las doce en punto que era la última llamada a la misa que iba a celebrar en el templo de san Antonio, logre llegar exactamente a tiempo. El debía estar desvelado y quizás durmió después de haberlo recogido en el hotel de la Soledad de Morelia, unos minutos antes de las once del día. Su pregunta a la llegada fue, oiga padre un burro que vi cruzar la carretera sí se atravesó o estaba soñando. El padre Campusano tenía muy bien organizadas todas las actividades de la parroquia que eran de distinta índole y reflejaban su sentido de orden y su creatividad, inspirada en su celo apostólico y sus dotes singulares, sobre todo marcadas por el carisma de su personalidad. Yo giraba en torno a su programa de acción lo mejor que podía, tratando de no interferir con sus objetivos, sobre todo los más esenciales que llevaban su sello personal. El siempre estuvo a cargo de compartir la tarea de enseñar a los feligreses que atendían a la misa de la mañana en san Antonio y les daba unos puntos de meditación. Su liderato de ambos movimientos el del movimiento familiar cristiano y el del cursillo de cristiandad y sobre todo el tercero, para la juventud, que era el de la organización del grupo scout, era evidente y admirable en cuanto que se caracterizaba por un perfecto equilibrio de manera que sus líderes asumían un sentido de responsabilidad como si todo dependiese de ellos, y sin ignorar su dependencia bien consciente en conexión y armonía con el liderato del padre. El sentido espontaneo y natural de una constante comunicación parecía ser su secreto del éxito de estos movimientos, que parecían moverse y se movían en realidad como inspirados por él y fortalecidos por el entusiasmo de su inspiración y celo autentico de hacer el bien. Mi interés de aprender contaba con una escuela viva, que me sirvió para una labor que el destino o la providencia me, pusieron al frente de lo que tuve que hacer años más tarde en el apostolado hispano en la ciudad de Rochester Nueva York. Algo muy interesante del padre en su estilo más concreto de educar y hacer el bien, relacionado con su creatividad laboral, sucedía con sus programas laborales. Yo conocí dos de ellos, uno el de imprenta del cual era responsable un joven que en realidad bien muchacho, conocido con el nombre de Goyo. El se encargaba de la impresión de la hoja dominical y algunas otras impresiones que tenían lugar bajo la revisión del padre. Y el otro programa de las colmenas y la miel a cargo de mi gran amigo y siempre extraordinario amigo de don Rafael el famoso gato Ibáñez, que con esta experiencia se introdujo y se preparó para otros cometidos que le presentó la vida. Estos dos ejemplos atestiguan esa realidad, relacionada con su determinación de poner más que un grano de arena en el futuro de los muchachos, que cuando mostraban interés el siempre les brindaba la mejor ayuda. Algo que nunca olvidare fue la emergencia que tuve sobre mi problema del dolor del vientre, que en este caso se diagnosticó como una verdadera emergencia. Una hora más tarde de no ser operado de inmediato por el doctor y cirujano de nuestra familia en el sanatorio Margarita de Querétaro, en cualquier momento, estaba por convertirse mi apendicitis en una terrible peritonitis de la que no me hubiese salvado. Fue el comentario del doctor Paulín al terminar mí operación. Mi padre había decidido que me atendiesen en Querétaro y lo prefirió a la Refinería en su hospital o mejor dicho, al hospital de la refinería que sugiriese el padre Rafael. Cuando desperté de la anestesia, vi primero que a nadie al padre Campusano acompañado por el gato Ibáñez, siendo una experiencia que recuerdo con gratitud y nunca olvidare. Como tampoco olvido que en el cuarto vecino al mío, había un recién nacido que lloró toda la noche, de manera que yo me escape del hospital y me fui a casa la mañana siguiente, ignorando la queja de que me había ido sin pagar. Claro que mi padre jamás me permitió robar. Por las dudas señalo que esto es una broma de la vida, aunque parecería verdad sospechosa. Yo nunca fui tan querido como el padre Rafael ni pretendía serlo, aunque de vez en cuando me sentí distinguido de manera peculiar por algunas de mis amistades, como las del restaurante de la Toscana situado entre san Antonio y el Sagrado Corazón, que me distinguieron con un afecto extraordinario que databa de mi niñez, ya que la señora Elena me llamaba compadre porque nos hicimos compadres un martes de carnaval, siendo yo un escuincle y ella toda una deslumbrante señorita de mi pueblo natal. Se casó con el señor Tenorio y eran los dueños de su negocio y les iba muy bien. Yo me sentí alagado de ser invitado a celebrar la santa misa y dar la primera comunión a su hijita mayor. No tengo la más mínima queja de todos los feligreses que amaban de verdad al padre y a mí también me ofrecían su afecto y trato cordial. Otro amigo que conocí fue don Justino Arriaga, que conocía muy bien a mi padre y habían hecho negocios que muy pronto supe por experiencia también los haría conmigo. El tenía un carro Valiant precioso, con asientos de piel de cubo en rojo, de color blanco la carrocería y el toldo cubierto en color negro. Lucía elegantísimo y aunque ofendía la modestia de la que tal vez yo careciese, me gustó tanto que cerré el negocio saliendo de mi camioneta Dodge, que no me era tan necesaria como me fue en Hunainiqueo. El comentario de la hoja dominical hizo alusión a esto en sociales, comentando que el padre Esquivel mandó pintar las calles de Salamanca para desfilar con su carro Valiant Acapulco. El padre Campusano que de vez en cuando recibía a su hermano de visita, también tuvo la gentileza de recibir a mi hermano Carlos en más de una ocasión. Carlos gozaba de lo lindo el que yo le consintiese y con gusto complaciese los más de sus gustos. Desde luego que uno de sus favoritos era el de pedirme las llaves del carro Valiant, para darse una vueltecita que resultaría ser tremenda vuelta hasta el Jaral cerca de Cortazar, corriendo el carro en carreras que siempre ganaba poniéndole gas avión según muy tarde me informe, porque un mecánico me dijo al medirle la presión de que este carro está sobre corrido. El disfrutaba de manejar una moto marca Islo que yo tenía, y Patricia que era novia de Mario, mataba de celos al novio prefiriendo a Carlos, para divertirse solo como amigos paseando en la moto con él. Y no tuvo más remedio que aprovechar su mayor experiencia con ocasión de un baile en Petróleos. El propósito fue sin duda de evitar las preferencias de su novia en el baile, e invitó a Carlos a un trago en la barra, de manera que se convirtió al fin de cuentas en su primera borrachera de la que yo me entere, porque cuando llegó estuvo volviendo el estómago el resto de la noche. Es interesante el aspecto poético de sus aventuras de mi hermano, que se le declaró a Beatriz Amor, hija del ingeniero Amor y Margarita, recitándole un soneto que yo había escrito muchos años atrás y no sé como paró en sus manos. Mi contacto familiar con mis padres y hermanas en Apaseo era mucho más frecuente que en las parroquias anteriores. Mi madre que tenía gran sentido del humor en ciertas ocasiones me sorprendió con su criterio más rígido de lo que me imaginaba. En una ocasión en que vino a visitarme yo salí al atriecito del templo de san Antonio en playera, y doña Guille me hizo la farsa de chiflarme desde el balcón, sin saber ni imaginar que mi madre se percató de esto mismo que yo mismo ni notaba y que me dejó sorprendido por su reacción, al oírle haciendo un comentario de verdadero desagrado. Yo le dije que era algo del todo inocente y me dijo que no le veía ninguna gracia. Este atriecito de san Antonio se estaba convirtiendo en un lugar de conflicto para mi mamá, porque habiendo sido vista por alguna feligrés, yo le platique de esta persona que se vino a confesar y me hizo este comentario, que creo puedo compartir sin revelar el sigilo ya que sin decir el pecador digo el pecado que ni siquiera lo es aunque no a juicio de mi madre que si lo fue y muy grave. Se trata de que el penitente confesara que había visto a una señora que me diera un beso al saludarme y pensó esta señora debe ser la mamá del padrecito porque está tan trompudita como él. Increíble pero cierto, ella se sintió ofendidísima, más seriamente de lo que yo imaginaba. En una de mis visitas a mi familia me recordé de mi experiencia de los amigos anónimos de la universidad de Berkeley que tenían un grupo en Apaseo. Parece ser que el doctor Cabrera apoyaba el proyecto y tal vez lo promovería porque conoció a su esposa que pertenecía a este grupo anteriormente, se enamoró y se caso con ella que se mudó a vivir en mi tierra apasense dese los Estados Unidos. Lo mismo que al doctor Cabrera aconteció con Nacho Estrella casado con Coleta, una americana de este grupo que también repitió la misma historia. Judy la esposa de Toño Oliveros primo mío era un caso parecido. Estaban buscando familias para que apoyasen el programa y yo motive a la mía de Apaseo, sobre todo, a Dolle mi hermana y a mi papá que una vez que aceptaron tuvieron a Jaky, una chica de los Ángeles que formó parte de la familia ese verano. En estas circunstancias le propuse al padre Campusano el proyecto para Salamanca considerando que desarrollaban una labor social y que la comunidad tradicional de la parroquia era pobre, en contraste con las familias petroleras, bien las de los ingenieros en el aspecto profesional o de los obreros con sus plantas que les garantizaban estabilidad laboral y económica. Pensé que un movimiento de conciencia social podría acarrear algún beneficio a la integración comunitaria. Como resultado aceptó que le entrevistase el padre capellán del grupo y llegaron a un acuerdo para que ese verano el proyecto se estableciera en la parroquia de san Antonio. El ingeniero Amor y su familia a instancias mías aceptaron a Joane Prola, una chica de origen hispano italiano de san Francisco a quien conocí en Apaseo y quien iba a pertenecer al grupo de Salamanca. Ellos estuvieron felices con ella y sin queja alguna viéndole como modelo en la familia, hasta que vinieron sus primeros compañeros que le invitaron a Acapulco a donde ella invitó a amigos mexicanos que estaban de vacaciones de la universidad, y a partir de entonces comprendieron que era necesario hacer algunos ajustes después de los días de sus sueños dorados. Yo me hice amigo de Tom que apenas había cumplido sus dieciocho años y lo invite a cabalgar en el rancho de don Justino, que tenía hospedada en su rancho a toda una familia que vino con el grupo de Salamanca. Tom corría por el monte con mucho entusiasmo y no controlando su cabalgadura, se metió entre unos matorrales bien altos y llenos de espinas, de manera que se bajó del caballo y en calzoncillos, bajo el sol estuvo observando lo espinado que estaba, tratando de sacarse las más que podía. Me parecía interesante la ansiedad de Tom por ponerse una borrachera con tequila, para celebrar sus dieciocho ya que no tenía prohibido el uso del alcohol. Yo, recordando que sin escrúpulos lo había abusado por primera y única vez a los ocho años. Contrastes de cultura y de personalidad tal vez... Un amigo suyo que no dejó en mi memoria su nombre si dejó la imagen real de la reacción de los muchachos americanos ante la guerra de Vietnam, cuando dijo que no tenía otra alternativa que la de morir en la guerra de muerte rápida, o decidir la muerte paulatina del matrimonio. Don Justino me hizo el comentario de que haciendo números, la inversión del proyecto pudiera ser más fructífera con otras alternativas. El hecho es que mi impresión personal fue que los muchachos tenían más juntas y reuniones que hechos reales, lo cual tal vez lo justificaba el de que su objetivo inmediato, no eran estos sino el de promover el liderato y el espíritu de comunidad, responsable del desarrollo del bien común en la sociedad para identificar sus problemas y bregar en resolverlos. Creo que ellos, se beneficiaban mucho más que la comunidad con esta experiencia. El hecho fue que el movimiento lo mismo que el proyecto que terminó su visita, concluyó totalmente, y ya no tuvo ninguna otra oportunidad. Lo que para mí era una nueva experiencia ya era viva realidad cuando yo llegue a la parroquia, y esto era el modus vivendi familiar del padre con la presencia de la familia Velázquez, bajo el liderato de su matrona que era la famosa señora doña Guille, así llamada por afecto, apreciativo de doña Guillermina y con un tono de sana ironía, la señora Williams, cuyo título, no sé de dónde se originó. El padre Campusano era su adoración, sentimiento compartido por toda su familia sin excluir a su marido don Isauro y por supuesto a todos y cada uno de sus hijos e hijas incluyendo a Carmelita, que se recibió de Arquitecto y andaba explorando entre otras cosas trabajo por la Argentina. Tengo la impresión que no exagero si digo que el gobierno y actividad parroquial, se movía no solo entre san Antonio y sus templos, sino que también estaba de por medio la casa de la familia Velázquez. Y todo esto con un sello de sincero sentido apostólico romano de apoyo incondicional a la labor del padre, realmente extraordinaria. A mí me costó trabajo adaptarme a esta dinámica, que contrastaba radicalmente con la que viví en Hunaiqueo con el padre Juárez, con su familia y con el ambiente parroquial. Como el padre Campusano se ausentaba por temporadas más largas por su enfermedad, el padre Navarrete acostumbraba venir a ayudar desde el tiempo del padre Garduño en mi lugar entonces siendo vicario de san Antonio. Yo conocía muy bien a Kiko Nava, que así le llamábamos, y era nuestro portero de fut bol en mis inicios de futbolista, cuando llegue al seminario, yendo el tres años delante de mí en su llegada, pero compartiendo con nosotros más pequeños con toda naturalidad, dada la dificultad que sobrellevaba como si nada, a pesar de las consecuencias de una poliomielitis no superada desde su niñez. Yo le tenía en gran estima que era nada comparándose con la estima en que le tenía la familia Velázquez que suspiraba por su llegada. Francamente mi sentido de virilidad no era para adaptarme indefinidamente a los arrumacos, que tal vez estaba cansado de sobrellevar. Conociendo mi temperamento me di cuenta de que las cosas podían tener una confrontación que era más prudente evitar. No quiero acusar a nadie de ninguna mala intención en sus relaciones amistosas y familiares. La verdad es que no casaban conmigo, siguiendo el decir de mi padre de no hacer cosas buenas que parezcan malas ni viceversa. Como Patricia hija de doña Guille era la consentida del padre Campusano, la hermana menor que por cariño llamaban la Chulina había sido consentida del padre Garduño y en sus visitas, lo era del padre Navarrete. En medio de esta dinámica yo me sentía candidato ridículo de consentir y tal vez disputar ocultamente la primacía sentimental a la llegada del padre Navarrete y todas estas ridiculeces por ser aclaradas podrían acarrear efectos preferibles de evitar. Tal vez yo sentía ahogarme en un vaso de agua y aun así lo preferí evitar. Considero que esto no sería para el bien de la parroquia, pero desde mi punto de vista era algo que yo veía como un mal menor como solución, con la necesidad de ponerlo en mejores manos. Hable en Morelia con el padre Castro que me recomendó que fuese más prudente y no consultara con el señor Sotelo encargado de los negocios de la mitra, que a mi parecer era a quien competía el asunto de ver por la parroquia ante la serie de problemas que según yo veía requerían mi ausencia temporal o definitiva tal vez inmediata. Yo persistí con la idea de que es mejor un grito a tiempo que cien después y hable con el señor Sotelo, exactamente presentado el asunto tal cual descrito y estuvo de acuerdo conmigo, en que me tomara unos días libre y el solucionaría la situación de la atención a la parroquia. Antes de terminar el año recibí mensaje de la sagrada mitra. Se me ordenaba presentarme al señor cura Luis Flores como vicario suyo asignado a la parroquia del Señor del Hospital de la ciudad de Salamanca a su responsabilidad. Comentario sobre un viaje a Nueva Orleans Me he olvidado si sucedió al final de mi estancia en san Antonio o al inicio de mudarme a Salamanca. Me refiero al viaje que hice con el padre Juan Posadas que también invitó al padre Manuel Pérez- Gil a Nueva Orleans y que iniciamos volando de Morelia a Matamoros. Allí saludamos al padre Sabás Magaña, recién consagrado Obispo de esa diócesis de Matamoros. Y aparte de él un compañero mío de estudios, Simón Ríos que trabajaba en esta diócesis, nos ofreció también su acogida hospitalaria y nos invitó a ciertas excursiones o incursiones del lado americano visitando Harlyngen y san Antonio. Un sacerdote americano amigo mío de cuyo apellido me olvide, el padre George quien era capellán militar, nos invitó a cenar en la base naval de san Antonio Texas siendo exclusiva para los militares, haciéndonos sentir realmente este ambiente tan exclusivo. Recuerdo que la visita del presidente Kennedy estaba programada para el siguiente día en san Antonio, después de su llegada a Dallas, lo cual no tuvo lugar por la tragedia de su terrible muerte. Esto aparentemente estuvo a punto de complicarnos nuestro regreso a Matamoros, si se cerrase la frontera lo cual no aconteció. Y al tiempo de emprender nuestro vuelo a nueva Orleans del aeropuerto de Brownsville, tampoco tuvimos ninguna dificultad. El plan del viaje era de visitar a la familia de Bob Redman y Anita Iturbide hermana de la señora Cristina Iturbide viuda de Bernal y vecina nuestra desde cuando yo era seminarista, que vivía bien cerca del seminario. En realidad no sé si el padre Pérez- Gil o más bien el padre Posadas fuese su director espiritual o simplemente su amigo. El día que llegamos al aeropuerto nos recibieron cordialmente y después de asignarnos nuestras habitaciones para descansar del viaje acordamos que nos llevarían a la iglesia a la que ellos acudían, donde celebraríamos la santa misa por la mañana. El sacerdote que era el colaborador del párroco a cargo de la rectoría parroquial, nos invitó a un tour que nos ofreció dar en un avión a su disposición en el aeropuerto, volando sobre el Mississippi y sus ramificaciones panorámicas en el delta del río hacia el mar. Quiero dejar bien claro lo sorprendente, el padre a quien me refiero era quien piloteaba este avión y lo hizo a la perfección, por supuesto que aceptamos su invitación y el tour fue una verdadera maravilla feliz .Yo comparaba mi afición de disponer de mi hermosa yegua, cabalgando por los campos y montañas de las aéreas donde trabajaba con el placer de este sacerdote coadjutor que disponía de su avioneta, y guardadas las proporciones, me sentía dichoso de lo mucho que modestamente con lo propio y le brindaba a mis amigos y familiares algo parecido dentro de mis posibilidades. Nos tocó compartir con esta bella familia la celebración del día de gracias. Me quede impresionado de la responsabilidad tomada tan en serio por el señor de la casa de partir y repartir el pavo y hacerlo con tanta destreza. No podía imaginar ni a mi padre ni a mí mismo, eventualmente en mi propia familia el poder hacer lo mismo, que para hacerlo se requiere la convicción cultural y el espíritu de la tradición para hacerlo tan bien. Los niños tuvieron muchos proyectos de tarea para hacer que andando el tiempo observe en mis propias hijas cuando atendieron a la escuela parroquial en Rochester Nueva York. El señor Redman a más de ser representante elegido no sé si al Congreso o al Senado también daba o había dado enseñanza en una cátedra en la universidad de Tubinga. Las señoras que fueron de compras al centro de la ciudad y a las aéreas de prestigio comercial, nos invitaron en caso de que gustásemos hacer alguna compra, y nos invitaron a compartir el típico lunch o almuerzo ligero en el área de las tiendas. La que más recuerdo es la de Maison Blanch. Me pareció extraño y a la vez particularmente peculiar lo del padre Pérez-Gil, que compró dos o tres perfumes para regalo, y que después observando los escaparates de bellísimas joyas, comentó que raramente se les compraban a las esposas, y más bien eran compradas para las amantes de los enamorados capaces de costearlas. No estoy seguro de su autoridad en este tópico que no pertenecía a la dirección espiritual, pero es posible que su sicología del ser humano le diera ciertas credenciales. Nuestro regreso a México fue en vuelo directo de Nueva Orleans a la ciudad de México, y como nuestra visita a la calle Bourbon me pareció un tanto superficial, eventualmente regrese con mi familia para disfrutar del gusto típico de la música, la cocina y el ambiente nocturno con su característica nostalgia, el sabor a Francia que es una gala de Nueva Orleans, esto ya cuando estaba radicado en Rochester Nueva York algunos años después. Rapsodia diez. Parroquia de Salamanca cinco años de ministerio. El señor cura Luis Flores tenía fama de ser una persona de inteligencia nada común. Tal vez esto fuese verdad pero a mí me impresionó más por su sincera franqueza y sentido humano de la realidad. Contaba con una serenidad que me atrevo a identificar como socarrona en el buen sentido de la palabra si lo tiene, y además me parecía verle capaz de conservar dicha serenidad a toda prueba. De pronto yo no tenía adonde hospedarme porque las casitas adjuntas a la parroquia en la esquina de Pípila cien que sería mi casa más tarde aun no estaban listas para ser ocupadas y serían respectivamente para el padre Alcántar y el padre Tapia, anteriores a mí. Había un cuarto tal vez disponible para mí en el centro de ancianos de una localidad llamada la Conferencia que atendían unas religiosas. El padre Téllez capellán de la hermosa parroquia barroca llamada antigua, que no vivía allí, sino en esos cuartos de la Conferencia, de los cuales tenía que decidir si uno de ellos fuese una posibilidad para mí si no lo ocupaba y entonces podría disponer de él y claro, seríamos verdaderos vecinos. De manera que fue allí que me instale, no recuerdo si de inmeiato o después de algún tiempo, porque el padre Antonio Tapia me había rentado un cuarto de su casa, lo cual pudo ser, pues recuerdo que viví allí una temporada y debió ser antes de ir a vivir a la Conferencia. La parroquia que atendía el señor cura Flores no tenía los programas de pastoral que caracterizaban a la de san Antonio, y el cuadro de trabajo que mire delante de mis responsabilidades ministeriales eran más bien orientadas al sistema de lo tradicional. La práctica de la santa misa, el santo rosario, la administración de los sacramentos y la organización de la catequesis. Una vez a la semana nos turnábamos el visitar los hospitales y llevar a los enfermos la sagrada comunión. Y fue interesante que el padre Eusebio Hernández en Huaniqueo, más concretamente en Mansa, estuviese continuando la labor que yo emprendí y que en Salamanca yo hiciese lo mismo, tratando de hacer lo mejor posible lo que él había tenido a su cargo. El señor cura Flores me asignó para los días sábados atender la catequesis del Molinito, un barrio que no teniendo capilla, esta era remplazada para la actividad catequética de los sábados por una localidad, la del gran patio de la casa de la señorita Estela, siendo ella y yo recíprocos colaboradores de este apostolado. Me encargaron como peculiar labor la instrucción religiosa, tenía la responsabilidad de todos los ranchos de la parroquia que eran decenas de contar. El padre Eusebio había organizado el programa de alfabetizar con el sistema de Lubbock que tome como responsabilidad reactivar. Algo que organizaba también el padre Eusebio a través del año era la peregrinación a pie al Tepeyac, que era propia de casi todas las parroquias de la Arquidiócesis y puso a mi cargo el señor cura la de la parroquia de Salamanca. Mi estrategia fue la de identificar los líderes anteriores y reavivar su interés por renovar su espíritu de colaboración apostólica, contando con mi determinación de una mutua colaboración, hacia los mismos objetivos de servicio, lo mejor posible, como ya lo habían hecho anteriormente con el sacerdote encargado. Básicamente todo estaba resultando muy bien, aunque naturalmente había una cantidad considerable de cosas por actualizar, reavivar y amplificar, y muchas veces adaptar a nuevas circunstancias. Sarita la encargada anterior de la alfabetización, definitivamente declinó envolverse en el proyecto, pero su colaboradora Lupe Aguirre que fuese según ella demasiado joven para el cargo, se convenció de mi punto de vista relacionado con su entusiasmo por el programa y su previa experiencia en el mismo, de manera que determinó trabajar en el proyecto con absoluta determinación, a pesar de que entendía más de alfabetización que de catequesis, las cuales actividades me negué a diversificar y se comprometió a colaborar en una como en la otra. Yo contaba con los jueves y los domingos de la semana para esta actividad sin presupuesto alguno. De manera que me deshice de mi Valiant Acapulco y me hice de un carro Volkswagen parecido al primero que me compró mi padre de recién ordenado. Tenía un amigo Lupe Ríos, arrendador de caballos que trabajaba con don Florencio, hombre rico famoso por sus bellos ejemplares. El, Lupe, tenía una camioneta pick up no nueva pero en buenas condiciones y con la intervención de Lupita la monjita de la familia y Dolle que manejaba la economía domestica y comercial de mi padre y algo que me quedaba en mi bolsillo, logre adquirir la dicha camioneta tan necesaria para catequesis y alfabetización. Logramos reunir un grupo de treinta a cuarenta entusiastas jóvenes interesadas en trabajar en el programa que requería no solo la enseñanza sino también la preparación sistemática para enseñar tanto la catequesis como la alfabetización. En cada rancho había una chica encargada del pequeño grupo que como equipo aprendía y enseñaba a la vez bajo la dirección de un liderato de mutua responsabilidad entre las catequistas visitantes y las locales. Esto con sus altas y sus bajas se mantuvo en operación por los cinco años de mi estadía en mi trabajo ministerial educativo de las rancherías. Durante el año también era necesario organizar kermeses y programas musicales para colectar fondos para la clausura de las actividades al final de cada año. Lupita Aguirre era la líder especializada en alfabetizar y yo en catequizar con especial interés en la preparación de los niños a su primera comunión. Alguna vez no puede estirar el tiempo para regresar a la misa de la tarde algún domingo y pase el bochorno de ver el templo inmenso completamente lleno, y en espera de mí, con la pena de que más de quince minutos en estas circunstancias es más que demasiado. Para las actividades de la peregrinación se salía a colectar tres meses antes del día de salida, curiosamente esto coincidía con que el Tamborcito que era todo un personaje y el líder en este aspecto de la peregrinación, contaba con un amigo que ordenaba ley seca a su hábito de tomar, para poder llegar a pie hasta los pies de la Virgen del Tepeyac. La gente dormía en más de una ocasión a la intemperie en jornadas diarias de treinta o cuarenta kilómetros y yo recuerdo que en alguna de las etapas me tocó dormir al lado del gallinero. Para quienes critican esta devoción se me ocurren dos ideas bien contundentes, una es que parte de nuestra identidad cultural de Europa, España y los pueblos indígenas pre coloniales, sobre todo México que se fundó como Tenochtitlán, tienen en las entrañas de su cultura el peregrinar. Y por otra parte soy testigo de que sin la orientación y el encause positivo de espiritualidad, el mismo fenómeno histórico, social y cultural tiende a degenerar en la embriaguez y la promiscuidad degenerando en el vicio del alcohol y la prostitución. Por otra parte, el peregrinar propicia el espíritu de desprendimiento y la visión peculiar de oriente y occidente de liberación budista y cristiana de la humanidad y de cada hombre, lo digo por experiencia, se tiene una oportunidad de ser actualizado en ello, con las características de la identidad mexicana que ama de verdad a la Virgen guadalupana. Otra de mis actividades en el orden docente se proyectó a la colaboración de enseñanza en la escuela preparatoria de la que el ingeniero Contreras, sobrino del señor cura fue nombrado director. Me invitó a dar clases de latín y filosofía y yo acepte de buen grado. Pedrito el sobrino de la señora Reyes a quien yo llevaba la sagrada comunión, se graduó como arquitecto y tuvo oportunidad de ver a Carlos mi hermano en el área del Campestre celayense donde trabajaba en alguna construcción y me mandó saludos, recordando con gratitud como Carlos le sirvió de tutor en matemáticas en sus años de preparatoria por recomendación mía. Otro alumno que me preguntó si le recordaba como mi estudiante ya que era imposible le olvidase por la calamidad que era, fue Gustavo Ugarte el hijo de Ogarita que encontré en una cenaduría de Petróleos a donde fui a cenar con Cristy mi hermana y su familia. No lo podía reconocer por su apariencia tan distinta habiendo enfermado del corazón y habiendo estado al borde de la muerte, realmente recuperado pero con las huellas de esa temible experiencia. Honrado por algo sorprendente me sentí sorprendido con algo que me sucedió relacionado con mis actividades docentes. Esto fue cuando atendiendo a misa vespertina en el Señor del Hospital en una de mis visitas que acostumbraba hacer viniendo de los Estados Unidos donde vivía, al salir del templo, una joven me interceptó para saludarme y hacerme saber que yo le di clases de filosofía. Y yo que pensaba que solamente sería recordado por mi ministerio propiamente sacerdotal, quede verdaderamente sorprendido. Incidentalmente tenía conmigo algunos ejemplares de mi último libro de sonetos cervantinos y se lo obsequie haciéndola sentir complacida de algo de lo que yo también me sentí complacido. El tiempo en que viví en la Conferencia me facilitó varias cosas relacionadas con mi interés ministerial y personal, aparte de pernoctar allí. Las religiosas se hicieron cargo del aseo de mi ropa de lavandería y de prepararme los alimentos cada día, claro por una cantidad previamente convenida satisfactoria recíprocamente, para ellas y para mí. También se nos dio oportunidad de reunirnos con el grupo de catequistas para ciertas actividades relacionadas con el desarrollo del programa de nuestras actividades de catequesis y alfabetización. Mis relaciones con los ancianos más bien eran esporádicas, pero cuando por casualidad manifestaban algún interés por conversar me agradaba prestarles atención si no estaba muy urgido de tiempo. La persona que más recuerdo era una viejecita que usaba un bordón para caminar y en una ocasión que escuchábamos una música sin saber de de donde viniese, pero se distinguía con toda claridad la canción del cafetal, ella me detuvo pidiéndome que le viese bailar, porque esa había sido su canción favorita cuando fue joven y pudo disfrutar la vida. El padre Téllez dejó de vivir en la Conferencia, arreglando su casa adyacente a la parroquia antigua. Y fue entonces que el padre Antonio Tapia con quien viví una temporada en la planta baja de la casa al lado del templo del Señor del Hospital, acordó conmigo y el señor Cura que yo me podía mudar allí, de La Conferencia y del sector que deseaba ocupar y anteriormente ocupamos el padre Téllez y yo. Fue así como finalmente logre disponer de un lugar conveniente para poner mi casa con el apoyo de mi familia como lo hicimos en mi primera parroquia de Cuerámaro al inicio de mi ministerio. El señor cura contaba con otros cuatro sacerdotes a su cargo para administrar la labor ministerial de la parroquia. Tres hermanos sacerdotes que eran el padre Edmundo, el mayor, Miguel y el menor de los Vargas al que llamábamos abuelito en el seminario y creo se llamaba José Luis y además, el padre Enrique Alcántar que sería mi vecino por algunos años y que vivía en la planta alta de la casa donde yo empezaría a vivir. También debo referirme a una capellanía muy antigua localizada en el barrio de Nativitas, estaba el padre Vázquez a cargo de ella quien por un tiempo vivió allí y ya era mayor de edad y como todos los nombrados, estaba bajo la supervisión eclesiástica del señor Cura Flores. Yo acostumbraba confesarme con él, no precisamente porque no me escuchase, pretendiendo yo que ignorase mis pecados. La familia de mi compañero de seminario Félix de la Peña en Salamanca, se convirtió en mi mejor vecino. Su casa estaba a media cuadra de la mía en la avenida Revolución entre el Señor del Hospital y el templo de san Agustín, derroche del arte barroco con sus altares churriguerescos cargados de belleza más rica que el oro. Doña Estelita viuda del señor de la Peña era ya conocida desde nuestros años de seminario, como una bella persona, y toda su familia se vino a convertir en mi mejor amiga de entre todas las demás que tuve en Salamanca. Jaime el hermano menor vivía ahí y trabajaba para la Montrose y en el sindicato, pero no Félix que siempre vivió en México como estudiante de abogacía y después como prominente abogado. Olivia era la hermana mayor y Estela la menor y ya tenemos nombrada completa la familia. Mi padre me contó que unas tías hermanas del sacerdote tío de estas chicas y hermano de don Pancho que así era conocido su padre, habían sido sus maestras de primeras letras cuando vivían en Apaseo. A toda la familia le presente a mi madre y hermanas, y también compartieron cultivando la misma amistad lo mismo que conmigo. Cuando mi primo Enrique me invitó para la celebración de su boda en la población de Tecomán del estado de Colima mi madre y mi hermana mayor Dolle me acompañaron a la boda y le sugerí a Estelita que era bienvenida a compartir esta invitación, ya que mi madre venía con nosotros. Ella en su lugar prefirió mandar a Olivia ya que también venía mi hermana. De manera que tuve la oportunidad de disfrutar en mi Valiant Acapulco el primer viaje largo, que ya mi hermano tenía entrenado para las carreras. Nos vinimos por Guadalajara hasta Barra de Navidad y Melaque donde pernoctamos en dos cuartos distintos, las damas en su lugar y yo en el mío en un lindo hotel frente al mar, y la mañana siguiente salimos después del desayuno pasando por el área de Guallavitos, y llegamos hasta Tecomán pero no en carro sino en autobús, pues en el área del camino sinuoso ya al oscurecer, se le atravesó un becerro a Dolle que iba al volante y el carro ya no estuvo en condiciones de seguir rodando y se quedó en un taller que nos recomendó mi primo Enrique conocedor de medio mundo en toda el área y sus alrededores. La boda fue magnífica y nosotros lo pasamos muy bien disfrutando de los días restantes antes de volver recibiendo los atentos favores de mi prima Celia casada con el doctor Quevedo de las mejores familias de Colima. Ellos nos llevaron de regreso a casa en su propio carro, hasta la ciudad de la Piedad en Michoacán, ya mucho más cerca de Salamanca a donde tomamos uno de alquiler para remplazar los servicios de nuestro carro en el taller de Tecomán. Ya contaba con una buena razón para regresar a recogerlo tan pronto estuviera listo, lo cual hice, por supuesto ya cuando Enrique también lo estaba para recibirme en su regreso de bodas y de su luna de miel. Fue tan generoso que se hizo cargo de todos los gastos de la compostura. Era su manera esplendida de ser que mi esposa llama gamonal y él se preciaba de serlo, sobre todo conmigo que a más de primos éramos amigos de la infancia. Nos parecíamos muchísimo sobre todo por los aires de familia, porque mi fisonomía era mucho más de los Díaz que de los Esquivel lo mismo que la suya, original de los Díaz. Me hacía la farsa de que le encantaba dar a besar su mano a las chicas lindas que lo confundían conmigo en sus visitas a nuestro pueblo natal. Y cuando venía de vacaciones me ofrecía las llaves de su carro para que dispusiese de él a todo mi antojo en lo cual yo trate de ser moderado, prefiriendo planear mis vacaciones compartiendo con él y su familia. Le encantaba filosofar como se decía de Pícolo de la Mirándola, de omi re scibile, de todo lo discutible, sobre todo cuando compartía lo largo de la plática con lo largo de la bebida. Yo siempre procure y lo logre, mantener la sobriedad esperada. Imitaba a mi padre que como comerciante proyectaba su amistosa personalidad para el logro feliz y lucrativo de sus negocios. Siendo el mío el del reino de Dios en mi apostolado trataba a los fieles a mi responsabilidad con el trato mejor y una actitud de franca y espontanea simpatía que nos favorecía recíprocamente tanto a mí como a mis feligreses. Había un señor encargado de hacer arreglos para la misa en un rancho, que era conocido con el sobre nombre de “el pirul”. Yo estaba ya en la casa, en donde me atendían mis hermanas a la hora de comer. Era la costumbre no excederse en las provisiones de la cocina, viendo que se cocinara básicamente lo que se consumía. Yo le dije a la sirvienta que permitiera pasar al señor que tocó a la puerta preguntando por mí y le invite un taco y a que se sentara a la mesa donde comíamos mi hermana y yo atendidos por la sirvienta. Se ponía sobre la mesa un cesto con una servilleta que cubriese las tortillas para que permaneciesen calientes. Le dije a la sirvienta que le preparara un taco que le preparó y al ver que era de frijoles se me quedó viendo y me dijo, si viera padrecito que yo también se comer carnita…No tuve más que disculparme sabiendo que ya casi terminábamos de comer y consumimos el guisado, excepto tal vez el de la sirvienta que comía cuando terminaba de servirnos a la mesa. Creo que él me entendió esa parte de mi explicación, pero no el que las tortillas estuviesen cubiertas bajo la servilleta. Lo digo porque cuando termine la misa en su rancho y vino el almuerzo, me acercó el tazcal lleno de tortillas diciéndome, ándele padrecito tome todas las que guste, que yo no las escondo. El pirul era muy avispado y yo lo note desde que se sentó a la mesa en mi casa cuando escuchando como acostumbraba hacerlo, en esta ocasión tal vez una sinfonía, creo que era la quinta de Beethoven, cuando los sonidos eran más vivamente sonoros, tan peculiar en esta sinfonía, se le avispaba la mirada como a un animalito que se alerta sorprendido prevenido para lo que tal vez sucediere. A mi solían sucederme cosas realmente sorprendentes. Recuerdo aquella vez que perdí mis lentes y me olvide donde los deje, como en otras ocasiones que preguntando por ellos los llevaba puestos. Esta vez viniendo de los Prietos a caballo, iba a entregar un caballo al rancho de don Justino donde deje mi carro. El caballo era duro de obedecer la rienda y ya estaba tarde para llegar a tiempo a la parroquia ese domingo por la tarde. Resulta que le solté la rienda a toda carrera y el caballo desbocado tomó la ruta sobre la carretera que temiendo cruzara a tanta velocidad, preferí dejarme caer con la suerte que no sufrí ninguna lastimadura sobre el zacatal y la tierra nada endurecida. Yo di mis lentes por perdidos, pero alguien los trajo a la sacristía según me informaron más tarde y me los pusieron sobre el mismo altar. Toda la vida andaba de prisa y no tenía tiempo a veces suficiente para peinarme, gracias a Dios o desgraciadamente aun no estaba calvo. Lo digo porque Chuchita Flores que atendía la venta de no sé qué cosa de devociones junto al bautisterio, sabiendo que me veía de cerca, no me dijo nada antes de los bautismos. Yo le pregunte si me había visto y me dijo que sí. Al preguntarle porque no me advirtió recién bañado y de prisa ver que llevaba todo el pelo húmedo y enmarañado, me respondió comentando que el que es buen mozo comoquiera aparece. Esto no me dejó muy convencido de nada de lo que le preguntaba. Mi entusiasmo por el apostolado fue bendecido y siempre conté con las catequistas que necesitaba y se alegraban de la labor apostólica convencidas de que hacer algo por el bien de los demás en el nombre de Dios vale mucho más la pena que una vida de molicie o de placer, aburrida y llena de poltronería. La familia del ingeniero Aguirre y su señora esposa padres de Lupita la apoyaban con gran entusiasmo incondicionalmente y disfrutaban ver que ella invitaba a su hermana Moni y a la más pequeña que le seguía, todas ellas con el mismo entusiasmo que les contagiaba. Celebraron los días de orientación que llegaron a feliz término, dándoles el curso de alfabetización a las hermanas de la Peña y sus amigas las Páez en la casa misma de doña Estelita. Yo también me quede sorprendido de todas ellas sabiendo que no simpatizaban del todo. El señor cura no encontró difícil convencerme de no envolver en este apostolado a mis amistades de Petróleos, a pesar de que no creí que Campusano dijese nada en contra, no solo por su nobleza sino también porque el contaba con matrimonios de nuestra parroquia en su apostolado. Yo negocie chachareando tres distintas camionetas que al final de cuentas por experiencia concluí que la primera, la Ford era la más práctica y conveniente. Me dio pena renegociar, pero con sinceridad explique mis puntos de vista y mis equivocaciones a la vez del objetivo apostólico de mi trabajo que era mi único negocio y en nombre de mi apostolado fui escuchado. El mayor problema era que la camioneta de doble tracción era una traición por la sobra de pesadez que era falta de ligereza y abundante gasto de gasolina que no valía la pena sino todo lo contrario. A pesar de todo siempre estuve en acción y nunca me faltó para la gasolina a pesar de ir y volver por todos los ranchos trayendo, llevando y recogiendo catequistas y alfabetizadores. También aprendí a gustar las actividades de alegrar la vida de los ranchos con una especie de karaoke fuese con el acompañamiento de una banda que no faltaba en las diversas localidades, o más seguro con el toca discos y el amplificador, pero siempre eran acogidos y estimulados los cantantes a participar o a pedir sus canciones. Al fin de cuentas todo el pueblo sobre todo los niños, eran felices con el evento de la catequesis y el propósito de los adultos por aprender a leer y escribir. Mi madre me visitaba raramente y las pocas veces que lo hizo estaba en ascuas por regresar con el pendiente de haber dejado solo a mi papá. Yo siempre conté, no solo con el apoyo sino con el ascendiente de mis padres que tenían en gran aprecio mi trabajo y la misión sacerdotal. Más de una ocasión me vi en necesidad de invitar a mi mismo padre a reflexionar sobre pendientes que afectaban la armonía familiar, todos relacionados en una o en otra forma con el hecho de la madurez de quienes requerían una moderación urgente de su espíritu de autoridad tal vez inadecuadamente, fuera de la funcionalidad constructiva de la armonía de la familia. Yo no era ningún juez sino el instrumento de analizar esta realidad en la que sin duda yo mismo tenía mis propias debilidades. Desgraciadamente los desafíos de la vida tienen sorpresas imprevisibles o casi imposibles de resolver y que solo resuelve la misma experiencia con la posibilidad de rectificar, corregir y tal vez reconstruir nuestros errores en la vida. No lo digo solo por mi padre y por mí sino por toda la familia. La verdad es que casi éramos una familia en auge por lo que nos iba aconteciendo. Yo tuve la suerte para mi provecho y el de ellas, que bajo los consejos y dirección de mi madre casi todas sus hijas casaderas practicaron conmigo sus deberes hogareños rutinarios de economía familiar. De la casa en Salamanca salieron para el altar y el hogar recordando a Elena en Cuerámaro y siguiendo su modelo, primero Yola que se casó con Alfredo, luego Enriqueta con Ernesto y Cristina con Fernando, cada hermana Esquivel con cada hermano Oliveros. Yola de plano se enseñó a cocinar conmigo, no que yo le enseñase nada de cocina sino por comerme lo que cocinaba, sobre todo el platillo favorito de Alfredo que era carne molida, que se veía fea en un caldo muy sabroso que en conjunto contaba con la ventaja de que sabía muy bien se viera como se viera. Enriqueta y Cristina tenían excelente experiencia en la cocina y en la limpieza de la casa que con la ayuda de la sirvienta nunca dejaban nada por desear. Ernesto no logró terminar su receso vacacional de noviazgo y regresó antes de lo convenido con Enriqueta listo para el matrimonio que se celebró antes que el de Yolanda, aunque no así el pedimento, que siguiendo mi estrategia se solicitó anteriormente para que mi papá no tuviera oportunidad de comentar del largo tiempo, lo del noviazgo de Yola que siendo desde la niñez sobrepasaba el de todas mis hermanas. El único inconveniente de Enriqueta y mío que tuvo que resolver sin saberlo yo, fue el colaborar con su astucia genial y original cuando ella me pidió cierta cantidad de dinero por su cumpleaños cuya fecha yo ignoraba, alegando que lo quería como obsequio en dinero al contado cuyo plan tuvo gran éxito. De esa manera resolvió tranquilamente pagar la multa de un accidente en la camioneta que no sabía guiar y lo hizo sin mi autorización y sin que yo me enterase de nada. Cristi estaba contenta de invitar a Fernando a compartir con nosotros pues trabajaba como ingeniero petrolero en Petróleos de la refinería de Salamanca. No salía nada caro preparar una jarra extra de agua fresca que le encantaba y la consumía toda por sí solo. Como el estilo de Cristi era más sofisticado podía gastar lo de todo un mes en una semana y por ello sabía bien que nuestro estilo no podía ser tan sofisticado. Yo siempre tuve una preferencia especial por la güera mi hermana que se llamaba Lourdes, y precisamente por eso le hice saber que debía estar los fines de semana con la familia en Apaseo, no estoy seguro si su interés por Angelito el doctor Arredondo que tenía novia en Cortazar y aun así le atraía, tuviese que ver con ello deseando continuar conmigo esos días. En cualquier forma yo nunca quise que mis hermanas viesen como un compromiso conmigo el atenderme si interfería con sus planes con total libertad y oportunidad para decidir el destino de su vida. Por esta razón ninguna de mis hermanas participó en el programa de apostolado. Creo que la güerita alguna ocasión acompañada por Olí de la Peña visitó el rancho de la Ordeña, ni siquiera recuerdo con que motivo, pero me consta por una fotografía que recuerdo haber visto en algún álbum que no he vuelto a ver, por lo que sé que estuvo en esa ranchería pero no por razón de la catequesis. Yo tuve la impresión de que tal vez la güerita estuviese recelosa de mi amistad con la familia de las muchachas de la Peña, y más bien con Olí que con Estela, aunque a ella igual que a mí nos encantaba jugar a la canasta en su casa las más de las noches, aunque también raramente venían a jugar en nuestra casa. Como yo tenía una amistad muy especial con el gato Ibáñez a quien yo recomendé con el gerente general de Díaz Córdoba ex compañero de seminario Jesús Martín del Campo que le dio la oportunidad de trabajar con la compañía, resultando también un excelente empleado digno de la gerencia en Salamanca, tal vez en gran parte por eso, me obsequiaba una inmensa canasta navideña, y Carlos y yo con la güerita organizábamos una opulenta cena en casa con abundancia de buen vino y sus delicadeces como acompañantes, diversidad de quesos y demás. La costumbre de la familia Esquivel había sido reunirse para la cena de fin de año y mis hermanas compartían más bien este motivo de la cena navideña acompañándose con sus novios a donde preferían ir. Yo tenía muchos amigos en Salamanca y no podía atender a todas sus invitaciones, de manera que empecé a quedar mal con todas, compartiendo mejor en casa con mi hermano y mi hermana. Hubo dos ocasiones si mal no recuerdo en que tuvimos que viajar a México con la familia de la Peña, una fue por la graduación de Félix que terminó su carrera de abogado, y la otra fue por cuestión de salud porque doña Estelita no remediaba su problema con el que llevaba lidiando bastante tiempo con una pierna demasiado enferma por cuyo tratamiento ya le había acompañado a atender una cita a León. En estas circunstancias tuve oportunidad de tratar con Samuel Bernal que seguía la misma carrera de la abogacía, pero con todos los azares y conflictos por los que corrió su fama nada halagüeña de peripecias seriamente negativas. Yo lo lamentaba porque llegó a ser el mejor amigo que jamás volví a tener uno igual, entre mis compañeros. No se compara por ningún lado con alguien que es mundo aparte como amigo y me refiero a la amistad con mi incomparable maestro amigo el cardenal Posadas que fue el mejor de los amigos de mi vida que aun estoy echando de menos. Hubo una convención a la que no logre atender a pesar de haber ido a Morelia con ese propósito, entiendo que tenía por tema el espíritu de un mundo mejor. Yo que recién llegaba al seminario me ofrecí a llevar en mi carrito Volkswagen recién estrenado a unas religiosas guadalupanas de la congregación en la que haría votos mi hermana Lupita o recién los había hecho y no recuerdo si ya se había ido a Miami a donde trabajó algún tiempo antes de mi estadía en los Estados Unidos. Ellas iban de regreso a su convento. Tome la carretera hacia el bosque en el área de los arcos de cantera de san Miguel y unas cuadras antes de llegar en una luz intermitente, esperaba la oportunidad de cruzar, creo que fue precisamente donde sufrió su trágico accidente el padre Juan Abascal de feliz memoria. Resulta que calcule bien y después de un largo rato de espera decidí hacerlo anteriormente a que pasara un autobús que se acercaba, sin contar con que una motocicleta en estampida rebasaría el autobús a toda velocidad sin poder ser vista la moto ni prevista por el hecho de que el autobús interfería su visibilidad. Ante el impacto que gracias a Dios lanzó moto y motociclista a gran distancia de la rodada de mi carro que solo tuvo una no escandalosa abolladura, y que yo estacione al lado inmediato de la carretera para cerciorarme del estado del atropellado que estaba no malparado, sino recostado con un tobillo roto sin más serias consecuencias. Cuando iniciaron los de la patrulla su interrogatorio yo les hice saber que yo era el chofer del carro que golpeó al chico en la motocicleta y me condujeron a la inspección de policía permitiéndome pasar la noche en el hospital vecino a la capellanía de la Inmaculada, atendida por el padre Sierra que fue mi maestro de seminario. Claro confiaron en mi palabra de que me presentaría la mañana siguiente a la inspección a primera hora, lo cual hice con toda puntualidad. En todo esto tuvieron que ver los sacerdotes que habían venido del seminario a verme a la inspección esa noche, entre ellos recuerdo al padre Flores paisano mío quien me hizo saber que el señor obispo Martínez Silva estaba dispuesto a cubrir la fianza para que yo saliera con libertad condicional hacia el juicio el día siguiente de la noche del accidente. Estuve detenido hasta las dos de la tarde que era la hora límite para no ser encarcelado, pero mi supuesto abogado no logró el intento sino hasta las cinco de la tarde que ya había sido encarcelado. Cuando llegue a la prisión me reconoció el policía a cargo de vigilar que yo siguiera correctamente los procedimientos requeridos. Era nada menos que Mercedes del rancho del Quinceo, que sabía que yo como el también era un buen jinete montador de toros y me dijo, pero padrecito que anda haciendo usted por aquí, me da mucha pena decirle, pero por favor se va a tener que quitar sus zapatos como parte de lo que se ordena hacer y yo estoy a cargo. Le explique que yo lo comprendía y luego que termine fui conducido a mi celda ante los reos dispersos en un patio hacia la entrada del edificio, que exclamaron al verme vestido con mi traje negro pero sin el alza cuello, baño a ese pachuco, y luego no llores cuñado. Una vez que me enseñaron mi celda no tuve tiempo de irme a cambiar de ropa porque estuve platicando con los reos de lo que me había pasado y les invite a rezar el ángelus a una imagen de la virgen de Guadalupe, colgada en una de las paredes, y les dije que yo visitaba las cárceles pero que esta vez era diferente porque yo era uno de ellos. Creo que se sintieron conmovidos y a su manera contentos de lo que les había dicho y de que estuviese con ellos. Porque unos cuantos minutos después escuche mi nombre en la voz de mando que era el grito de una orden, el reo Octavio Esquivel que se acerque a la reja. Oí comentarios de los reos diciendo, ya ve padrecito ya vienen por usted y nos quedamos solos. No puedo decir que me quede con ganas de quedarme para pasar la noche con ellos, pero era verdad su presentimiento y ya ni me acuerdo donde pase esa noche pero no en la cárcel. Supe que el licenciado Estrada Iturbide casado con la sobrina del padre Pérez- Gil cuyo nombre era Carmelita e hija de don Pancho, en cuya casa pernoctamos la noche anterior a nuestra partida de México para nuestro viaje a Mérida, este licenciado era el que hacía la defensa de mi víctima siendo que más bien yo fui la suya a pesar de su tobillo roto. El manejaba sin licencia por otro accidente anterior que ya había tenido, y era hijo de un gerente muy prominente y ponderado en el banco cuyo nombre o no supe o no lo recuerdo. El hecho es que esto facilitó mi libertad y el éxito que tuve en el empeño de recobrar mi carro sin ninguna multa y aun la misma fianza que todo mundo daba por perdida. Para esto me puse en contacto con el padre Margarito a quien fui a buscar hasta Puruándiro donde estaba y me lo traje a Morelia haciéndome favor de tratar mi caso con la esposa del gobernador Rivera que ordenó al secretario particular arreglar ambas cosas mencionadas anteriormente, lo de la entrega del carro y de la fianza. Experimente que las buenas relaciones tienen más poder que el dinero y que las mejores son con Él, el de allá arriba que tiene gente buena acá abajo. En el área de Nativitas a algunas cuadras de la capilla que atendía el padre Vázquez había una escuela católica al cuidado de religiosas que atendían la niñez de los hogares de recursos económicos de menor cuantía, algunos demasiado pobres, que de los del alumnado de escuelas de mejor condición socio económica como la escuela Josefa Ortíz de Domínguez, regularmente atendida para servicios litúrgicos y sacramentales, sobre todo en torno a los viernes primeros de mes. Por esta razón me propuse por mi iniciativa particular prestar estos mismos servicios como se acostumbraba en dicha escuela mencionada. El padre Vázquez solía visitarles por su proximidad esporádicamente y yo me comprometí a hacerlo sistemáticamente los viernes primeros de mes. Fue allí donde conocí a la madre Amelia Loya que tal vez era la más joven y entusiasta, sobre todo en las actividades que requerían de su energía y jovialidad. Esto lo digo por la gracia con que enseñaba en sus ensayos de baile a las jovencitas cuando preparaban sus actividades de clausura. Yo le platique que estaba por editar mi primer libro que titule El Poema del Alba y el Umbral del Ocaso que ella me ayudó a copiar en maquinilla y ordenarlo adecuadamente para la imprenta. En estas pláticas me refirió también como ella tenía un carrito como yo, pero se lo vendieron para comprar un autobús de transporte de los niños a la escuela, no sé si en Salamanca o en otro lugar. Cuando estuve dando misiones en el rancho de los Lobos me insinuó que le gustaría visitar la misión y yo le invite satisfecho de que le impresionó el trabajo que hacía. Me refirió que tendría que hacer unas encuestas en barrios de la ciudad donde se sentía insegura y yo le ofrecí que arreglando mi calendario tal vez le acompañaría y así lo hice dejándole muy agradecida. El hecho es que habíamos hecho una bonita amistad. Yo siempre fui muy derecho en responder a sus consultas con la mayor honestidad. La mejor experiencia en esto fue cuando comentó que a veces se sentía ajena al grupo de religiosas y consideraba que tal vez debiera cambiar de congregación. Mi respuesta fue que reflexionara tomando en cuenta la recta intención y el espíritu apostólico de Cristo que prefirió escoger a los apóstoles que no eran los grandes filósofos de la historia sino humildes pescadores y le encantaba con más frecuencia servir a los pobres que compartir con los ricos y acomodados. En fin, que mi opinión sobre su trabajo apostólico de consagración al servicio de la iglesia de Dios estaba en lo que a Cristo más le agradaba y mejor le parecía si así lo decidía, lo cual venía a ser casi la clave para todo. A ella le gustaba mi punto de vista y creo que le sirvió. De las chicas que me ayudaban en la catequesis de los ranchos las Aguirre y las de la Peña, olvidando las Páez que nunca decidieron colaborar, se identificaban bajo el punto de vista socio familiar como de clase media alta, lo cual a mí no me importaba pero tampoco podía ignorar, tratando de que siempre existiese la armonía y buena actitud y el espíritu de apostolado en el grupo que formaban con las catequistas de condición social de menor jerarquía dentro de lo convencional del criterio humano más o menos mundano. Las antipatías o la celotipia que surgieron siempre fueron cosa resuelta favorablemente por el bien de la paz y la concordia. Carmelita Hernández que había trabajado con el padre Alcántar como catequista anteriormente solicitó trabajar en el grupo que dirigía, con el inconveniente de que no tomó el curso para enseñar alfabetización. Para que tuviese oportunidad de catequizar logró hacer su labor los días jueves que tenía lugar la catequesis en el área de las rancherías de los Prietos donde las catequistas locales podían mantener vivo el trabajo de alfabetizar. Irma Leticia su hermana a quien conocí desde su adolescencia en la escuela donde la hermana Loya impartía clases también quiso colaborar con su hermana Carmelita en la catequesis y ambas hacían una excelente labor. Sus padres eran excelentes cristianos, fervorosos y envueltos en la acción católica de la Parroquia. Eran originarios de Aguascalientes y emigraron a Salamanca tal vez por los recursos laborales de refinería. Tuve dos sirvientas de las cuales tuve también la satisfacción de verles trabajar los sábados en la catequesis del Molinito de donde eran vecinas, una de ellas era novia del presidente de la acción católica se llamaba Providencia y mi hermana Enriqueta le llamaba Provi y le tenía gran estima. La otra era Estela que se interesó en aprender a escribir a máquina y graduarse de secretaria, yo le obsequie mi máquina de escribir que casi no usaba. Como yo no soy precisamente un experto en cuestión de instalaciones de sonido y menesteres relacionados con este asunto, siempre identifique los chicos aficionados a las bandas de música de las localidades a quienes estimule para que colaborasen con las actividades relacionadas con las kermeses y nunca me faltó su asistencia que tanto necesitaba. Mis hermanas que se casaron consecutivamente con sus novios hermanos, me dejaron como único recurso para atender la responsabilidad de mi casa a mi hermana Lourdes, la güerita que vino a ser la más jovencita de mis colaboradoras y la más celosa en velar por mi bienestar y compartir mis actividades artísticas, recreativas y culturales. Alguna vez en Guadalajara disfrutamos desde luego el gusto del folklore musical del mariachi en san Pedro Tlaquepaque, con la corrida de toros por la tarde y el teatro Degollado por la noche con el recital de poemas dramatizados de García Lorca y el baile del flamenco con la voz siguiendo la guitarra del cante jondo. En nuestra visita a México acudimos a una excelente representación de Hamlet en el castillo de Chapultepec y visitamos a la familia Lozano que tenían una linda mansión en el olivar de los padres rumbo al desierto de los leones, a quienes no había visitado desde la época de soltería de mi hermana Elena que me parece fue quien me acompañó cuando fui invitado a la celebración del matrimonio de Miguel Lozano. No estoy seguro si vino también conmigo a México cuando con motivo de la olimpiada el teatro de bellas artes representó obras clásicas de tragedia griega en el idioma original que aunque estudie dos años era más lo que imaginaba que lo que realmente entendía, aunque su sonoridad si fue interpretada como que armonizaba con la fuerza de la tragedia en acción. La dedicación de la güerita en casa desde todos los puntos de vista no dejo nada por desear, sobre todo nuestros retos con o sin las amistades de la familia de la Peña. Ella era una apasionada de la canasta uruguaya. La experiencia más patética familiar que experimentamos anteriormente a esta agradable experiencia en compañía de mi hermana Lourdes, aconteció unos meses anteriores cuando mi hermana Cristi me atendía y aun no contraía matrimonio. Enriqueta mi hermana casada con Ernesto habían logrado llenar los anhelos de mi madre de verles tan felices, no solamente por lo bien integrados que se realizaban como esposos, sino también por la dicha de verles como padres orgullosos y felices de su primer hijo de diez y ocho meses y su futura nietecita en el vientre materno por seis meses y tres por nacer. Como contraste a tanta dicha una feliz noche que se convirtió en tremendamente trágica fue la que aconteció después de haber compartido como acostumbraban una alegre visita fraternal en casa de Yola y Alfredo que vivían en Celaya, que se despidieron sin la más lejana idea de la terrible desgracia que estaba por acontecer a unos cuantos kilómetros después de pasar el puente de tres guerras sobre el río Lerma. Era bien conocida esa curva, pero no pudieron eludir el carro que por inexplicable razón se les echó encima sacándoles del pavimento y haciendo que el carro en que iban Ernesto, Enriqueta con su nenita dentro del vientre y el pequeño Ernesto sufrieran las horribles consecuencias del accidente. Ernesto que iba manejando sobrevivió dos o tres días en emergencia con los órganos internos incapaces de funcionar y murió de un paro respiratorio, yo le visite en dos oportunidades en el hospital. El pequeño Ernesto con sus piernitas atadas en alto sanó en dos semanas de las costillas fracturadas completamente recuperado. Y la pobre hermana mía Enriqueta con las piernas deshechas tardaría casi un año con la esperanza en reaprender a caminar compitiendo con su hijito que dio sus primeros y demás pasos antes que su mamá. Todo el embarazo y el alumbramiento, no había logrado levantarse de la cama. El doctor Alcocer especialista en reconstrucción ósea temía que sucediera el riesgo que existía y se convirtiera en un caso de esquizofrenia el que no se le informase a Enriqueta sobre la muerte de su esposo Ernesto lo cual ella ignoraba. Mi plan fue hacerlo siguiendo un proceso gradual que resultara como un mal menor el hecho de su muerte. Le informe de inmediato que sería intervenido en sus pulmones por problemas respiratorios muy serios. El día siguiente le dije que pusiera todo de su parte por sanar porque su esposo estaba impedido de trabajar de por vida y la tiste realidad era que ella tenía que recuperarse para hacer lo mejor que pudiese por su familia. Ella exclamó, ay Dios mío, preferiría que nuestro Señor lo recogiera. Al día siguiente me arreglaron a Ernestito y cuando la fui a visitar le dije que gracias a Dios su niño ya estaba muy bien y que su padre como se lo pidió a Dios ya había pasado a mejor vida. Claro que la pena fue tremenda, pero con terapia de la realidad y la oración de todos se le hizo más llevadera. Cristi y yo estuvimos a cargo de Ernestito, de manera que el ambiente de nuestro hogar en Salamanca contaba con todos los elementos y el sabor propio de una verdadera familia, para el bien del niño que había perdido la presencia de su padre de por vida y de la atención de su madre por una temporada larga como lo requería su recuperación fundamental de la mamá. En esta época que vino a ser la del santo padre el papa Juan Veintitrés en la iglesia católica y en la aspiración de un mundo mejor al día, el papa del adyurnamiento de la iglesia propuso algo a lo que yo no me sentí indiferente, a la posibilidad de procesar mi dispensa del celibato con el propósito tal vez de formar un hogar o de proyectarme en otras posibilidades. Y aunque contemple esta idea solamente como una futura posibilidad, volvió a la carga en mi mente la idea de sentirme libre de elegir mis alternativas en la vida cotejando mis experiencias reales como satisfactorias de autentica realización de lo que realmente pretendía personalmente. Me sentía como producto de una ecuación cuyos factores fuesen los materiales que absorbí en mi persona por la educación programada por el gobierno del partido institucional laico de la revolución y la iglesia católica. Empecé a sentir la aspiración intelectual y la inquietud por integrarme a una educación realmente universal de la cultura de la historia del saber de la humanidad con criterio cuya amplitud abarcara otros puntos de vista de la visión y de la realización del ser humano cotejado con el fenómeno de la revelación y el Cristianismo y de Cristo mismo. Tenía en mente la posibilidad de lograr un doctorado en filosofía dentro y tal vez mejor fuera de mi patria y lo más probable en los Estados Unidos por su determinación sobre el valor de la libertad. Vi que en mi patria contaba con mil dificultades por la educación laica que anulaba el valor objetivo de mi educación al margen de la obligación de estar estrictamente en regla con la incorporación formulada por estatutos dictaminados por el sistema educativo. Y fue así que me propuse investigar hasta diseñar un plan que me abriera las puertas a la universidad de Fordham en Brooklyn de la ciudad de Nueva York donde vivía un tío mío hermano de mi abuelo don Emilio Prieto Díaz. Era mi tío Ricardo que fue tan admirado por mi madre. Con todas estas cosas en mente me llegó una circular de la mitra ofreciéndome una vicaría en Tacícuaro, una población vecina a la ciudad de Morelia cercana a la parroquia de Capula. En vista de que el texto de la circular tenía una frase que se refería a si estaba interesado en la proposición del nombramiento pregunte si era real o convencional la propuesta. De manera que con esta coyuntura logre permanecer en Salamanca hasta que tuve la oportunidad de presentar mi plan de estudios al nuevo arzobispo don Manuel Martín del Campo. Un compañero mío Rubén Calderón vino a ser quien ocupó mi lugar haciéndose cargo de la vicaría. La clave de mi plan vino de la madre Dolores Ochoa que me informó que en Rochester Nueva York las hermanas misioneras cuya superiora allí era la madre Eugenia necesitaban como san Antonio una vela un sacerdote que les ayudara a su misión sirviendo en categoría de capellán para ellas y que colaborase en una parroquia en que atendían feligreses hispanos celebrando la santa misa dos días de la semana domingos y miércoles y finalmente prestase su colaboración con los cursillistas dando alguna charla de motivación y orientación en su apostolado una vez por semana. Yo me ofrecí a ser ese sacerdote en el entendimiento de que me hospedaría en la casa parroquial donde tomaría mis alimentos y me sería permitido todo el tiempo libre posible para prepararme en lo que requería mi necesidad de aprender ingles y tomar algunos cursos en la universidad orientados a incorporarme a Fordham University eventualmente. La idea de solicitar apoyo de la Unesco para conseguir una beca posible para la universidad de Fordham me la sugirió el embajador Jesús Cabrera. Y mi tío Ricardo que vivía en Queens de Nueva York me informó que allí podía lograr aprovechar excelentes oportunidades para estudiar un doctorado en filosofía. Con la idea de tener como salvaguarda de la influencia del ambiente americano y sus costumbres en un mundo peligroso para mis valores morales de clérigo, pensé que era más conveniente que estuviera a la sombra de la vida parroquial, esto me facilitó la aceptación del arzobispo para darme la licencia solicitada. Trate de organizar mi economía y explorando con mi padre en una charla le comentaba que mi formación sacerdotal desde el punto de vista financiero fue una ganga comparándola con la de Carlos, que tal vez pudiese si quisiese apoyarme hasta donde le fuere posible en mi plan de estudios que proyectaba. Resulta que salí tras corneado apaleado, porque no solo no quiso obsequiar a Carlos mi hermano mi carro Borwrd casi nuevecito que tanto le gustaba a Carlos, sino que le dio el Chebrolet Malibu que el usaba. Yo le vendí mi carro a un dentista en muy buen precio que le entregaría ya cuando llegara la fecha de mi viaje a los Estados Unidos que estaba bien próxima, para el mes de octubre del mil novecientos setenta y estábamos a fines de agosto. Debiendo ir con los peregrinos en peregrinación a México al Tepeyac, deje el carro en el patio de la casa, desgraciadamente cuando regrese a recogerlo estaba hecho pedazos porque mi papá se los prestó a la Güerita y a Martita mi hermana que gracias a Dios salieron ilesas del accidente, no como mi carro. Mi madre me prohibió terminantemente que discutiera con mi padre lo del incidente previendo que nos enredásemos en serios problemas, yo se lo prometí y nunca le dije ni media palabra ni el tampoco, ni mucho menos vi ni medio céntimo de consolación. En realidad yo le debía muchos más favores aparte del de la vida. Todos mis pequeños bienes quedaron a cargo de mi hermano, creo que del carro lo único de valer era el motor y los muebles de casa y la televisión que vendí a mis amistades él lo colectó así como mi libro recién terminado de editar que no tuve tiempo de pasar a recoger. Todo eso que no era como la fortuna que solicitase de mi padre Carlos, fue la mía la que quedó en sus manos. Lo de la fortuna es una alusión a sus sueños de emprender que aun no habían establecido ningún record sino el de su proyección visionaria de los negocios. De esto estaba bien convencido. Aunque me sugirió que hablásemos con mi papá para que le confiase su capital con este propósito de acrecentarlo, creo que lo convencí que eso no iba a trabajar con el dilema que le propuse. Si fuese verdad le dije, que lo que piensas es verdad, no creo que mi padre esté en disposición de evidenciar el hecho de que tú has hecho tan prontamente lo que él no lograse en toda su vida. Y si no lo cree, ya ni hablar, no necesita ninguna explicación. Me despedí de mi familia de Apaseo y estuve en México, en la casa de los tíos David y Gloria esperando tener todos los documentos en regla con mi pasaje a Rochester para el veintiuno de octubre día en que me esperaban las religiosas para recibirme en el aeropuerto de Rochester. Francamente no se qué inconveniente aconteció, pero no me fue posible volar sino hasta el día siguiente veintidós de octubre, con la buena fe de que mi tía me daría la mano como se ofreció llamando por teléfono a las religiosas que no estaban informadas y yo no había logrado contactar. Esto me daría ocasión a hacer de mi llegada a Rochester el inicio de una verdadera aventura.

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